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Figura Piñera

Columna de opinión por Hugo Guzmán
Lunes 12 de julio 2010 16:42 hrs.


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En una veintena de editoriales, artículos y notas periodísticas, se ha polemizado sobre “la imagen” del Presidente Sebastián Piñera. Su vocera y su equipo comunicacional fueron cuestionados hasta por sus partidarios. En varios episodios el Mandatario se vio agraviado, ridiculizado o pasó un mal rato en un sentido presencial y comunicacional. Ello se ha visto como signo de debilidad y preocupación. El tema imagen-Piñera inundó la contingencia.

Lo concreto-real es que el ethos presidencial de Piñera está deteriorado. Surge una especie de des-impronta presidencial. La talla de estadista está ausente. La imagen presidencial parece extraviada. Piñera es un presidente al que lo han baipaseado.

En un editorial, Patricio Fernández, director interino de The Clinic, planteó que “su personalidad –la de Piñera- efectivamente desdibuja la impronta presidencial”. El secretario general de la UDI, Víctor Pérez, sostuvo que “sin duda es un tema político que la figura del presidente está generando dificultades y hay que tomar medidas”. En una nota de La Segunda, el periodista Sebastián Minay planteó que “el diagnóstico crítico es vox populi…” Andrés Allamand criticó la labor del equipo comunicacional de gobierno y de la vocera, Ena von Baer (UDI), quien salió al paso afirmando que “decir que la imagen presidencial está en crisis, no es correcto…es una tremenda exageración”.

El entorno cuestionador de la figura presidencial se armó con una seguidilla objetiva de situaciones (quien sabe si terminarán). Marta Larraechea de Frei se burló de los cortavientos rojos del Presidente. Los mismos que el ministro de Justicia, Felipe Bulnes, habría pedido eliminar. Algunos se acordaron del Chapulín Colorado y su “no contaban con mi astucia”. Luego –antes de partir y después de regresar de Sudáfrica, Mundial de Fútbol 2010- el entrenador de la selección chilena, Marcelo Bielsa, hizo evidentes desaires o, cuando menos, “no pescó” al Mandatario. No pasaron muchos días y cientos de miles (según eso de las audiencias televisivas) rieron de buena gana con el actor Kramer imitando a Sebastián Piñera. No pasó inadvertido el llamado de atención que le hizo al Mandatario el Rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez, por medidas “tomadas entre cuatro paredes”, que señalarían “un espíritu autoritario y poco dialogante”, criticando “la privatización y mercantilización” de la educación universitaria que querría hacer Piñera.

A ello se agregan diversidad de críticas y aprehensiones por factores quizá secundarios, pero que configuran un perfil presidencial piñerista. Una gestualidad molesta llena de tics y mañas, un rictus muestra-dientes (en la pretensión de aparecer siempre sonriendo), una figura achatada de manitas cortas que no encuentra contrapeso en solvencia de estatura presencial, una manía de parecer espontáneo y “cercano a la gente”, una sobresaturación de puestas en escena vestido de piloto, de traje militar, de medioambientalista, de detective, de minero, de bombero, de vaquero Marlboro, pisando el barro, cargando bebés, trepando helicópteros, comiendo salchichas en un puesto callejero, tomado de la mano de la esposa construyendo imagen “familiar” y lleno de frases retóricas y emocionales con lo que, como dijo la periodista Raquel Correa, lo único que logra es ser “muy repetitivo” sin instalar un discurso identificatorio.

Revisando sus promovidas “salidas a terreno” y sus “puestas en escena”, se constata una sonoridad gestual y presencial, sin sello discursivo conceptual. Hay un tono de espectáculo mediático. No perfila un ideario de su sector, la derecha. (Lo que no quiere decir hablar para “los entendidos”, sino lograr instalación de ideas-fuerza simples, como “el sello social” de gobierno o “el sello empresarial” de gobierno). De momento se antoja que Sebastián Piñera quiere parecer lo que no es o parecerse a alguien que no es.

No basta, por cierto, el argumento de la “dignidad del cargo” o “la investidura presidencial” para que lo hagan respetar y menos ciertos artículos neutros que esquivan la dureza de una situación real. Es cierto, eso sí, que todos los Mandatarios –y la Mandataria- postdictadura sufrieron en su primer año una descarga contra sus perfiles y modalidades. Carlos Huneeus dijo que en Estados Unidos hay un estudio que señala que los presidentes pueden demorar dos años en posicionarse bien del cargo. Lo que ocurre es que nadie sabe si las cosas terminarán bien o mal.

Pero en el caso de Sebastián Piñera el asunto no se sitúa solamente en el ámbito comunicacional-mediático. Hay elementos políticos de fondo que irradian e impactan en su fragilidad de impronta presidencial. Algo adelantaba Ricardo Solari al recordar varias situaciones sensibles que tienen que ver con un Presidente ligado confusa y equívocamente a las empresas Blanco y Negro (Colo-Colo), Chilevisión y Lan. Es que la biografía política de Piñera está plagada de episodios que hoy asoman directa o subliminalmente, y tienen que ver, en definitiva, con lo que él representa doctrinaria, valórica y políticamente.

El Presidente siempre ha sido más mediático que doctrinario. Más figura que estadista. Más posero que canchero. Más especulativo que decidido. Más esquivo que abierto. Más explicativo que resolutivo. Más confuso y oblicuo que transparente y recto. Más showman que líder.

Ahí está su manera de hacer negocios -especulativos y no productivos-, que incluyeron oscuras y contradictorias situaciones nunca totalmente aclaradas en torno de ilegalidades en el Banco de Talca. Sus lateras y eternas justificaciones para no vender sus acciones y seguir ligado a empresas como Lan, Chilevisión y Colo-Colo, manteniendo conflicto de intereses. Su lío conspirativo y mediático que protagonizó junto a su amigo Pedro Pablo Díaz, su adversario Ricardo Claro y la parlamentaria Evelyn Mathei. Su apoyo al No en el plebiscito para después respaldar al candidato presidencial de Augusto Pinochet (Hernán Büchi). Sus conflictos como integrante de “la patrulla juvenil” frente a los viejos zorros de la derecha dura y sus victimizaciones ante la dureza de los UDI. Episodios lamentables como ir al lecho de muerte del escritor comunista Volodia Teitelboim y prometerle que trabajaría por terminar con el sistema electoral binominal para después guardarlo en algún baúl de promesas. Su militancia en Renovación Nacional, pero con un historial de coqueteos de todo tipo con la Democracia Cristiana. Su virulencia hacia Cuba y Fidel Castro, después de exhibir en su oficina la foto de él con el Jefe de Estado cubano, con el que compartió cena, tragos, helados, mientras hacía negocios en la isla. Y en medio de sus dificultades comunicacionales recientes, llamar a sus ministros y parlamentarios de la derecha a investigar y acusar a la ex Presidenta Michelle Bachelet, en un estilo que recuerda las vendettas y amenazas como opción para dar señales de fuerza.

Hay que añadir que existe al menos en un sector del país la percepción de que Sebastián Piñera no ha hecho nada. Al menos nada que implique un trazado, una agenda nítida y de contundencia, un sello de gobierno, una visibilización clara ante la opinión pública de su derrotero. Y si lo hay, no cuaja comunicacionalmente. Dice que entró en “el segundo tiempo”, pero salvo todo lo relacionado al terremoto, no quedó claro lo que pasó “en el primer tiempo”. A menos que se trata de un partido fome, sin profundidad, ni llegadas de gol, ni emociones, ni jugadas magistrales, ni estrategias sólidamente asentadas.

Algunos tendieron a poner la sombra de Jorge Alessandri, el presidente conservador (1958-1964) detrás de Piñera, como el perfil de un Mandatario de derecha. Olvidaron al líder tácito y fáctico del sector, Augusto Pinochet. Pero Piñera y varios de sus amigos suelen recurrir a citas de figuras conservadoras como Winston Churchill o Charles De Gaulle, que dejaron un inmenso legado al sector. En lo contemporáneo, Piñera se siente identificado con un José María Aznar y un Álvaro Uribe. ¿Cuál será la vara? Por lo menos, a estas alturas, todas parecen demasiado altas.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.