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Año XVI, 26 de abril de 2024


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Rechazo a M. Macari presagia tiempos duros al periodismo

Columna de opinión por Toño Freire
Lunes 26 de abril 2010 19:42 hrs.


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No creer jamás en las promesas de los políticos es una verdad universal. Máximo cuando las realizan en tiempos de campañas políticas. Lo normal es que sus palabras y programas sucumban en la saliva de sus discursos. En las recientes  contiendas presidenciales, frente al tema comunicacional, sin excepción los candidatos hablaron de pluralismo y libertad de expresión a toda prueba. La ciudadanía menos informada incluso les creyó. Los más experimentados dudamos pues sabemos que tal quimera nunca se concreta.

Sin embargo, incongruencias del destino, cuando el mandatario derechista Sebastián Piñera nombró a Mirko Macari director de La Nación, mandó al tacho los pronósticos más pesimistas. En un nombramiento ausente en libretos opositores más recalcitrantes, se la jugaba por un hombre alejando de su ideología política. Su decisión iba contra lo esperado. Sus asesores Daniel Platovsky y Ena Von Baer, ilusamente recomendaron al ex periodista de La Nación Domingo y Plan B reparando sólo en sus méritos profesionales. El Presidente les creyó. No obstante, tan correcta alternativa duró menos que lombriz en pico de pájaro.

En horas en que las palabras pedofilia, homosexualismo, corrupción de menores, copan las páginas de diarios por incursiones sacerdotales, de nuevo brotó el tristemente famoso caso Spiniak que involucró a connotados políticos y adinerados empresarios. Tales términos retumbaron fuertes desde el patio de los naranjos al de los cañones del palacio La Moneda. En menos de un día, el clamor UDI cobrando venganza por los reportajes de Mirko frente a la bochornosa etapa que involucró al padre Jolo y Gemita Bueno, puso de rodillas, y no para rezar, al gobernante. En la tarde del viernes las presiones partidarias lo obligaron a llamar a Juan Antonio Coloma, jefe de la UDI, para comunicarle que Macari desaparecía del mapa periodístico gubernamental.

Sacramentada tal determinación, es poco o nada lo que se puede aguardar del futuro de las comunicaciones en el período Piñera. Sometida La Nación a los arbitrios de la ultra derecha, con los otros órganos de prensa en manos de los Saieh y los Edwards, la suerte informativa opositora recae un cuatro o cinco revistas  de bajo tiraje y menos publicidad de apoyo a sus contenidos. Carentes de la debida difusión, sus reportajes y denuncias desaparecen de los quioscos sin dejar huellas, sin alcanzar a formar conciencia ni conductas en la población.

Existen sectores ciudadanos que claman por el nacimiento de un diario. Estiman que existe un nicho abierto para la discrepancia. Son sectores que sueñan con la independencia informativa; que se desesperan porque saben que los matutinos ocultan la verdad. En la opinión pública predomina la certeza de que las publicaciones están al servicio de los intereses de los dueños y de sus séquitos políticos o confesionales. Una vez más se repudia la conducta servil, entreguista, de los políticos de la Concertación que después del 5 de octubre de 1988 empezaron a transar con el enemigo momio- militar y, traidoramente, hicieron desaparecer todos los medios alternativos que los llevaron a La Moneda. En tan funesta operación de consenso, a modo de ejemplo, en el campo de TVN participaron cuatro personajes: dos por el lado derechista y dos por la Concertación. Curiosamente, hay un muerto por cada bando: Jaime Guzmán y Edgardo Boenninger. Sobreviven Enrique Correa que siempre se ha paseado por los salones el palacio presidencial y Miguel Otero que, al ser recién distinguido como embajador en Argentina, igualmente camina por jardines diplomáticos de la Casa Rosada de Buenos Aires. Mientras tanto, en las calles terremoteadas de los barrios el pueblo continúa sin contar con un diario que le narre limpiamente su verdad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.