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La codicia

Columna de opinión por Juan Pablo Cárdenas S.
Martes 27 de abril 2010 12:11 hrs.


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Aunque es parte de la condición humana, la codicia puede convertirse en un fenómeno devastador para el cumplimiento de los nobles objetivos de la política. Cuando se desdibujan los lineamientos ideológicos y los partidos devienen en simples instrumentos electorales, quedamos a merced de quienes anteponen su carrera personal a los intereses del país.

En Chile, el acontecer político está extremadamente regido por la ambición impúdica de la autodenominada clase dirigente. Cuando recién se inicia un nuevo gobierno, entre los partidos que la apoyaron ya se ha desatado una encarnizada lucha por obtener cargos y, sobre todo, quedar en buena posición para los próximos comicios. Los resentidos por el desdén presidencial escriben hasta libros donde destilan su frustración por lo haber sido considerados para algunas funciones, o porque la cosas no se hacen de acuerdo a sus personales aspiraciones. Asimismo, en apenas un mes de gobierno desde la UDI, hay quienes reclaman ya la mejor  opción de su colectividad para suceder a Piñera en cuatro años más, por lo que les parece indispensable que sus operadores queden en puestos claves y bien dotados. Exactamente como lo hacían los recién desalojados de La Moneda. La correlación de fuerzas  se ha instalado como una preocupación fundamental en los nuevos moradores del Palacio Presidencial , y hasta de la asistencia a las víctimas del terremoto se sacan cálculos de quienes podrían capitalizar más para enfrentar los próximos eventos eleccionarios.

Con el sismo electoral de la Concertación, supusimos que vendría la autocrítica y la proclamada renovación de sus dirigentes. Sin embargo, la codicia no ha dejado espacio ni tiempo para los actos de constricción y de auténtico cambio de actitud. Los derrotados rápidamente recuperaron sus puestos partidarios o instalaron temporalmente en ellos a sus lugartenientes, como que ahora también  la Presidenta saliente se ha sumado a la sórdida lucha por volver al gobierno. Un ex mandatario, que ni siquiera se atrevió a competir en las primarias del oficialismo, se desgañita ahora inflando y desinflando opciones en uno, dos o más partidos, apoyado por los onerosos recursos que dispone y las fundaciones y referentes que digita. Donde se cobijan, por lo demás, sus propios operadores a la espera de una nueva oportunidad. Situación que se repite en todas aquellas  entidades “intelectuales” donde, en realidad, se guarecen todos los desplazados políticos sin vuelo propio.

La codicia política desarma bullados idilios y consolida nuevos concubinatos. Hasta reaparecen aquellos  travestis que luego de ocupar altos cargos en la Transición, emigraron  a los directorios de los bancos y empresas a lavar su pasado socialista y a procurarse una buena situación económica para volver a lo que mejor saben hacer: politiquería pura. Y, ¡cómo no!, también  empezamos a maravillarnos de cómo en tan poco tiempo algunos audaces operadores de otras candidaturas se las arreglan para acceder a un puesto de influencia con las nuevas autoridades que, de seguro, carecían de todos los equipos aptos para gobernar. En este sentido el que mejor la hizo fue el panzer Insulza , quien muy a tiempo se escapó de la farándula criolla para acceder a la grilla internacional, que proporciona todavía más dinero, viajes y aplausos por trabajar menos, pero complaciendo  a todo el mundo.

Con todo, es en la izquierda donde podemos tener algo más de esperanza. A pesar de su amplio y complejo espectro, se visualizan en sus referentes una dosis más alta de convicciones y consensos. Ideas fuerzas y valores que han resistido el paso arrollador del post modernismo y las decepciones del totalitarismo.  Aunque las cúpulas,  aquí, suelen ser todavía más inamovibles que las de los otros sectores políticos. En su vieja y codiciosa costumbre de dividirse y multiplicarse antes de ceder el bastón de mando en sus distintos pontificados.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.