Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 27 de abril de 2024


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Escuchando radio

Columna de opinión por Argos Jeria
Lunes 12 de julio 2010 8:53 hrs.


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La radio ha sido gran acompañante a lo largo del tiempo. Los años pasan y descubro que cada época ha dejado una marca radial tan indeleble como la de los amores. Pero los programas de música, deportivos, de noticias, magazines o tertulia no sólo me han acompañado en el tiempo, durante mi infancia, juventud y madurez; también lo han hecho en el espacio, es decir en los diferentes lugares que he visitado cuando me ausento del país.

Hace ya varios años razones laborales me llevaron a una estadía de tres meses en Tenerife, donde mi pequeño apartamento amoblado carecía de equipos de sonido. La combinación de una pequeña y anticuada radio portátil, un par de buenos parlantes y un reproductor de CD me permitieron armar un modesto sistema sonoro que fue pronto dominado por la radio. Además de escuchar las noticias en la mañana, descubrí – mediante el simple expediente de explorar el dial – un programa que me hizo buena compañía diaria al regresar del trabajo, mientras realizaba mis labores domésticas de cocina y lavado. Se llamaba La Gramola, y lo que me hizo llegar a él fue el sonido de la aguja de un tocadiscos sobre un vinilo, evidente truco radial usado para ligar las peticiones de los auditores – pregrabadas – con la canción solicitada, normalmente en impecable versión digital. El efecto era simplemente adictivo.

El acceso a comunicación por internet me ha permitido escuchar fuera del país los programas que sigo en Santiago, con una gran diferencia: la hora del día. Piense usted que durante la mitad del año tenemos entre cuatro y seis horas de diferencia con gran parte de Europa o doce horas con Oceanía. Lo primero no sólo me ha hecho escuchar las noticias y los comentarios de J. P. Cárdenas durante el mediodía español; también me ha hecho vivir un par de experiencias diferentes que ahora le describo. Mi amigo Pablo – magnífico anfitrión asturiano residente en Santander – suele llevarme a un bar muy agradable de la hermosa capital cántabra, donde a veces Luis (el dueño) y yo hacemos dúo interpretando a Sinatra en karaoke. Pues bien, una noche Luis se enteró de la transmisión de Bello Sino por internet, procediendo a ubicar el sitio de la radio en su computador conectándolo luego al sistema de sonido del bar. Y así fue que escuché la música y mis comentarios en la penumbra del elegante lugar, mientras algunos bailaban al ritmo de los temas que yo programara y grabara la semana anterior.

La segunda historia revela alguna faceta que no estoy seguro favorezca mi imagen, pero aquí va. Hernán Zúñiga, conductor de El Zócalo Nacional, presentó a The Brits – el estupendo grupo de tributo a The Beatles – en la Sala Master ocupando los horarios de Bello Sino y del Zócalo (producción que hemos dado en llamar Bello Zócalo). Como en esa época no viajaba con mi pequeño laptop ni el hotel en que alojaba contaba con las facilidades necesarias, tuve que acudir pasado la medianoche a mi oficina en la Universidad para escuchar el recital. Todo iba bien hasta que noté que las guitarras – que probablemente estaban sonando bien en la sala – se oían muy apagadas en la transmisión. No se me ocurrió nada mejor que comunicarme con el conserje de la radio quien muy gentilmente transmitió el mensaje a Hernán. Arreglado el problema, el querido gurú de la música nacional procedió a enviarme un saludo que oí emocionado a más de 10.000 kilómetros de distancia. Naturalmente la historia pasó al anecdotario de esta querida emisora.

No sé cual será el imán de los programas radiales, así como me cuesta definir relaciones como la amistad o el amor. Pero se quién es mi amigo o a quién amo. También sé que la radio me acompaña en la búsqueda del Bello Sino; en el tiempo y en el espacio.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.