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¿Por qué el mundo siguió a los 33?

Columna de opinión por Hugo Mery
Viernes 15 de octubre 2010 10:59 hrs.


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El mundo asistió al rescate de los 33 mineros de Atacama como mirándose en un espejo. Cada uno de los potenciales mil millones de espectadores vio reflejada en el desierto chileno una lucha por la supervivencia con la que es muy fácil identificarse. Y quienes no llegaron a sentir esa cercanía decidieron asistir, de todos modos, a una de esas gestas que, con su romanticismo, pueblan los sueños de la humanidad.

Se ha criticado el inusual despliegue informativo de los principales medios de los cinco continentes como un negocio más de la industria de las comunicaciones de masas. Esto tiene un asidero: desde las tragedias griegas de la antigüedad, pasando por los relatos y canciones de los juglares medievales hasta las superproducciones del cine ha habido públicos receptores, ávidos de emociones.

El desarrollo tecnológico que globalizó la comunicación permite ahora que esas emociones puedan vivirse mientras se transmiten en directo acontecimientos reales, no las invenciones del Poseidón, Aeropuerto e Infierno en la Torre, ni historias adornadas por la ficción como las recreaciones del Titanic. Ocurrió tempranamente con la llegada del hombre a la luna en 1969, sólo que ahora hay más televisores esparcidos y existen  Internet y las redes sociales.

Los reality shows armados en distintos puntos del planeta son apenas un remedo de conflictos más dramáticos y en ese sentido el rescate de los mineros chilenos superó la espectacularidad propia de las pruebas de supervivencia que los creativos de la televisión mundial siguen produciendo.

No es que al drama de Atacama se le haya dado tratamiento de reality show; es en sí mismo un espectáculo – eso significa show- y de la realidad más pura. Con una duración de más de 24 horas pudo cotejarse con otros acontecimientos: la Guerra del Golfo y la invasión de Irak, el estallido de las Torres Gemelas, los grandes duelos deportivos y la llegada de la esperanza negra a la Casa Blanca.

Los aspectos más político-sociales de lo ocurrido en la mina San José puede que empiecen a alejarse paulatinamente del ojo de las cámaras, aunque éstas seguirán sin duda al Presidente de Chile en la gira que hará por Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Lo que quede será pasto de historias de seguimiento, con entrevistas millonarias a los protagonistas, y acaso de análisis especializados de por qué ocurrió el accidente y de las condiciones en que se trabaja en la pequeña y mediana minería en un lejano país minero.

El debate más importante acaso se dará sólo a escala nacional: las mejorías en las condiciones laborales, las enormes utilidades y pocas contribuciones de las grandes compañías que operan en Chile y el desempleo de los 361 trabajadores del yacimiento colapsado. De las autoridades y multiplicadores de opinión locales, con resonancia o no en el exterior, dependerá de que no ocurra lo mismo que con el fenómeno mediático de Obama en la presidencia de Estados Unidos: el desvanecimiento de una promesa de “nuevo trato laboral” que en el mismo desierto de Atacama anunció el Presidente empresario Sebastián Piñera, mientras morían otros trabajadores atrapados en  minas de la provincia de Petorca.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.