Desde un comienzo, la dictadura tuvo una especial preocupación por los medios de comunicación. Al mismo tiempo que los aviones de la FACH bombardeaban La Moneda, las antenas de Radio Magallanes eran alcanzadas por el fuego, extinguiendo la voz del último discurso del Presidente Salvador Allende.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Días después, uno de los primeros bandos militares clausuró los medios de comunicación y prohibió las transmisiones de radio, para luego autorizarlos pero sometiéndolos a censura previa.
Sin embargo, hubo medios que jamás aceptaron esa censura y periodistas que, poniendo en riesgo su vida y contra todas las dificultades, optaron por informar de manera clandestina lo que pasaba en un Chile dictatorial ausente en las pantallas de televisión.
Análisis, Apsi, Cauce y Fortín Mapocho fueron algunas de las revistas encargadas de dar esa lucha contra la dictadura y a favor de los derechos humanos y la libertad de expresión. Juanita Rojas, periodista de Análisis, explica que este atrevimiento “era una especie de compromiso, que nos hacía sentir con muchas fuerzas, con muchas ganas, y más bien era un incentivo, porque sentíamos que estábamos cumpliendo un rol que era importante”.
Para Patricia Collyer, también periodista de Análisis, esta actitud se entiende desde la perspectiva de que, para ellos, “era un deber, como periodistas, romper el cerco informativo que tenía la prensa de la dictadura. Nosotros sabíamos lo que pasaba y decidimos que había que decir la verdad, que para eso uno es periodista, para informar a la gente y ser la voz de los que no tienen voz”.
Los periodistas de medios no autorizados fueron los encargados de desmentir los montajes armados por la dictadura con la complicidad de la prensa oficial y admiten, con orgullo, que no hubo violación a los derechos humanos que no hayan puesto en conocimiento del público.
Con la Constitución de 1980 se establece la legalidad de todos los medios de prensa, con lo que cada uno de ellos debió hacerse responsable de lo que publicaba y, muchas veces, pagar las consecuencias. En esa época se agudizaron las persecuciones y amenazas y muchos periodistas fueron apresados, entre ellos Juan Pablo Cárdenas, director de Análisis, Mónica González, Felipe Pozo, Fernando Paulsen e Iván Badilla. Pese a ello, la labor del gremio no titubeó.
En ese sentido, para Lorena Pizarro, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, los periodistas “jugaron un rol fundamental” en la dictadura. “A pesar de la tortura, de la marginalidad, de la represión, hubo medios de comunicación y gente de la prensa que se la jugó por desnudar la verdad de lo que ocurrió en el país, aunque eso tuvo costos impresionantes para ellos, entre ellos la persecución y asesinatos”, admite.
Asesinato de un periodista
Dificultades hubo muchas. Pero existe un doloroso hito en común para los periodistas de la dictadura que, acostumbrados a reportear horrorosas violaciones a los derechos humanos, debieron sufrir la partida de uno de los suyos.
La madrugada del 8 de septiembre de 1986, el editor internacional de Análisis, José Carrasco Tapia, fue sacado de su casa por agentes de la CNI, con destino desconocido. Horas después, su cuerpo fue encontrado junto al paredón del cementerio en Américo Vespucio, con 13 impactos de bala.
“Lo negativo fue la pérdida de un compañero de trabajo, el asesinato de José Carrasco. El dolor que implicó, las persecuciones, la cárcel, los amedrentamientos, el miedo que, cuando uno lo recuerda, fueron la parte mala. Pero valió la pena”, expresa Juanita Rojas, su compañera en revista Análisis.
Para Patricia Collyer, el asesinato de Pepe Carrasco “fue un golpe brutal: la dictadura buscaba justamente callarnos, aterrarnos, matarnos”. Sin embargo, este terrible homicidio tampoco logró disuadir la sed de verdad de los periodistas, quienes ahora tenían a quien honrar con su lucha.
“Nosotros éramos un poco monos porfiados, creíamos a ciegas en nuestra opción de mantener a la gente informada y lo que hicimos fue arrancar siempre para adelante. Cuando matan al Pepe, nosotros lo enterramos y el director de Análisis, Juan Pablo Cárdenas, nos da la instrucción a María José Luque y a mí de escribir su historia de lucha, su historia personal”. Así nace Asesinato de un periodista, libro que en más de 200 páginas recorre la vida de un importante luchador social, con cuyo nombre se bautizó la calle en la que se emplazaba la antigua Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, lugar que hoy ocupa el edificio de la Fech.
“Hicimos las cosas con miedo, pero no nos paralizó. Recuerdo que en esa época escribíamos en hojas en la casa, yo tenía la casa llena de los escritos, y uno tenía terror de que llegara la CNI a allanarnos y encontrara todo esto”, rememora Patricia, remontándose a una época oscura cuyas imágenes hemos comenzado a ver frecuentemente en la televisión, 40 años más tarde.
Imágenes prohibidas
Durante la década de los 80, un grupo de periodistas de Análisis crea Teleanálisis, reportajes audiovisuales de frecuencia mensual que se pasaban de mano en mano y que daban cuenta de las crudas imágenes que no transmitía la televisión.
Hoy, el trabajo de Teleanálisis alimenta gran parte de la parrilla televisiva en conmemoración a los 40 años del golpe de Estado. Para Cristian Galaz, periodista de Teleanálisis, estas imágenes “empezaron a adquirir más valor en la medida en que Chile empezó a valorizar más ese tiempo y lo que ocurrió”.
“Desde ese punto de vista, por lo menos para mí es una gran alegría que esas imágenes aparezcan, de hecho el programa Imágenes prohibidas de alguna manera ha hecho uso importante del archivo del trabajo nuestro. Y eso, a mí por lo menos, me llena de alegría y de orgullo, por haber podido hacer algo interesante para lo que es hoy día la mirada hacia atrás y la memoria”, afirma.
Ninguno de los periodistas que arriesgó su vida por informar la verdad de esa época se imaginaba que hoy, 40 años después, su trabajo sería valorado masivamente incluso por la televisión, la que durante una larga dictadura los marginó. “Yo no sé si en esa época dimensionábamos todos la importancia que tenía el dejar registro y que hoy día estén los documentos, las investigaciones, las denuncias, con nombre y apellido, con situaciones tan precisas como logramos dejarlas en esos años. No sé si en esa época teníamos conciencia de la importancia que tenía. Creo que hoy día, cuando lo miro a la distancia, lo valoro mucho más”, confiesa Juanita Rojas.
“No sé cómo explicar lo que nos pasaba en esos años”, admite Patricia Collyer, “si uno mira para atrás, era realmente terrorífico todo lo que pasaba. Y uno sabía, veía las violaciones a los derechos humanos, las reporteaba, y sin embargo no nos parábamos. No sé, era un poco una locura, una cofradía de locos valientes”.