La derechización del juego político

  • 06-11-2013

La derecha no es un partido político, ni dos, ni tres. La derecha es –quizás ante todo– un modo de ejercer el poder que precede su propia apelación en esos términos y que seguirá viviendo cuando hayamos renunciado a las categorías –desde hace mucho obsoletas– de “derecha”, “centro”, “izquierda” y sus extremos.

La derecha sin duda no puede ser desligada de un sector de la sociedad: el de los poderosos. El sector que a lo largo del tiempo se constituyó en dueño del país. Dueño de sus tierras, dueño de sus recursos, dueño de decidir cómo y quién los explota, el para qué y el para quién. Dueño de los principales medios de comunicación. Dueño de configurar también los horizontes de lo posible en cada ámbito que fuera de su incumbencia. También en el ámbito del juego político. Por sobre todas las cosas: dueño de decidir el tipo de impacto que ese juego político podía llegar a tener sobre sus intereses. No los intereses del país. La derecha no tiene país aunque pueda ser nacionalista. La derecha sólo reconoce intereses propios, los de su clan, los de sus pares, estén donde estén. La derecha siempre se mueve entre pares –o entre superiores– y cuando accede a mirar hacia “abajo” es en función de mantener su posición de privilegio.

Se puede y quizás se debe usar el plural. Importantes pensadores dicen que hay que usar el plural. Pero incluso pensando en “las derechas chilenas” y en los múltiples matices que existen entre un sector y otro –entre una época y otra también–, este texto apunta sobre todo a reexaminar lo siguiente: uno de los cambios más significativos al que hemos asistido en los últimos años es la derechización del juego político. Es decir la derechización de todo lo que antiguamente no era la derecha. Pero muy especialmente de los parámetros políticos. E incluso: de la racionalidad política.

Cabe una aclaración o varias. En primer lugar, se debe distinguir la derecha como sector de poder –como sector socio-económico capaz de determinar por fuera de cualquier elección, las grandes orientaciones de un país– de sus supuestos representantes en el juego político. La derecha, desde esta perspectiva, no puede ser reducida a sus figuras más visibles que a diario protagonizan una extraña pantomima. Tan extraña en estos últimos tiempos. Tan eficaz en su capacidad de distracción, en sus desaciertos, en sus ridiculeces a veces. Pero no estamos hablando sólo del desempeño de un gobierno. No se trata meramente de la gestión del actual Presidente. No se trata de que sea mal evaluada por tal porcentaje de la población en tal rubro o en todos. Se trata de que incluso en una coyuntura donde pueda existir tal evaluación negativa existe una derechización de la racionalidad política y de los parámetros del juego político. Porque hoy –por poner un ejemplo actual– para aspirar a ser Presidente con alguna posibilidad de éxito, es necesario que esté totalmente claro que ciertos privilegios no serán cuestionados. Teniendo esto en mente, es evidente que los dueños del país tienen muchos representantes: algunos se definen abiertamente como de derecha, otros se definen abiertamente como gente de izquierda. Y nadie, a estas alturas, puede sorprenderse ante estos hechos.

Al margen de la perplejidad, o de la ausencia de perplejidad del ciudadano común, a “ellos” todo esto no los inquieta. Derecha e izquierda son probablemente palabras que sólo usan para respetar o infringir las reglas del tránsito. A “ellos” –los poderosos, los invisibles– no les importan las palabras que se usen para nombrar el juego, sólo les importa el juego, los hechos. Saben, siempre supieron, cuando sus intereses están a salvo y cuando están amenazados. Hace más de cuarenta años que esos intereses no están amenazados.

En estos días de cierto nerviosismo ligado a las próximas elecciones, se han escuchado muy diversas voces. Cada cual ha ido contando su propio cuento. Lo han hecho los candidatos y lo han hecho los electores. Ese cuento es necesario. No existe la política sin un discurso que la acompañe. Ese discurso juega un rol diferente según la posición que ocupen las personas que lo elaboran. En la mayoría de los casos sólo se trata de intentar ser coherente consigo mismo. Entre los relatos escuchados hay uno, recurrente, en términos de que se podría asestar “una derrota histórica a la derecha”. Pero ¿de qué derecha estamos hablando? ¿De qué derrota? ¿Basta para derrotar a la derecha terminar con un gobierno? ¿Y adónde va la derecha cuando sale del gobierno?

Una vez más: ¿qué elegimos cuando elegimos? En una elección presidencial es muy probable que sólo se pueda elegir al sector encargado de negociar a diario con los dueños del país un pequeño margen de libertad con las correspondientes garantías que aseguran que sus privilegios de siempre no serán cuestionados. Sin duda ese ínfimo margen es lo que hace una diferencia entre un sector y otro. Muchas nobles esperanzas han ido a ubicarse en ese margen. Y es difícil, muy difícil, decir que no tienen razón. Por otra parte, en los sectores de izquierda… nadie quiere “hacer el juego de la derecha”. Para algunos esa complicidad radica en no apoyar cierta candidatura. Para otros es el apoyo a esa misma candidatura el que termina avalando un conjunto de decisiones que han fortalecido y legitimado, en democracia, la obra de la dictadura. Acá también, es difícil decir a cierta ciencia, quién tiene la razón.

Pero de eso se trata precisamente. De razón política. De márgenes. Y de la manera en que año tras año se han ido achicando las perspectivas. Quizás lo único que sea grande en estos días sea la derrota de la izquierda chilena en tanto opción de gobierno. No hay opción de gobierno que sea de izquierda. Sin duda la palabra ya no sirve para nombrar. Pero no se trata de nombres. Los seudónimos existen en política y el hecho de que se usen no tiene el poder de transformar a las personas ni los proyectos que pretenden “renovarse” cambiando de apelación. Las diferentes voces discordantes que han atacado a la derecha en sus fundamentos no lograron unirse. No constituyen una fuerza política de envergadura aunque haya gente valiosa, gente imprescindible, entre sus filas. Pero gente valiosa hay en todas partes. Ningún sector político tiene el monopolio de la canallada ni el de la bondad. No se trata de cualidades personales. Se trata de saber para qué sector social, político y económico estamos –en definitiva– trabajando. Se trata sin duda también de saber si la voluntad de transformar en profundidad la sociedad chilena tiene hoy cabida. Si puede ser defendida en otro ámbito que no sea el de la calle. Si puede, esa voluntad de transformación profunda, ser más que un grito, una consigna o un texto para difundir entre amigos o en diversos espacios marginales. Si puede esa voz de cambio, llámese como se llame, ser algo más que la expresión de un terrible descontento.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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