La urgencia que se están acostumbrando a imprimirle las nuevas administraciones a los primeros días en La Moneda caen en la caricatura y el mal gusto. De solo escuchar a la presidenta y a algunos de sus ministros que ya han dado las respectivas entrevistas mercuriales, como tradicional rito de iniciación, permean una sensación de ahogo y de premura innecesario para quien llega por segunda vez a La Moneda con un breve lapso de cuatro años. Cuando se supone que es una persona de trayectoria, que no viene a improvisar, no resulta incluso nada ingenuo pensar que una buena foto de inicio de tareas hubiese dado una en la que estuviera su gabinete anterior y el nuevo. Dando la idea de que ha sido solo “una pausa y ya estamos de regreso” para seguir en el afán de hacer a Chile un mejor país.
Pero la partida de este gobierno, con un gabinete desprolijo en sus nominaciones, al punto que varios de ellos debieron renunciar antes de asumir, irrita a cualquier trabajador de este país que sabe que este tipo de situaciones no admiten perdonazos en la vida real, donde es el sobre azul y hasta luego.
La idea que en los primeros 100 días de gobierno deben concretarse una serie de medidas en cada cartera pecan de una ingenuidad que irrita. Cuando se sabe que quienes acaban de asumir ni sabían lo que se les venía hace apenas unas semanas.
Increíble que durante todos los meses de primarias y luego de campaña presidencial, Michelle Bachelet no haya recorrido y empapado a todo su nuevo equipo con las demandas de ese Chile que luego la hizo presidenta. Porque no se trata de un problema de dinero, cuando estamos hablando de la campaña más costosa para el bolsillo de la ciudadanía, ya que luego, recordemos, el Estado devuelve lo invertido según la proporcionalidad de votos. De modo que, haber elegido entonces a sus nuevos ministros o posibles equipos ministeriales que pudieran entonces conocer la cultura del servicio público, las necesidades de sus respectivas carteras, habría sido una inversión costosa pero que habría valido la pena.
Pero nos encontramos con un equipo de ministros que debe asumir carteras que quedan descabezadas desde el mismo inicio, cuando se le pide a los jefes de servicio de presenten sus renuncias. Una vez que hayan partido, se inicia entonces,
la búsqueda de quienes puedan asumir esas tareas, y serán meses hasta que todos los cargos estén definidos y se pueda trabajar como corresponde. Cuando lo lógico habría sido que los ministros, conscientes de los desafíos que enfrentaban, hubieran tenido claro con quiénes contaban desde hace mucho tiempo, a su vez, para resolverlos. Pero cuando ni ellos mismos sabían que les tocaría ser nombrados…
Cuando todo el período previo debió ser una selectiva invitación de la presidenta de la República a realizar un largo viaje por mar y por tierra. Para ello, debió haber elegido a sus compañeros de ruta con la inteligencia y sagacidad de quien sabe que invita a una travesía que encierra grandes desafíos, que debe pasar por las turbulentas aguas electorales, pero que promete llegar a esa soñada Ítaca que es La Moneda, una vez ganada la elección. Que no es el fin, sino que la continuación y, en definitiva, la verdadera aventura como es la de gobernar los destinos de un país.
La caricatura, sin embargo, es que habiendo atravesado esos mares de aguas obscuras exitosamente, se llega a La Moneda y, solo unas semanas antes de ingresar, se va viendo con quiénes sigue la parte más importante del periplo.
Crispa el apuro de los 100 días y sus respectivas medidas. Más aún cuando a una ministra como la de Cultura, le ha impuesto la Presidenta 25 tareas que debe hacer en ese plazo, entre las que incluyen implementar 15 centros culturales juveniles, poner en marcha el Programa de recuperación regional de infraestructura patrimonial emblemática y además, como si fuera de pasada, presentar un nuevo proyecto de ley que permita la creación del Ministerio de Cultura y Patrimonio.
Una iniciativa que ha tenido el sino de no haber escuchado a la comunidad en el gobierno anterior y que si Ejecutivo, nuevamente, ingresa un mal proyecto, significa que, en cuatro años más, un nuevo ministro asumirá con la tarea de que reformar en sus 100 primeros días la misma ley…una tarea de nunca acabar.