Quizás porque en México no deja de llover tristeza desde hace demasiado tiempo, la que con los 43 de Ayotzinapa se convirtió en temporal, las palabras de Claudio Magris, en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014, dejaron un aire de profunda melancolía en los presentes.
El escritor y ensayista italiano llegó a Guadalajara, en el Estado de Jalisco, a recibir el Premio Fil de Literatura en Lenguas Romances. Aunque leyó en su lengua materna, en italiano, un ensayo titulado simplemente Lápices de colores, la sintaxis de su discurso permitió seguir su traducción al tiempo que lo iba pronunciando y junto a él, sumergirse en el color de sus palabras. Ese escritor que se ha caracterizado por retratar en diferentes tonalidades su propio mundo, el de la Mitteleuropa y del Río Danubio, de ese Viejo Mundo traumatizado por la caída del Imperio Austro-Húngaro y la horrible Gran Guerra que se les vino después, de ese universo multicromático que, a simple vista, aparece tan lejano de nuestra latinoamericanidad, llegó a darle sentido y profundidad al quehacer de quienes llegan a la más importante feria del idioma castellano.
Partió recordando el autor triestino a otro escritor austríaco y amigo suyo que escribía sus novelas con diferentes lápices de colores, según los diferentes planos de la estructura narrativa. De modo que el azul podía identificar el flujo de la conciencia; el rojo, la narración de una historia de amor y el verde, la descripción de un paisaje… Toda una gama cromática que refleja las diferentes emociones que recorren la escritura y que tienen que ver con el tipo de narración que se esté desarrollando. Niveles que dependen del estado de ánimo o de los objetivos de su autor. Sin estratificar ni canonizar los diversos géneros narrativos, Magris distinguió simplemente una escritura que se hace con la cabeza y otra con la mano. Y luego fue más allá. Siguiendo a su amigo Ernesto Sábato, dijo que hay una escritura que se hace en el día, “en la que un escritor expresa un mundo en el que se reconoce, del que enuncia sus valores, su modo de ser, aunque todo sea de su invención”. Y otra nocturna, en la que el escritor ajusta cuentas con algo que de pronto surge dentro de él y que tal vez ignoraba: “sentimientos, pulsiones inquietantes, verdades inquietantes-como escribió Sábato-, que lo dejan estupefacto, lo horrorizan, le muestran un rostro suyo desconocido…”.
Autor de Conjeturas sobre un sable, El Danubio, Otro mar y Microcosmos, de una vasta obra ensayística y periodística. Ha obtenido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2004) y llegó a la FIL de Guadalajara a recibir su más reciente reconocimiento.
El Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances busca celebrar a diferentes idiomas que, a pesar de ser distintas, comparten una misma raíz, una misma manera de entender el mundo.
Muchísimo. Para empezar, porque la lengua es una manera de ver el mundo. Piense, por ejemplo, en el uso de los verbos. Piense, también, en los idiomas cercanos. Existe, por ejemplo, una lengua que hace diferencia entre amó y amaba, y otras lenguas no la hacen. Piense en los chamacoco, los indígenas que viven entre Paraguay y Bolivia, que expresan la negación con el futuro; para decir “no te amo”, dicen “te amaré”, pero no como promesa de “amar mañana”, sino que, en el futuro “no te amaré nunca”, ya que el futuro no existe. Le contaré una anécdota que tiene que ver con Chile, a propósito de estas lenguas romances relacionadas con el premio que acabo de obtener. Hace unos años, en la Cordillera de los Andes, partiendo desde San Pedro de Atacama, hice una caminata de todo un día, llegando a 4100 metros de altura. Ahí me encontré con una vieja indígena que estaba descansando en el patio de su casa. Hablé un poco con ella, que de manera genial me dijo: “Mire, dicen que tengo 100 años, pero imagínese usted, actualmente no funcionan bien las oficinas del registro civil, se puede imaginar cómo podían funcionar hace 100 años… no se puede confiar”. Después de haber conversado con ella, me puse a pensar que pude comunicarme con ella gracias al hecho de que el latín llegó a España, luego se trasformó en el castellano -así como también en el italiano- , sin embargo esta mujer indígena lo habla. Entonces pensé que gracias al latín de dos mil años atrás, yo pudo hablar con esta indígena.
Esa hermandad lingüística nos hermana también en una manera de entender el universo, nos permite habitar el mundo de modo similar…compartimos la construcción gramatical. A propósito de construcciones, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa escribió el libro La verdad de las mentiras, para explicar su relación entre la ficción y realidad. En su caso, usted no habla de mentiras para referirse a la ficción, sino que habla de la ambigüedad, como lo explica en la conversación junto a su traductora al castellano, la mexicana María Teresa Meneses, en el libro El tallo entre las piedras (Ed. Cal y Arena). ¿Cómo vive Claudio Magris la verdad y la ambigüedad?
Esto de la afinidad de las lenguas, a las que usted se refiere como la afinidad de la visión del mundo, no es casualidad, así, por ejemplo, que mis libros sean amados y acogidos tan generosamente en los países de habla española -como en pocas otras partes del mundo- y esto creo que no depende tanto del italiano, sino más bien de algo similar, a pesar de las infinitas diferencias individuales, ideológicas, religiosas, que es la capacidad irónica. Si me pidieran mencionar una razón de esta afinidad -y acá voy a contestar a su pregunta sobre verdad y ambigüedad- diría que es la capacidad de creer y de no creer al mismo tiempo, pero no con vacuidad, no con futilidad. Lo dijo claramente Miguel de Cervantes, cuando Don Quijote le cuenta a Sancho lo que vio en la Gruta de Montesinos: a gigantes, hadas, magos. Sancho escucha todo encantado y dice: “Bah, yo creo que nada de eso es verdad”. Y Don Quijote le contesta: “Mira, tal vez tengas razón, Sancho”. Pero Don Quijote no deja de creer al mismo tiempo en este encanto, por tanto se trata de esta capacidad de ser en la edad adulta un poco parecidos a los niños… cuando los niños juegan con una cajetilla de cigarrillos, la ponen sobre el agua y la transforman en un galeón. Claramente, saben que eso no es un galeón, porque no están locos, pero saben que no es solo una cajetilla de cigarrillos vacía, que es también un galeón. Y esto creo que es una profunda afinidad, porque supongamos si alguien hubiese preguntado a Cervantes: “Pero cómo, ¿es verdad o no es verdad lo que Don Quijote vio?”. Cervantes hubiese respondido: “Gracias, hasta aquí llegamos”. Vamos ahora a la verdad y a la ambigüedad: yo creo en la búsqueda de la verdad. Hay un dicho en el evangelio que Freud tenía expuesto en su estudio de Viena en calle Bregasse 19 que decía: “La verdad os hará libres”, es decir, la capacidad de mirar a la cara las cosas, sin fingir no verlas. Cada uno de nosotros corre el riesgo de construir su Pueblo Potemkin porque no quiere ver su propia enfermedad, su propia mentira. Pero la verdad es como esta luz que se refracta en distintos colores, ¿qué color de la luz es el verdadero? No es que el rojo sea más verdadero que el azul. Hay distintas longitudes y frecuencias de ondas de la luz, que son verdaderas, pero que sin embargo nuestro ojo ve azul o rojo, y luego lo dota de significados, como el azul del mar, el azul de los ojos de una persona, y así sucesivamente… Por lo tanto, en esta relación entre verdad y ambigüedad, nuestro destino es vivir en la ambigüedad y en la incertidumbre, pero sin jugar con la ambigüedad, porque en realidad se enfrenta a la ambigüedad. Sabiendo que la vida es ambigua, que en la relación con la persona que amamos, no hay solo amor, sino también dificultades, rechazos, pero sólo si continuamos buscando esta verdad somos leales con la ambigüedad. La poesía, la literatura, la ficción, son también siempre una mentira. Los antiguos griegos decían: “Los poetas dicen muchas mentiras”, que sin embargo no son mentiras, son metáforas. Porque si dicen: “El alba tiene los dedos rosados”, está claro que si esto lo afirma un instituto astronómico se trata de una mentira, de un engaño, pero, si es una manera de decir que no debe ser entendida al pie de la letra -y la literatura no es al pie de la letra-, es entonces una metáfora, y esto nos explica la poética del alba. Finalmente, vivir en la ambigüedad, sabiendo distinguir entre ambigüedad y verdad y, sobre todo, distinguiendo la metáfora de lo que es lo literal.
En su caso, Claudio, su obra explora terrenos de la verdad y la ambigüedad, a través de los diversos géneros, sea la novela o el ensayo. A propósito de este maravilloso ensayo que leyó cuando recibió el Premio FIL en Lenguas Romances titulado Lápices de colores, ¿qué colores tiene la novela? ¿Hay algún tipo de color para cada género?
Nació del hecho de que un amigo y gran escritor austríaco Heimito Von Dorerer, muchos años atrás, me mandó un libro suyo con una dedicatoria escrita en diversos colores. Porque él escribía en distintos colores, incluso también las novelas en distintos colores, él escribía en rojo la corriente de la conciencia (stream of consciousness); en azul, la narración de los acontecimientos, y así sucesivamente, todo esto para distinguir. Yo en lo personal escribiría en azul las cosas a las que más tengo cariño. En el fondo, lo que quería decir metafóricamente es que existen distintas formas de escribir. Por ejemplo, dejando de lado el tema de los colores, cuando escribo artículos que tratan de intervenciones políticas, la escritura es más definida, rápida, paratáctica, debe ser sí, sí, no, no, debe ser clara, breve… Si hablo de la justicia, debo ser tajante, como el evangelio, “sus palabras sean sí es sí, si es no es no”. Si comienzo a hablar, en cambio, de la historia de un juez corrupto, la escritura comienza a ser ambigua, porque también un corrupto, que es algo horrible, no es solo un corrupto, es una persona que lleva consigo la corrupción en su vida. Y es así como todo se torna complicado. La escritura de mis novelas es muy paratáctica, con muchas frases secundarias, que corrigen, completan, modifican, lo que he expresado en la frase principal. Éstas son las distintas escrituras. Está también la escritura que Ernesto Sábato llamaba diurna, en la cual el escritor expresa, incluso inventando, un mundo en el cual se reconoce, un mundo que corresponde a sus valores, a su sentido de la vida. Y además existe esta rara escritura denominada nocturna que, a veces, sorprende al propio escritor, porque dice cosas que tal vez no quisiéramos decir, que no nos gustan, porque nos muestran un lado de la vida que no corresponde al que acostumbramos a ver, pero que surgen de lo más profundo de nuestro ser. Hay un hermoso cuento de Hoffmann, un romántico alemán, en el cual aparece un poeta que escribe un poema que narra un sueño angustiante, y lo escribe con mucho control, luego lo corrige, lo pule. Después decide leer el poema en voz alta para escuchar cómo suena, y de improviso, angustiado, grita: “¿de quién es esta horrible voz?”, como si no fuese la suya. Es como cuando nos encontramos de sorpresa frente a la imagen de Medusa, de la vida: no podemos, aunque queramos, llevarla al peluquero para que sea más presentable su cabellera de serpiente; hay que encarar la realidad. Cada uno de nosotros tiene también muchos dobles, que cuando quieren hablar, si somos honestos, deberíamos cederle la palabra, pasarle el micrófono, incluso cuando quisiéramos escuchar otras cosas. Ernesto Sabato dijo: “Ciertas verdades mías detestables me traicionaron”, porque contradijeron las cosas en las que él creía, por las cuales había luchado.
Hay muchos elementos que nos permiten reconocer esas voces…
…por ejemplo, José Donoso tiene una escritura nocturna, arrebatadora, por momentos que aleja al lector. Yo amo mucho la escritura de Donoso.
…a propósito de Donoso, ¿qué otros autores chilenos lee o disfruta?
Hay varios, he leído a los poetas a Neruda, he leído incluso a los antiguos, a muchos, además a Bolaño, recientemente leí a Gattini, “El Barco”, de manera desordenada.
Usted tuvo un encuentro determinante para su propia escritura con el escritor argentino Jorge Luis Borges. ¿Cómo sucedió?
Me reuní con él sólo una vez. Sin embargo, pasé un día y medio en Venecia con él. Yo ya conocía su obra y había sido muy importante… ¿Cómo manejarse con un escritor que uno ama tanto y al cual uno le puede y debe decir la verdad, incluso cuando esta puede traer problemas? De hecho, en un momento, le dije: “Sabe, sus cuentos me hacen pensar especialmente en esos sentimientos amorosos que por una u otra razón se bloquearon, reprimieron, sublimaron…”. Y en este punto él se ruborizó un poco por esto que le dije. Y luego hablamos de sus cuentos, de sus significados. Más tarde le dije que, según mi parecer, existen dos Borges: uno grande y el otro menos grande. Que existía un Borges estereotipo de sí mismo, cuando juega demasiado con la verdad, la ilusión, cuando existe un exceso de intelectualismo. Le dije sobre el Borges grande: “Cuando leí el Aleph, había recién muerto mi padre, y en ese momento entendí una cosa fundamental de mi dolor por la pérdida de mi padre. Porque el narrador del Aleph sale del hospital donde Beatriz había fallecido, y nota que en el muro de una casa sacaron una publicidad de cigarrillos. Entonces, le viene una puntada al corazón, porque comprende que el incesante movimiento del universo se está alejando de Beatriz. Entendí que es esto lo que se pierde con la muerte de las personas amadas, o sea, los muertos siguen viviendo entre nosotros, pero no se puede hablar de lo que pasa después de su muerte. Yo no puedo hablar con mi padre sobre los acontecimientos del 68, porque él ya estaba muerto, por lo tanto no lo había presenciado”. Después le dije: “Mire, le quiero regalar una historia con la cual usted puede crear una obra maestra”. Ahora mismo no quisiera repetir esta historia de los cosacos, que es verdaderamente una historia borgeana, de una repetición de una vida ya vivida, esta verdad falsa que se vuelve más verdadera que la verdadera, porque muestra que lo que uno debería haber sido que es igualmente verdadero a lo que uno realmente ha sido… Y, entonces, él me hizo un gesto con la mano y me tocó levemente el brazo y, me dijo: “No, la historia escríbala usted”. Y de esta forma, la literatura universal ha perdido una obra maestra, pero yo pude escribir mi primera ficción, Conjeturas sobre un sable.
Esta historia de cosacos se relaciona con la de Miguel Krassnoff Martchenko, una figura que también se vincula con la historia del Chile reciente. Era llamado el Príncipe o el Cosaco y fue uno de los torturadores del régimen dictatorial de Augusto Pinochet. ¿Cómo se funde la literatura con la realidad, la ambigüedad con la verdad, con el dolor…?
En este punto, yo sólo le puedo contar lo que ha sucedido. Primero, a estos cosacos yo los había visto, porque en el último invierno de Segunda Guerra, en el 44-45, yo tenía 5 ó 6 años, y me encontraba en Udine, porque mi papá estaba internado en el hospital. Udine estaba ocupada por los nazis, y por los aliados cosacos: caballos, camellos, todo este extraño ejército, y yo estaba muy sorprendido por todo esto. Una vez crecido, quise investigar acerca de estos extraños soldados que eran distintos de los italianos, de los alemanes, de los norteamericanos. Lo que más me sorprendía era, en primer lugar, esta historia grotesca, esta patria cosaca que los alemanes habían prometido a los cosacos, y que según los planes originales -si la guerra hubiese sido ganada por los alemanes- habría estado ubicada en algún rincón de la Unión Soviética. Pero poco a poco, gracias a Dios, a medida que a los alemanes les fue yendo mal en la guerra, la iban corriendo en el mapamundi como en un juego grotesco. Y luego me sorprendió la historia de Krassnoff: los alemanes que lo recogen del olvido, él que ya había combatido y perdido la batalla en contra de los rojos, se instala en un pequeño pueblo, en una posada donde restaura la corte cosaca, sueña las grandes empresas militares mientras los alemanes le encargan pequeñas y odiosas operaciones militares, como quemar pueblos, etc. …. Y esta manera de vivir siendo prisionero de un guión, de vivir como un personaje vivo que termina siendo el personaje de una terrible novela escrita por la historia. Y además la muerte, sobre todo… Porque por largo tiempo se creyó que Krassnoff había muerto en el último enfrentamiento de los partisanos mientras trataba de dirigirse hacia al norte vistiendo el uniforme de soldado simple. Luego se supo, a través de los archivos, que Krassnoff se entregó a los ingleses, los ingleses lo entregaron a los soviéticos, y fue ahorcado en Moscú en el año 1947, después de que muchos de sus cosacos se habían suicidado tirándose al río Drava. Pero incluso conociéndose la verdadera historia, aún existe gente que quiere creer que Krassnoff fuese aquel viejo desconocido muerto en la orilla de un pequeño río entre Triestre y Udine. Actualmente, aún existe quien lo sigue creyendo… Antes de la novela, publiqué un artículo en el Corriere della Sera en el cual conté la verdad histórica, es decir, que Krassnoff había fallecido en Moscú, pero volviendo a leer el artículo, vi que habían tantas frases secundarias, verbos condicionales, frases concesivas, subjuntivos:… y “quizás”, “si bien”, “aunque”, como si yo también quisiese insinuar la duda sobre aquello que yo decía, no creyéndome yo mismo el cuento al 100 por ciento. Entonces, me hice la pregunta: ¿Por qué yo también querría que Krassnoff hubiese muerto allá, y no en Moscú? ¿Qué verdad humana, poética o existencial se esconde detrás del deseo de creer en una versión históricamente falsa? ¿Qué había en Krassnoff para merecer esa otra muerte, aquella con el uniforme humilde de soldado simple? Acá no hay historia, porque la historia es clara: Krassnoff fue ahorcado en Moscú; hay solo literatura, que, como decía Manzoni, no cuenta los hechos, sino solo cómo y porqué los hombres los han vivido.
¿Por qué se escribe?, se pregunta Claudio Magris…
Por tantas razones: por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la vida. A veces, para establecer un orden, otras para deshacer un orden preestablecido; para defender a alguien, para agredir a alguien, Para luchar contra el olvido, con el deseo –tal vez patético, pero grande y apasionado- de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión del tiempo, de la muerte. Escribir en es también un intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar- deseo vano e imposible, quijotesco, pero inextirpable- cada vida. No sé qué color tenga este grácil y maltrecho barquito de papel que podemos construir con nuestras palabras; sabemos que está destinado a hundirse pero no por eso dejamos de escribir. Y si se hunde, su escritura no será de color negro, que es ausencia de color, sino blanco, o sea la unión de todos los colores.
Nuestros sinceros agradecimientos a Anna Mondavio, al Instituto Italiano de Cultura y a la Oficina cultural de la Embajada de Italia en Chile por la traducción de esta entrevista.