Las noticias no son buenas. Las conclusiones que llegan desde ONU Mujeres sostienen que a pesar de que 189 países apoyaron los acuerdos de Beijing, hoy no hay ninguno en el mundo que pueda reconocerse como un país equitativo para hombre y mujeres. La violencia contra mujeres y niñas persiste, el acceso a bienes y educación es desigual y las mujeres líderes en espacios públicos o privados continúan siendo minoría. Por ejemplo, en esto ultimo nuestro país está muy por debajo de Europa (18%) o Estados Unidos (19%) con un mísero 5,4% de mujeres en directorios de compañías o en términos de representación política en donde las mujeres son menos del 16% del congreso, cuando en el resto de la región el promedio es de 26%.
Según la ONU el lento progreso hacia la equidad se explica por factores como las crisis económicas y políticas, y un extremismo en auge que promueve acciones dirigidas contra los derechos de las mujeres. Y se podría avanzar con medidas que aseguren a participación de las mujeres en el espacio público como la generación de trabajos apropiados y el apoyo a la participación de las mujeres en todos los niveles de la toma de decisiones. Y si, todo eso es absolutamente necesario, pero no suficiente.
Asistí al encuentro “Las Mujeres en el Poder y la Toma de Decisiones: Construyendo un Mundo Diferente” organizado en Santiago por ONU Mujeres, Sernam y el Ministerio de Relaciones exteriores, y escuché con atención a increibles mujeres líderes de diversos países, que compartían su experiencia desde distintas áreas. Me llamó muchisimo la atención que ninguna de ellas hablara de los imaginarios que los medios de comunicación instalan sobre las mujeres.
Y claro que hay que tomar medidas prácticas. Hay que invertir en igualdad y presionar por equidad. Pero creo que no se avanzará si no se reflexiona también sobre las narraciones que hoy existen sobre lo que es ser mujer. La violencias simbólicas son las que alimentan y perpetúan las violencias materiales. La violencia sexual es excusada por la objetivación que tanta producción cultural hace de los cuerpos femeninos. La discriminación en los accesos al trabajo y los liderazgos es sustentada por relatos que instalan a la mujer como un ser limitado y cuyo único lugar es el ambito de lo privado.
¿Será coincidencia que en un mundo en donde menos del 32% de los personajes del cine y la televisión son mujeres, ellas mismas se encuentren relegadas? Entre el 2009 y el 2013 de las cien películas más taquilleras producidas en Hollywood sólo un 4,7% fueron dirigidas por mujeres. En ese centenar de filmes sólo el 12% tenían a mujeres como protagonistas y solo un 34% de ese tercio de personajes femeninos tenía un rol activo, o sea dos tercios de las mujeres que si aparecen en la pantalla son “la mamá de…” o “la novia de..”
En Chile las cosas no están mejores, de los 41 largometrajes de ficción estrenados el año pasado, solo 4 fueron dirigidos por mujeres – “Mar” de Dominga Sotomayor; “Joselito” de Bárbara Pestan; “Maria Graham” de Valeria Sarmiento y “No soy Lorena” de Isidora Marras- al que se suma “La Madre del Cordero, codirigida por Rosario Espinosa y Enrique Farías. Ninguno de estos filmes se ha estrenado aún comercialmente.
La falta de acceso al relato, a participar de la narración de la historia propia o compartida, de enriquecer el diálogo con “la otra” mirada es, a mi parecer, fundamental para que podamos avanzar hacia una real equidad. Mientras sean otros quienes “cuenten el cuento”, incluso nuestros propios cuentos, y nos pongan ocupando los mismos lugares de siempre es dificil que avancemos hacia un mundo más compartido.
Cuando las princesas Disney comenzaron a ser creadas por mujeres en películas como “Valiente” (co dirigida y creada por Brenda Chapman) y “Frozen” (co dirigida y co escrita por Jennifer Lee) los valores que las niñas pudieron ver en ellas cambiaron. Ya no se trataba de figuras frágiles esperando ser rescatadas por el príncipe, sino de jóvenes activas y determinadas que desafiaron su destino y conquistaron su espacio.
Es fundamental que para crear una sociedad en donde todos y todas podamos compartir dignamente espacios y roles, todos y todas tengamos acceso no sólo a la educación, a los bienes y al trabajo; sino también al relato, a la figuración de nuestros imaginarios y desde allí a la inspiración para nuestra cotidianeidad.