Ciencia, arte y literatura: La deuda chilena

Nos correspondería entender el legado de las culturas originarias y hacernos cargo del nivel de investigación de frontera que se está desarrollando en Chile, en astronomía, pero también en las ciencias biológicas, computacionales, físicas, químicas y tantas otras ciencias, para darse cuenta que material tenemos de sobra como para crear los proyectos más disparatados. Como ya lo han hecho los mexicanos a través del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato.

Nos correspondería entender el legado de las culturas originarias y hacernos cargo del nivel de investigación de frontera que se está desarrollando en Chile, en astronomía, pero también en las ciencias biológicas, computacionales, físicas, químicas y tantas otras ciencias, para darse cuenta que material tenemos de sobra como para crear los proyectos más disparatados. Como ya lo han hecho los mexicanos a través del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato.

Cuando Chile fue el país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el año 2012, imaginé de inmediato que el concepto del pabellón debía girar en torno a la astronomía. ¿Qué tiene que ver la astronomía con los libros?, podría decir alguien. Pregunta que se podría cambiar por: ¿cómo se ha dado la relación entre la palabra, oral o escrita, con la bóveda celeste? Y ahí el punto de vista cambia, haciendo que conceptos que pudieran parecer extraños resulten mucho más próximos y dialogantes. Así es cómo yo imaginaba ese enorme espacio que dispone cada país invitado en el enorme centro de convenciones donde se realiza la Feria del Libro de Guadalajara, todo cubierto de estrellas y bajo ellas, la presencia los mitos cosmológicos de nuestras variadas culturas originarias, la poesía, la palabra y, claro, los libros. Imaginaba que los múltiples observatorios estarían interesadísimos en ser parte de una vitrina de este tipo cediendo las imágenes que captan sus cada vez más potentes telescopios, que las universidades enviarían gustosos a los astrónomos que se han dedicado a la divulgación científica y que la poesía, y toda la palabra impresa tendría un marco donde la ciencia y la literatura permitiría a los visitantes sorprenderse y no olvidar jamás que Chile es un país de estrellas…Pero lo que decidió finalmente, la comisión encargada de este tema fue un concepto de pabellón que denominaron de “casa abierta”, concebida como toda la empalizada rústica de una casa con techo de dos aguas donde los libros, muchos libros, estuvieron disponibles para demostrar que en Chile hay una industria editorial importante.

Sin embargo, quizás antes de llevar esta imagen al exterior, me refiero a la de Chile, polo astronómico que en pocos años alcanzará el 70 por ciento de la capacidad de observación planetaria, haya que crearla primero en casa. Es decir, hay que hacer conciencia en nuestra población que disponemos de ciertas condiciones excepcionales para la observación del espacio desde suelo chileno, particularmente, en la zona norte, donde el Desierto de Atacama con su sequedad extrema y una corriente de Humboldt que minimiza la evaporación de las aguas del mar, permiten que la visibilidad sea óptima. Pero al mismo tiempo nos correspondería entender el legado de las culturas originarias y hacernos cargo del nivel de investigación de frontera que se está desarrollando en Chile, en astronomía, pero también en las ciencias biológicas, computacionales, físicas, químicas y tantas otras ciencias, para darse cuenta que material tenemos de sobra como para crear los proyectos más disparatados. Como ya lo han hecho los mexicanos a través del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato, uno de los eventos de las artes escénicas más importantes de nuestro continente que, sin pudor celebrará la 43º edición bajo el lema “La ciencia del arte/El arte de la ciencia”, un juego de palabras que significará  que entre el 7 y el 15 de octubre próximos, se den cita científicos y artistas en esa entrañable ciudad. Estará allí el Premio Nobel de Química Roald Hoffmann, quien además es dramaturgo y poeta, dualidad que no es tan inusual como pudiera pensarse, quien recitará sus “poemas moleculares” al tiempo que se proyectarán en pantallas gigantes imágenes del espacio tomadas por la NASA. Habrá músicos electrónicos, una coreografía en la que bailarán robots y también se escuchará una sinfonía basada en el padre de la bomba atómica.

El director del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato es el destacado escritor mexicano Jorge Volpi, quien ha hecho en su propia obra un cruce de la ciencia y de la literatura. La llamada Trilogía del siglo XXI comenzó en el año 1999 con el superventas En busca de Klingsor, al que siguió la novela El fin de la locura y, finalmente, No será la Tierra dan prueba fiel que este festival está en las manos correctas. Un escritor que no tiene miedo al cruce entre arte, ciencia y literatura ya que son sus propias pasiones reflejadas en una programación que produce envidia desde este lado del mundo, pero también nos dan la esperanza de que aún podemos aspirar a ver en Chile un diálogo interdisciplinario de esta envergadura algún día.





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