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Combate y voracidad en el mundo del libro

Lo que se encuentra es la misma lógica de la disputa que vemos a diario en otros ámbitos públicos, obligando a todos quienes son parte de esta industria, quiéranlo o no, a invertir una cantidad enorme de energías en desarrollar estrategias para ganar espacios de poder más que dedicarse a lo suyo, que es promover la lectura y desarrollar la industria del libro en Chile.

Vivian Lavín

  Viernes 15 de abril 2016 9:54 hrs. 
filsa

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Resulta francamente agotador echar un vistazo a lo que está sucediendo con los estamentos gremiales del libro en Chile. No es que su actividad sea tan dinámica que produzca cansancio el solo asomarse a lo que están haciendo por la industria del libro en nuestro país. Y si bien están haciendo mucho por ello, es decir, muchos están trabajando arduo, lo que desanima es constatar el ánimo belicoso que hace palidecer los logros y los esfuerzos conquistados.

En tiempos en que el país está crispado por la irresponsabilidad de la clase política y empresarial, que ya van siendo lo mismo, y que no se cansan de dar un espectáculo grotesco de la falta de compromiso con los valores más esenciales, como la honestidad y la equidad, la cultura debiera ser un remanso en el que el pueblo pudiera descansar de tanta insensatez, un espacio donde solazarse con la belleza o el intento por alcanzarla. Lo que se encuentra, sin embargo, es la misma lógica de la disputa que vemos a diario en otros ámbitos públicos, obligando a todos quienes son parte de esta industria, quiéranlo o no, a invertir una cantidad enorme de energías en desarrollar estrategias para ganar espacios de poder más que dedicarse a lo suyo, que es promover la lectura y desarrollar la industria del libro en Chile.

Y nos arrastran también a nosotros, a quienes trabajamos en el mundo de la cultura a destinar espacios como este, cuya finalidad es comunicar y de paso contagiar a nuestras audiencias el gusto por la lectura, la música y otras expresiones culturales de calidad, a entregarles el triste panorama al interior de la industria del libro. La advertencia entonces, es a premunirse de una buena mascarilla para no quedar infectados con tanta peleadera, que para eso sí que somos expertos en Chile, y mirar de manera crítica lo que está sucediendo.

En el día de hoy y en las oficinas del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes se reunirán, convocados por el Ministro de  Cultura, los actores gremiales de la industria del libro en Chile para buscar fórmulas de cooperación y de trabajo en conjunto debido a las pésimas relaciones entre ellos. Allí estará la Cooperativa de la Furia del Libro, los Editores de Chile y la Cámara Chilena del Libro, además de las editoriales transnacionales que pertenecían a ella hasta hace poco tiempo. El problema central es la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), que es, en definitiva, la más importante fiesta cultural de nuestro país o debiera serlo, y que nació hace 36 años al alero de lo que hoy es la Cámara Chilena del Libro y que agrupaba entonces a todos los que intentaban hacer algo por la cultura en Chile, juntándose en el Parque Forestal a enfrentar con las armas de la cultura a un gobierno que la veía como una cuestión peligrosa. Pero los de entonces, ya no son los mismos: quienes hicieron ese gesto valiente de reunirse bajo los árboles a riesgo de sus propias vidas a compartir sus libros, porque la compra y venta no era lo central del asunto, hoy se han convertido en escritores, editores y libreros consolidados económicamente, que han logrado instalar una incipiente industria del libro en Chile. Junto a ellos, por cierto y con la complacencia estatal, las transnacionales se acomodaron en un escenario en el que hoy se transan millones de dólares y es a la luz de estas cifras que puede entenderse la raíz de tanta disputa y mezquindad.

El origen de la Filsa era el de establecer un espacio de resistencia literaria y cultural y lo paradójico, es que a 26 años de terminada la dictadura, en lugar de focalizarse como un espacio destinado a fomentar la lectura y la cultura, nos encontramos a sus diversos actores disputándose los dineros del Estado con el objetivo de tener una mejor posición para vender sus libros algunos, y mercancías, otros, porque no todo papel impreso y empastado con forma de libro lo es en estricto rigor, y la Filsa ha permitido que muchos de estos pseudo libros y pseudo editoriales hayan tenido un protagonismo que no merecen.

La pregunta es: ¿cómo se llegó a esta situación? Pues de la misma manera cómo ha venido desarrollándose esta larga posdictadura, permitiendo que la voracidad del mercado se haya apoderado de espacios culturales que fueron conquistas políticas de hombres y mujeres que tienen nombre y apellido y cuyos valores de entonces, solo en algunos, siguen intactos; que el Estado haya aupado la consolidación de los grandes conglomerados editores sin una política de fomento a la industria nacional; que los editores chilenos hayan aceptado este tratamiento durante tantos años, entre otras razones, imposibles de enumerar en este espacio.

Lo cierto es que acá los que han perdido son los lectores chilenos, actuales y futuros. Es a ellos a quienes toda esta industria debieran pedirles perdón por haber olvidado ese espíritu original combativo y solidario que debieron haber mantenido en contra de los intereses egoístas, perdurando lamentablemente, el ánimo de pelea al interior de un gremio que está llamado a ser un ejemplo en los tiempos que arrecian.

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