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Señora Bachelet: No es la Qué Pasa ni la libertad de prensa, es Álvaro Saieh…

¿Por qué Bachelet se querelló en contra de Qué Pasa y no en contra de Juan Díaz? Hay tres posibles razones para ello y las tres muestran cuán poco sofisticada es la actual conducción política de La Moneda.

Víctor Herrero

  Lunes 6 de junio 2016 6:51 hrs. 
bachelet

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No deja de ser curiosa la relación que la Presidenta Michelle Bachelet tiene con los medios de comunicación.

Como su capital político se basaba, hasta hace pocos años, en su cercanía con la gente, sus plataformas mediales favoritas han sido programas livianos y casi faranduleros. No es casualidad que en mayo del año pasado escogiera un programa de Don Francisco para dar a conocer uno de los cambios de gabinetes más dramáticos desde 1990.

La prensa más seria, en cambio, siempre le pareció un estorbo que interfiere en la comunicación entre ella en su condición de “mamá de la Nación” con sus hijos ciudadanos. Y en ello da lo mismo si esta prensa es de derecha o de fuertes rasgos conservadores, como la que desde 1990 domina el escenario de los medios oficiales, incluyendo a TVN, o de izquierda o independiente. La prensa que critica, que cuestiona, que pone en duda, es una mala prensa.

En febrero de 2015 la propia Mandataria reconoció que se había enterado por la prensa de un oscuro negocio inmobiliario ideado por su nuera Natalia Compagnon y que contaba con la participación activa de su hijo Sebastián Dávalos y del mismísimo Andrónico Luksic en su condición de dueño del Banco de Chile. Esa “prensa” fue la revista Qué Pasa, que había revelado los primeros aspectos del llamado caso Caval, un escándalo que provocó un desplome de la popularidad de Bachelet que parece ser imposible de revertir.

La semana pasada, la mandataria se querelló en contra de esa misma revista y varios de sus profesionales por publicar en una breve nota transcripciones de una escucha telefónica a uno de los partícipes del caso Caval, donde menciona que Bachelet podría haber sido parte de la “repartija” del negocio de terrenos en Machalí. Se trataba de los dichos de Juan Díaz, un sombrío operador de la UDI que forma parte de la telaraña de Caval, cuyas conversaciones telefónicas fueron grabadas por una unidad de inteligencia de Carabineros a mediados del año pasado, cuando el escándalo ya estaba plenamente instalado en la opinión pública.

Es decir, la sospecha de Bachelet de que se trata de un montaje tiene bastante asidero. Pero, ¿por qué se querelló en contra de Qué Pasa y no en contra de Díaz?

Hay tres posibles razones para ello y las tres muestran cuán poco sofisticada es la actual conducción política de La Moneda.

La primera es la más obvia y la que la mayoría de los comentaristas políticos y periodísticos han destacado en los últimos días. Se trata de una acción torpe de una Presidenta que no sabe cómo se maneja la prensa y que apela al viejo argumento de los poderosos de este país: la llamada honra. “Creo que es una canallada, una infamia”, afirmó Bachelet al conocer la publicación de la revista a fines de la semana pasada. “Basta ya de mentiras”, remató.

En primer lugar, sería interesante saber cuáles son las otras mentiras de la prensa a la cual se refiere la Presidenta de la República. Segundo, es curioso que la mandataria que siempre ha apelado a ser una chilena más recurra ahora a la “honra” de su persona para querellarse de manera privada (aunque todos sus testigos sean funcionarios o personajes públicos). No hay que sacarse la suerte entre gitanos. En Chile, la “honra” es un rasgo reservado para miembros de la elite, no para ciudadanos comunes. ¿Cuándo se ha visto que un estudiante injustamente detenido o injuriado por Carabineros, por ejemplo, pueda recurrir a su honra? Más bien al revés. Si eres moreno, de un barrio históricamente catalogado de “flaite”, lo más seguro es que tengas la honra de ser automáticamente calificado de delincuente o drogadicto. Es decir, no tienes honra. Ese es un rasgo que pertenece a otros, por ejemplo, a los controladores de Penta, que esgrimían su honra como última línea de defensa, tal como lo hicieron Pablo Longueira, Jovino Novoa o Jaime Orpis. Aquí sería bueno recordar el dicho de “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Por lo tanto, creer que alguien pueda simpatizar con Bachelet porque su “honra” fue afectada, no resuena en ningún lado a lo largo de este país.

La segunda razón es apelar a la irresponsabilidad de los medios de comunicación. Nuevamente, La Moneda equivoca el camino. Por si no se ha enterado, pese a todos sus pecados, la prensa está viviendo un renacimiento. Muchos ciudadanos felicitan la labor de los fiscales y de la prensa en revelar los enormes escándalos que están sacudiendo al país, los que muestran que, al fin de cuentas, Chile no es una excepción sino que es igual de corrupto y vendido que cualquier otro país de nuestra región. Tirarse en contra de la prensa pudo dar algunos réditos hace algunos años, pero hoy es ir en contra del sentir ciudadano.

La propia Bachelet pareció deslindar que un efecto que buscaba con esta querella era buscar un “periodismo serio y riguroso”. Es verdad, Qué Pasa no fue rigurosa. Pero también es verdad que de existir una prensa “seria y rigurosa”, los gobiernos de las últimas décadas lo hubieran pasado harto peor. De haber existido medios tan serios como The New York Times The Washington Post, probablemente Ricardo Lagos no llega al final de su mandato debido al caso MOP-Gate, por ejemplo.

En esta misma línea, los pocos defensores de la acción judicial de la ciudadana Michelle argumentan que Bachelet es víctima de una prensa derechista y altamente concentrada. Así, el alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue, afirmó que “el primer peligro para la libertad de expresión es la concentración de los medios”. Tiene toda la razón, pero el edil olvida de algunas cosas. Entre ellas, es que han sido los propios gobiernos de la Concertación los que desde 1990 contribuyeron de manera activa a consolidar esa concentración que él denuncia.

De hecho, la propia Bachelet ha contribuido a ello. Cuando a fines de 2006 el diputado “díscolo” del Partido Socialista, Marco Enríquez-Ominami, constituyó una comisión investigadora en la Cámara Baja para investigar el avisaje estatal en los medios de comunicación, recibió un reservado pero claro mensaje de la Presidenta Michelle Bachelet. El mensajero fue José Antonio Viera-Gallo, el entonces ministro secretario general de la Presidencia. Según un testigo de la conversación entre ambos, Viera-Gallo le advirtió al joven diputado: “En esto la presidenta no se va a pelear ni con la Iglesia Católica (en referencia a los entonces dueños del Canal 13 de televisión) ni con El Mercurio”.

La tercera razón que puede explicar la querella en contra de la revista de noticias es la menos mencionada, pero podría ser la más cercana al verdadero sentir de la mandataria. Y se trata de la guerra silenciosa que ha llevado adelante La Moneda en contra del empresario Álvaro Saieh.

Saieh es el mandamás de uno de los grupos económicos más poderosos del país. Dueño del consorcio de medios llamado Copesa, al cual pertenece Qué Pasa, así como los diarios La TerceraLa CuartaLa Hora y varias emisoras de radio, además del Centro de Investigación Periodística (Cíper), este empresario, inversionista y ex profesor de la Universidad de Chile comenzó a formar su fortuna, como tantos otros, hacia el final de la dictadura gracias a su afinidad ideológica con ese régimen.

Cercano a la UDI, a comienzos de 2015 rompió simbólicamente con ese conglomerado al darle cierto “chipe libre” a sus periodistas de La Tercera y Qué Pasa para cubrir el caso Penta, que involucraba a la elite del gremialismo en el escándalo del financiamiento irregular de la política. ¿Por qué? Porque Saieh sentía que la UDI lo había abandonado políticamente cuando estaba acorralado financieramente por los problemas de SMU, su grupo controlador de supermercados que incluye a la cadena Unimarc, y por el involucramiento de su banco CorpBanca con las empresas cascadas de Julio Ponce Lerou en Soquimich.

Y como parte de esta nueva libertad periodística que el dueño de Copesa otorgó a sus periodistas surgió, en febrero de 2015, el caso Caval. Sólo que, esta vez, La Moneda no estaba dispuesta a perdonar esa osadía.

De hecho, a fines de 2015 la Superintendencia de Bancos multó a CorpBanca con una sanción histórica de 30 millones de dólares. Aunque apegado a derecho, nunca había sucedido antes en la historia bancaria del país, y varios representantes de esa industria afirman que se trató de una venganza del gobierno en contra de Saieh por las revelaciones del caso Caval que han realizado los medios de comunicación bajo su control.

El poder político chileno de centro-izquierda, desde Aylwin hasta Bachelet, se había acostumbrado a ser tratado con guantes blancos por los medios de derecha que ellos mismos habían favorecido a través del avisaje publicitario del Estado y de otorgar “entrevistas exclusivas” a esos medios.

Pero a la luz de los intentos editoriales de El Mercurio y de las encuestas dirigidas del CEP, que a mediados del año pasado levantaron la candidatura de Ricardo Lagos e insinuaron que la incompetencia de Bachelet debería llevar a su renuncia, La Moneda extremó su sensibilidad. Y cuando hace algunas semanas cayó el gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, en parte por un complot apoyado por la poderosa cadena de medios O Globo, cundió el pánico en La Moneda.

Es un pánico entendible. Pero si a estas alturas La Moneda cree que los medios de derecha están complotando en su contra, lo tiene merecido. Los propios gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría criaron esos cuervos. Quejarse ahora es ser un mal perdedor.

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