En la era de la globalización los capitales internacionales fluyen libremente por todo el planeta en busca de la mejor rentabilidad. Las personas, en cambio, no se pueden desplazar con tanta facilidad. Tienen muchas barreras, como los pasaportes (que en el caso de Chile deben ser uno de los más caros del mundo), las fronteras, los agentes de inmigración, así como obstáculos más “culturales” como la xenofobia y el racismo.
El auge y el éxito electoral de la nueva ultraderecha de Occidente que, desempolvando manuales políticos de los años 20 y 30, ha retomado la bandera anti-inmigración y anti-extranjera, ha sacudido a estos países, generando reacciones encontradas. La salida plebiscitada de Gran Bretaña de la Unión Europea; la próxima contienda presidencial en Francia que probablemente se definirá entre un candidato conservador de derecha y la ultraderechista Marine Le Pen; el auge de los partidos anti-inmigrantes en Alemania y, sobre todo, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, han puesto en primera plana el tema de la inmigración.
Y como Chile es parte de Occidente, y sus elites históricamente han mirado a Europa y Estados para orientarse, nuestro país no se ha quedado atrás en este debate global. Y, así, de la mano del conglomerado derechista Chile Vamos importamos la semana pasada la causa anti-inmigrantes a esta angosta franja de tierra al fin del mundo.
“Muchas de las bandas de delincuentes que hay en Chile, como las que clonan tarjetas, son de extranjeros”, dijo, abriendo el fuego, el ex Presidente y actual candidato de derecha Sebastián Piñera. El temor al otro y a sus actos viene, según los antropólogos, de la época más primitiva del ser humano. Por un lado servía para reafirmar la identidad de la tribu propia, y por otro para mantenerse alerta y siempre preparado ante una invasión de la tribu vecina. Parece ser que los seres humanos, incluyendo a los chilenos, mantienen algo de ese instinto básico. Nosotros somos los buenos, ellos son los malos. “Somos nosotros o son ellos”, vociferaba el presidente George Bush para alentar el ánimo de los estadounidenses con el fin de apoyar una guerra a miles de kilómetros de distancia en 2003.
Pero más allá de estos bajos instintos, la inmigración en Chile casi no guarda relación alguna con la que se da en Europa. Y el discurso de Trump tiene aún menos que ver con lo que sucede en nuestro país. Y la realidad inmigratoria chilena está lejos de constituir un problema.
Francia, por ejemplo, viene recibiendo hace años a cientos de miles de inmigrantes de África y el Medio Oriente, la mayoría ciudadanos de ex colonias galas. Alemania, en tanto, que cuenta con una de las políticas de inmigración y asilo más abiertas del mundo, ha recibido a casi cuatro millones de extranjeros en los últimos cuatro años. La enorme crisis humanitaria en Siria e Irak, provocada o al menos iniciada –no olvidemos- por Estados Unidos y algunos aliados occidentales, ha llevado a ciento de miles de personas de esa región a buscar refugio en Europa.
En Estados Unidos, en tanto, el tema no es tanto los latinos que llegan a ese país para desempañar labores de mala calidad, mal remunerados y donde muchas veces son explotados cuán siglo 19, sino el hecho de que lo que solían ser buenos empleos se fueron al extranjero, en especial a México y China. Es verdad que en su campaña Trump habló de que construiría un muro en la frontera sur, pero ello forma parte del discurso primitivo de la tribus, es decir, apelar a los instintos de supervivencia del grupo social; algo parecido a lo que intentó Piñera al ligar la delincuencia en Chile a inmigrantes sudamericanos.
Pero el fondo del discurso de Trump tiene que ver con los perdedores de la globalización, con esa clase trabajadora que se volvió clase media en los años 50 laborando en las grandes fábricas e industrias de ese país. Al reinventarse en una sociedad tecnológica y dejar atrás la industria, esa clase social estadounidense perdió su sustento económico. Los perdedores de la globalización fueron los proletarios, incluso los del mundo desarrollado, que ven cómo mexicanos, chinos y vietnamitas hoy desempeñan sus labores. En otras palabras, terreno fértil para un discurso anti-extranjero.
¿Pero en Chile? La Compañía de Acero del Pacífico (CAP) se viene cayendo a pedazos hace años ante la competencia de las metalúrgicas de la India. Sin embargo, la derecha no puede enarbolar –aunque sea de manera cínica como Trump- que defiende los puestos de trabajo de la industria chilena. Y no lo puede hacer por una razón sencilla: fue la propia derecha la que, en medio de la dictadura a mediados y fines de los años 70, aceleró el proceso de des-industrialización del país (de la poca industria que había), para facilitar el auge del capitalismo financiero. Después de todo, “industria” significaba obreros, obreros significaban sindicatos, y sindicatos significaban comunismo (o “cordones industriales”) en la cosmovisión de la derecha criolla.
Y, para ir al tercer punto, ¿qué pasa con la realidad inmigratoria en nuestro país? ¿Qué nos muestran los datos?
El titular del domingo último del diario La Tercera fue : “Un 75% de los chilenos cree que se debe restringir la inmigración”. La información se basaba en la encuesta semanal que realiza el centro de sondeos Cadem-Plaza Pública, cuya metodología, por cierto, deja harto que desear. De las 710 entrevistas que realizó Cadem sólo en centro urbanos con más de 50.000 habitantes, 488 se efectuaron de manera telefónica y las otras en “puntos de alta afluencia”. Las entrevistas por teléfono fueron sólo a aparatos fijos (debe ser por eso que el autor de este análisis jamás ha sido contactado, porque hace más de 10 años no tiene teléfono fijo en su hogar, sino que sólo opera con celular, como lo hace un porcentaje cada vez mayor de la población chilena).
Pero más allá de encuestas que, curiosamente, siempre arrojan la opinión predominante de los que hacen los sondeos, ¿cuál es la magnitud de la inmigración en Chile? Según la OCDE, organización a la que tanto le gusta citar a los economistas y expertos criollos, en 2014 nuestro país recibió a unos 138.000 inmigrantes. Es número similar al de Holanda o Suiza, dos países que cuentan con un tercio de nuestra población. Es más, actualmente un 2,3% de nuestra población (es decir 23 extranjeros por cada 1.000 chilenos) es inmigrante. En Argentina es 4,6% y en Costa Rica casi 9%.
Ciertamente, la inmigración a Chile ha aumentado en los últimos años, pero aún se encuentra lejos de la que se vivió antaño. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en los últimos cien años fueron las décadas del 20 y el 30 en la que Chile concentró un mayor porcentaje de extranjeros. En los años 20 un 3,06% de la población era inmigrante y en los años 30 un 2,46%. ¿La diferencia? En ambas décadas, un 60% de esos recién llegado provenía de Europa, y hoy poco más de 70% proviene de América Latina.
Entonces, si todo indica que el caso chileno es muy distinto al de los países avanzados de Occidente e incluso de Latinoamérica, ¿por qué nuestra derecha sacó a relucir el tema? No tenemos millones de refugiados presionando nuestras fronteras y que provengan de alguna ex colonia o de una guerra inventada por nosotros; no existe resentimiento nacionalista porque los obreros de Huachipato están perdiendo sus trabajos por culpa de la India; no tenemos un flujo de inmigrantes significativo que, como en el caso de Europa, ponga a prueba las prestaciones sociales gratuitas. Entonces, ¿por qué surge este tema?
No existe una respuesta certera. Pero llama la atención el momento en que surge este debate. Como dice un colaborador del senador y potencial candidato presidencial Alejandro Guillier, en Santiago el vínculo entre inmigración y delincuencia aún no es un gran tema, pero en Antofagasta sí. Y Guillier ese senador por Antofagasta.
“En esta región sí hay un problema migratorio real. Según estadísticas el Poder judicial, en lo que va del año hay 1.020 causas judiciales ingresadas con un imputado extranjero. Es la más alta del país. En otras palabras, 1 de cada 4 extranjeros imputados por algún delito está en Antofagasta. La cifra nacional es ridículamente baja … pero en Antofagasta se notan”, escribió Carlos Tromben, un premiado escritor y periodista, en su cuenta de Facebook. “De modo que don Piñera se salió de nuevo con la suya: hizo de un problema local un problema nacional… Ahora la conversación cambió de vector y muchos están hablando de Guillier como a Piñera le conviene que lo hagan. Según la encuesta Adimark, están separados por tres puntos en intención de voto”.
Y así volvemos al comienzo. No existeNoEl problema no son los flujos de capitales de Piñera hacia Perú y sus pesqueras –el capital tiene libertad para circular-, sino el flujo de peruanos hacia Chile.
Cayendo en la trampa instalada por la derecha, La Moneda y la Nueva Mayoría pisaron el palito y hoy tienen un nuevo argumento para realzar su supuesto progresismo, defendiendo a los inmigrantes y rescatando una ley sepultada y olvidada hace años. Una ley que data de 1975, cuando estábamos en plena Guerra Fría y sopesábamos a nuestros vecinos según el estrecho lente de la Doctrina de Seguridad Nacional. Una ley que, hasta hace una semana, nadie pensaba en cambiar.