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Trump: ¿Reactivando América y al Mundo?

En efecto, si bien las oscilaciones de los mercados en EE.UU. han seguido el ritmo de las altisonantes declaraciones del presidente electo, también las discusiones al interior del Comité de Mercado Abierto de la Federal Reserve (Fed) han marcado pautas. Y mientras los proyectos anunciados por Trump de más inversión estatal para modernizar la “añeja” infraestructura que auguran mayor gasto fiscal y/o deuda (pero también más inflación y, por tanto, menor poder adquisitivo para la divisa), las declaraciones de la Fed siguen apuntando hacia su clara determinación de defender el valor de la moneda, subiendo las tasas de interés en al menos 75 puntos bases en los próximos meses.

Roberto Meza

  Martes 10 de enero 2017 13:43 hrs. 
Donald Trump

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Mientras, entre las divisas, el dólar norteamericano se ha fortalecido a nivel mundial, encareciendo sus exportaciones, el valor del petróleo -transado en dólares- caía en la apertura a su valor más bajo de los últimos dos meses (US$ 52 el barril), a pesar del acuerdo OPEP para reducir la producción y subir su cotización. Este hecho parece consolidar el techo de alzas previsto por los especialistas, dado por el nivel en el que la producción norteamericana de crudo comienza a tener utilidades y estimula la reapertura de pozos tradicionales y esquisto que detienen el impulso alcista y ofrece oportunidades de reactivación a naciones más dependientes del costo de dicha energía.

En el ámbito financiero, por su parte, los inversionistas, que habían huido de las acciones de Wall Street tras la elección de Trump, faltando pocos días para su asunción efectiva, el próximo 20 de enero, parecen estar volviendo a ellas y el S&P 500 ha aumentado más de 6,5% desde los comicios, en tanto que las industrias específicas que podrían beneficiarse de sus políticas – v.gr. finanzas y energía- han mostrado aumentos de hasta dos dígitos desde esa fecha.

En materia de expectativas, en tanto, el índice VIX -que mide la volatilidad implícita en los mercados bursátiles en los próximos 30 días- se ubica cerca de sus mínimos históricos, mientras la confianza que monitorea la Asociación Americana de Inversores Individuales (AAII), muestra máximos en meses (sobre 46%), muy por encima de su promedio histórico de 38,5%, apostando así en contra del sentido común que auguraba problemas con el valor de esos patrimonios, tras la victoria del polémico empresario.

En efecto, si bien las oscilaciones de los mercados en EE.UU. han seguido el ritmo de las altisonantes declaraciones del presidente electo, también las discusiones al interior del Comité de Mercado Abierto de la Federal Reserve (Fed) han marcado pautas. Y mientras los proyectos anunciados por Trump de más inversión estatal para modernizar la “añeja” infraestructura que auguran mayor gasto fiscal y/o deuda (pero también más inflación y, por tanto, menor poder adquisitivo para la divisa), las declaraciones de la Fed siguen apuntando hacia su clara determinación de defender el valor de la moneda, subiendo las tasas de interés en al menos 75 puntos bases en los próximos meses. Esta decisión ha reducido el atractivo de los bonos del Tesoro de EE.UU., porque, como se sabe, éstos pierden valor cuando las tasas e inflación suben, pero ha renovado apuestas respecto de compañías específicas y consolidadas en Wall Street, fortaleciendo el valor de tales activos.

Trump parece haber sabido, hasta ahora, “pastorear” las opiniones de inversores y analistas del principal mercado del mundo. Y tras haber amenazado a grandes industrias automotrices con la aplicación de fuertes impuestos aduaneros si trasladan sus inversiones y/o producción a México u otras naciones -exigiéndoles que generen esos empleos en EE.UU.- la confianza de los consumidores crece. Seguramente esta percepción mejorará aún más, tras las conversaciones que sostuvo en la víspera con el dueño de la gigante china Alibaba, el empresario Jack Ma, quien le prometió crear un millón de empleos en EE.UU. al ayudar a pequeños negocios de ese país a vender sus productos en China y el resto de Asia.

Así, junto con los rumores de “guerra económica” entre China y EE.UU., Trump pasa a la ofensiva y dividiendo del frente interno asiático, coordina, con un privado, un modelo de relaciones más simétricas que apunta, precisamente, al fenómeno que para el consumidor norteamericano promedio es la razón de todos sus males: el enorme déficit comercial que EE.UU. tiene con China el que, al 2015 superaba US$ 350 mil millones, cuadruplicándolo en los últimos 15 años, recursos con los que Beijing aumentó su presencia e inversión en el país norteamericano, comprando bonos y acciones de empresas estadounidenses.

Puede que las formas de “macho alfa” en las que Trump ha asumido las relaciones internacionales de EE.UU. con otras potencias “rivales” no sea la más clásica. Pero sus efectos, hasta ahora, parecen estar teniendo el impacto revivificador esperado en las expectativas del consumidor e inversionista. Estos parecen comenzar a ver, en la poco ortodoxa fórmula de presiones, golpes de efecto, alianzas y acuerdos -incluso con potencias que hasta ayer eran “enemigos públicos Nº 1”, como Rusia- una salida al impasse en el que se encuentra la principal potencia económica y militar del mundo, así como la aplicación efectiva del slogan que lo llevó al Gobierno: “Make America great again”.

De ser efectiva tal percepción y si el nuevo mandatario puede llevar a cabo sus estrategias de ajuste, sin que estas negociaciones deriven en un quiebre, arrastrando a los litigantes a una guerra comercial, el proceso podría ser buena noticia para el mundo, a condición que China, por su parte, interprete el modelo correctamente, se adapte a las nuevas circunstancias, y no vea en Trump una amenaza que la inste a usar “los palos escondidos entre las flores de recepción” a su arribo a la Casa Blanca, entre ellos, la suspensión de millonarios contratos de aviación o la aplicación del arancel temporal de hasta 15% a los productos fabricados en un país específico, no obstante que tales acciones también tendrían efectos perversos sobre su propio crecimiento.

De no ser así, noticias expectantes como el también mega plan de infraestructura que está estudiando China para los próximos decenios (One Belt, One Road o la nueva ruta de la seda) podría verse complicado, incidiendo negativamente no solo en la potencia asiática, sino también entre quienes, como Chile, tienen en ella -y en EEUU- mercados casi sin límites para su comercio minero y otros commodities.

La sensación de confianza que marcan los indicadores, muestran que el sentido común estadounidense parece creer que un empresario hará todo lo posible por mantener las puertas abiertas al comercio, con la sola condición de que éste sea “justo” para las partes. Así y todo, no se debería olvidar que la voluntad de un presidente está siempre sujeta a la trama de poderes económicos, políticos, sociales que rodean su gestión y que suelen atemperar voluntades exultantes. Y si bien, cierta teatralidad puede tener efectos sicológicos en los diversos momentos de una negociación, el pragmatismo propio de los hombres de negocios termina por ajustarse a las realidades y mantención de los indispensables lazos de largo plazo para seguir comerciando.

Un ejemplo de aquello es la renovada y curiosa alianza ruso-norteamericana, basada en relaciones personales del secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson (ex presidente de Exxon Mobil), con el presidente ruso, Vladimir Putin, en torno al negocio energético, así como las que, en paralelo, éste último ha cultivado pacientemente por años con un desconfiado Beijing, ahora tronando sus tambores de guerra comercial contra EE.UU. Ambos movimientos muestran la complejidad de siquiera prever las eventuales nuevas batallas por la preminencia geopolítica, cuyos resultados pueden ser catastróficos para todo el orbe y, en especial, cuando aún están en desarrollo las crisis de Crimea y Siria, ambos puntos geográficos de enorme relevancia para el poder nacional ruso.

De allí la pertinencia y realismo económico de recientes análisis para inversionistas ávidos que apuntan a observar el actual proceso como una penúltima fase de reacomodo del poder geopolítico mundial iniciado en la crisis de 2008, en la que las inversiones privadas (o públicas) ya no podrán seguir viéndose como carreras de 100 metros, sino como verdaderas maratones, en las que la recuperación de capitales y los volúmenes de ganancias ya no volverán a ser los de la desenfrenada “década de oro”. Mala cosa para la especulación financiera, pero buena para la economía real.

 

 

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