Cuando le dijeron que era un “músico esquizofrénico”, se convenció de que debía tomarse en serio la composición. Era 1951 y él había presentado su Cantata 1951 al Festival de Música Chilena, la cual fue rechazada por el jurado: “El juicio que le mereció a un conocido crítico de la capital (…) llenó de gozo y orgullo al pequeño mundo romántico y ‘epatista’ en que me movía, por lo que consideré que tenía pasta de músico y me dispuse a comenzar mis estudios”, relató años más tarde.
Así es como se inició una historia que convertiría a José Vicente Jesús Asuar Puigrrós, nacido un 20 de julio de 1933 en Santiago, en una de las principales figuras de la música chilena del siglo XX. La suya fue una vida singular, sazonada con algunas dosis de enigma y preguntas sin responder, que acabó sorpresivamente en la noche del miércoles 11, producto de un infarto ocurrido mientras estaba en su departamento en Providencia.
Aunque estaba retirado de la música hace años, la muerte encontró a Asuar en medio de la reciente revalorización de su obra y algunos discretos planes. Eso, por ahora, queda en suspenso.
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Palabras como pionero, adelantado o fundador ya son lugares comunes para definir a José Vicente Asuar. Una de las razones para esas chapas es Variaciones espectrales, la primera obra de música electroacústica hecha no solo en Chile, sino en Latinoamérica. Se extiende por doce minutos y Asuar la estrenó el 22 de junio de 1959 en la Sala Antonio Varas, ante el asombro del público y la crítica, y cinco años más tarde fue utilizada por el Ballet de Arte Moderno en el Teatro Municipal.
En realidad, la pieza es fruto de una labor que Asuar venía desarrollando un par de años antes del estreno. Además de Música, estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Católica y su proyecto de título era la creación de un Estudio de Música Electrónica. Con ese fin, se pasó todo 1958 construyendo los dispositivos que necesitaba. En febrero del año siguiente, mientras el Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile estaba en receso, consiguió que su director, el compositor Juan Orrego Salas, le prestara cuatro magnetófonos con los que compuso y grabó las Variaciones.
Esa obra torció el rumbo de su vida. Gracias a ella obtuvo una beca y viajó a Alemania, donde siguió componiendo, hizo clases, le encargaron la construcción de un estudio y conoció a la elite musical del momento: Boulez, Stockhausen, Nono, Maderna, Ligeti, en sus palabras. En adelante, repetiría esas tareas en Brasil, Argentina, España, Venezuela y Estados Unidos. Entre medio, se convirtió en profesor de la Universidad de Chile, donde en 1969 fundó la carrera de Tecnología del Sonido. Fue en ese contexto que se interesó por uno de los temas con los cuales quedaría relacionado para siempre: la música hecha con computadores.
“Tal como utilizamos normalmente palancas o máquinas que amplifican nuestra fuerza muscular, veamos si en el campo creativo el computador podría actuar como una palanca de nuestra inteligencia, un amplificador de nuestra imaginación”, escribía en 1972. Un poco antes, en diciembre de 1971, la Orquesta Sinfónica había estrenado Formas I, una obra cuya partitura había sido escrita por un computador IBM 360 que se había armado en la Universidad de Chile.
Quizás el principal testimonio sonoro de esa aventura hoy sea El computador virtuoso (1973), un LP del cual se publicaron cinco mil copias y en que el mismo José Vicente Asuar, con una voz de radio FM envidiable, explica didácticamente sus argumentos y presenta obras de Debussy, Bach, Ravel y Chopin, entre otros autores. Entre medio, incluso, cuela una versión del himno del club de fútbol de la Universidad de Chile.
Décadas más tarde, seguía pensando de una manera similar. En una entrevista a The Clinic, respondió de esta forma a la supuesta frialdad de la música electrónica: “Un buen compositor puede conseguir emocionarnos con esta música, del mismo modo que con cualquier otro tipo de tecnología musical. El piano o el violín son instrumentos tan artificiales como un computador”.
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En el documental Variaciones espectrales (2013), de Carlos Lértora, hay una escena especialmente llamativa: es el año 2010 y en una parcela, en Calera de Tango, José Vicente Asuar se interna en una bodega en la que comienza a destapar un aparato de grandes dimensiones. No hay mucha luz, probablemente había bastante polvo, pero paulatinamente se ven perillas, cables y un teclado. De pronto, emerge lo que está buscando: el Comdasuar, un computador para hacer música que construyó con sus propias manos y que, hasta hace pocos años, formaba parte de la mitología en torno a su nombre.
“Son como años de espera por verlo”, le dice el compositor Federico Schumacher, quien lo acompaña en la tarea y no puede contener la emoción. “Ahí está. Bueno, ahí están los restos, porque ahora ya no está conectado -le responde Asuar, mirando la máquina con distancia. Esto está aquí desde por ahí por 1990, ya son 20 años que está acá. Es un instrumento que ya está totalmente sobrepasado por la tecnología actual”.
Asuar construyó el computador cuando ya había abandonado la Universidad de Chile, en un tenso episodio con Juan Amenábar cuyos detalles nunca han sido ventilados. A esa altura, trabajaba de manera más solitaria, pero seguía investigando y creó esa máquina, cuyos sonidos quedaron en el LP Así habló el computador (1979). Sus capacidades hoy parecen irrisorias -su memoria era de siete kilobytes-, pero entonces eran un prodigio. Así se expuso, alguna vez, en una ochentera nota de Televisión Nacional.
“Era como descubrir el arca perdida, nos sentíamos un poco como Indiana Jones -dice, entre sonrisas, Carlos Lértora. Tenía el computador y montones de copias de los vinilos que quedaron y fue súper bonito, porque José se reencuentra con este artefacto que como que había olvidado. Era evidente que el computador no había sido abierto hace mucho tiempo”.
“Fue muy emocionante, era como una película… y ¡claro, se volvió película! -recuerda Alejandro Albornoz, otro compositor que también aparece en la secuencia. La leyenda se hacía realidad, no era un mito. La máquina existía y toda la inteligencia, arte y por supuesto música que implicaba, se hacían patentes en ese objeto, inútil hacía muchos años”.
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Hasta hace poco más de una década, el paradero de José Vicente Asuar era un enigma. Compositores y especialistas sabían de su existencia gracias a algunas grabaciones y a los numerosos textos que escribió en la Revista Musical Chilena. También sabían del Comdasuar, pero ignoraban qué había pasado con el personaje y por qué no había continuado creando música. Se decía que estaba en España, otros aseguraban que permanecía en Chile, pero reinaba la incertidumbre.
Mientras, su obra adquiría un nuevo valor. En 2003, la Comunidad Electroacústica (Cech) celebró los 70 años de su nacimiento, aun cuando no sabían dónde estaba. Dos años más tarde, Federico Schumacher relevó su figura en La música electroacústica en Chile. El mismo compositor, junto a Alejandro Albornoz, se había embarcado en una búsqueda que los llevó incluso hasta la PDI, pero no lograron ubicarlo. Tuvieron que esperar hasta 2006, cuando el hijo de Asuar, Claudio, les escribió un correo y pudieron tener un primer encuentro.
En adelante se sucedieron una serie de hitos que recuperaron una obra que parecía condenada al olvido. El mismo 2006, el sello Pueblo Nuevo publicó una recopilación de música electroacústica que incluyó música de Asuar. Cinco años más tarde, editaron un disco triple dedicado exclusivamente a su figura. En 2013, se estrenó el documental Variaciones espectrales y la Bienal de Artes Mediales exhibió el Comdasuar en el Museo de Bellas Artes. En 2015, la Cech organizó un homenaje en su festival Ai-Maako y Asuar, ahora sí, estuvo presente en el auditorio del edificio Telefónica.
La tendencia continuaba el año pasado: en junio, la soprano Camila García y la pianista Jacqueline Urízar interpretaron una de sus obras en la Academia de Bellas Artes; en agosto, la Orquesta Sinfónica volvió a interpretar Formas en el Teatro Universidad de Chile; entre medio, había sido postulado por primera vez al Premio Nacional de Música.
Así, el rostro y la obra de Asuar, nuevamente, volvieron a hacerse familiares. Al menos para algunos.
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¿Qué había pasado con José Vicente Asuar? ¿Por qué no siguió componiendo más allá de 1989, el año de su última pieza? Las razones son varias, aunque el protagonista nunca se explayó mayormente sobre ellas. “Reservado” es una palabra que más temprano que tarde aparece en boca de quienes lo conocieron. No le gustaban las entrevistas, no le gustaban los homenajes, no le gustaban ni siquiera las fotos.
Mika Martini, el director de Pueblo Nuevo, lo recuerda así: “En algún momento tuve que llamarlo para pedirle una foto que necesitaba para la carátula. Me dijo que no le gustaba mucho esto de las fotos, pero que se ponía a mi disposición para que yo le dijera dónde y a qué hora venía a sacarse la foto. Así que le dije si podía venir a mi oficina y llegó puntualmente. Así era”.
“Él encontraba que era exagerado que la Cech le hiciera un homenaje, porque su aporte no era tan relevante. La comunidad lo nombró como padre de la electroacústica chilena y él replicó que si era el padre, debió haber sido un muy mal padre”, añade.
No solo era reservado respecto de su vida privada, sino que esa actitud con su propia obra se repetía con todos aquellos que se le acercaban. “Nosotros le decíamos algo así como usted es bacán, súper entusiasmados, y él respondía sí, pero ya pasó -relata Carlos Lértora. Nos preguntaba por qué nos interesaba hacer una historia sobre él, como que no le encontraba interés”.
En diciembre del año pasado, cuando el periodista Álvaro Gallegos lo convenció de donar sus partituras a a Biblioteca Nacional, Asuar pidió que no se hiciera la tradicional ceremonia que realiza la institución cuando alguien entrega sus archivos. Y cuando algunos de los funcionarios de la biblioteca lo reconocieron, se sintió descolocado, según recuerda Cecilia Astudillo, directora del Archivo de Música: “Él daba por hecho que nadie sabía quién era”, recuerda.
La donación, de hecho, fue una de sus últimas actividades. Se formalizó el 28 de diciembre pasado, con 13 partituras fechadas entre 1952 y 1971, perfectamente ordenadas por el mismo Asuar en tres cajas blancas. En esa ocasión también manifestó su aprobación para donar otros materiales, además del Comdasuar, pero esa decisión ahora está en manos de su familia. “Me dijo que no sabía dónde dejar el computador y le dije ‘tráigalo para acá pues’ -rememora Cecilia Astudillo. Él dijo que había que ir a buscarlo no más, igual que todas las partituras y otras cosas. A mí me gustaría que todas esas cosas quedaran juntas acá”.
Hubo otra idea que Asuar no alcanzó a ver materializada. En su próximo número, la Revista Musical Chilena publicará el catálogo actualizado de sus más de 50 obras, tarea que Álvaro Gallegos había realizado en los últimos meses, empeñado en que su recuperación ampliara el foco: “Había desconocimiento sobre su trabajo global, porque la recuperación del último tiempo estaba muy enfocada en la electroacústica”, explica el periodista, que mantuvo contacto con él hasta la semana pasada. “Estaba súper bien, a mí me mandó un mail el 9 de enero y bueno, el 11 de enero, sin avisarle a nadie, se fue de este mundo”.
¿Por qué Asuar mantuvo hasta sus últimos días aquella actitud sobre su trabajo? Quienes lo conocieron sacan sus propias conclusiones. “Las personas que están muy al tanto de lo que se hace en sus respectivos campos y, a la vez, poseen gran inteligencia y conocimiento, en general se minimizan un poco, pues ven su trabajo como algo más entre otras cosas o como algo superado por otros. Tal vez Asuar tenía algo de eso -cree Alejandro Albornoz. Por otro lado, me atrevo a aventurar que también había algo de pena por su lucha solitaria e incomprendida en algún momento”.
“Era como un mecanismo de defensa”, especula Federico Schumacher. “A él lo ningunearon mucho -agrega Álvaro Gallegos. Tuvo que salir de la Chile por el conflicto con Amenábar, lo ignoraron, nadie lo pescaba, entonces quedó súper resentido. Se armó una coraza y eso hay que entenderlo también”.
A Cecilia Astudillo, cuando le explicó por qué no quería una ceremonia, le dio algunas luces: “No quiero, porque no tendría a quién invitar. A las únicas personas a las que quisiera invitar, están muertas; y las personas que vendrían, realmente no me conocen ni saben quién soy”, le dijo.
En el documental, cuando explica por qué terminó por abandonar la música, Asuar habla de falta de ánimo, de las dificultades técnicas, de la falta de interés de su época, de su alejamiento de la vida de profesor. Luego, lo sintetiza mejor: “Yo amé mucho la música, fue mi gran amor, pero quizás no fue lo suficiente. Quizás debí haberla amado más todavía, pero también amé otras cosas. Y eso es, eso es”.