“Estos no son estudios baratos ni sencillos, pero tienen una implicancia en salud pública que no estamos acostumbrados a abordar como país”, destacó la académica Sandra Cortés.
En entrevista con Diario y Radio Universidad de Chile, la doctora entregó detalles de una investigación que se concentrará en la posible presencia de mercurio, cadmio, arsénico y plomo en los habitantes de Antofagasta.
Luego de confirmar que su equipo se adjudicó la licitación convocada por el Gobierno Regional, Sandra Cortés se refiere a los “factores de riesgo” que mantienen la alerta ambiental en esta zona del país.
La Ruta del Plomo, Puerto de Antofagasta y la zona industrial “La Negra” son algunas de las áreas que están en la mira.
¿Por qué deciden participar?
En mi línea de investigación, de diez años de experiencia, me he dedicado a caracterizar la exposición a contaminantes ambientales en distintos lugares de Chile. Específicamente, tomando como modelo de estudio la situación de los relaves mineros abandonados. Como equipo, hemos tomado experiencia en Chañaral y, recientemente, en Andacollo.
Parecía muy atractivo un estudio de esta magnitud y de este tipo en Antofagasta, dado que tiene un historial de exposición a metales de muchos años, por distintas causas. Como Departamento de Salud Pública nos pareció interesante postular a esta licitación, porque además somos parte del equipo que realizó la última Encuesta Nacional de Salud. Es la tercera que se hace en Chile y por primera vez se toma la muestra de población para saber cuáles son los niveles de biomarcadores de exposición a estos metales.
Estamos consolidando una línea de trabajo. En esta licitación se aborda, por primera vez, un estudio de prevalencia con una representatividad comunal. Esta es una cuestión ideal, porque cuando hacemos grandes estudios tenemos la aproximación de país pero se pierde la variabilidad del nivel local.
El estudio nos va a permitir captar lo que pasa en pequeñas áreas, como zonas cercanas al puerto o la zona más afectada por acumulación de residuos a lo largo de la línea del tren. Eso es un avance respecto de todo lo otro que hemos hecho.
¿Cómo se explican los desacuerdos en la metodología durante la licitación?
En general, este tipo de estudios representa un desafío metodológico por varias razones. Por un lado, porque tenemos un país con mucha actividad minera, donde no ha sido frecuente la evaluación a la exposición en las personas y menos los impactos en la salud humana. Otro aspecto importante es que se plantea la necesidad de medir varios metales a la vez, muchos vinculados a la actividad minera, como el arsénico, pero también elementos que son parte constitutiva de la geología.
El mismo caso del arsénico, que va ligado al cobre, así como el mercurio va ligado al oro. Entonces, en la medida que se hace actividad extractiva de estos dos elementos, como el cobre y el oro, aparecen estos otros que están vinculados geológicamente a las rocas. Por el proceso productivo y lo que ocurre en el medio ambiente, toman contacto con las personas y medir eso tiene una alta complejidad. ¿Por qué? Tenemos que identificar claramente las fuentes, donde están los metales y en qué manera están en la cercanía de la vida de las personas.
Estos no son estudios baratos ni sencillos, pero tienen una implicancia en salud pública que no estamos acostumbrados a abordar como país. Estamos hablando del arsénico o el níquel, que son elementos cancerígenos, y que no por el hecho de que estén en la roca necesariamente van a estar en las personas o serán capaces de producir efectos que podamos ver en el corto plazo, pero son factores de riesgo para la ocurrencia de otras enfermedades crónicas.
Es importante saber cuál es el nivel real de las personas que están expuestas, para que se amplíe la comprensión y el estudio de cómo estos elementos, que están en el entorno y que nos producen ganancia económica, pueden vincularse también con la ocurrencia de enfermedades crónicas de tipo renal, cardiovascular o cáncer.
A partir de este estudio, podemos ir avanzando en este tipo de temas. Hay que tener claro que este primer estudio solo va a caracterizar si las personas han tenido contacto y cuáles podrían ser las potenciales fuentes. El paso siguiente, con otro tipo de investigación, es ir avanzando en estimar cuánta de esta exposición es responsable de las enfermedades crónicas que nos aquejan, como alteraciones renales, cardiovasculares, diabetes y alteraciones cognitivas.
¿En qué consistirá el estudio?
Vamos a incluir una muestra representativa de la ciudad de Antofagasta: personas de ambos sexos, mayores de cinco años y que vivan en la ciudad durante los últimos cinco años. Es una encuesta de hogares donde seguiremos la metodología tradicional, pero con la particularidad de que considera una batería de preguntas más sencilla. Además, enfocada a medir la exposición y otros factores de riesgo.
Vamos a aplicar cuestionarios que están validados por nuestros estudios previos y por lo que la literatura científica nos diga. También se tomarán muestras de sangre y orina para medir estos elementos. Preguntaremos asuntos generales (aspectos demográficos, consumo de alcohol o tabaco) para identificar quiénes son estas personas, considerando su situación sociodemográfica, perfiles de exposición, historia ocupacional, etc.
Con estos antecedentes, se calculan algunos descriptores desde la estadística. Esto permitirá identificar si esa población tiene un nivel de exposición similar o distinta a otros medidos en el mundo y a lo poco que se ha estudiado en Chile.
Esperamos generar información que permita tener caracterizada a la ciudad de Antofagasta con todas las posibles fuentes fijas o móviles (industrias, empresas o tráfico vehicular) y así, saber si los metales están vinculados con alguna de esas fuentes.
Para eso se elaborará un mapa de riesgo. Vamos a hacer una entrega a los participantes e informar a la comunidad mediante reportes consolidados y a la contraparte, que es el Gobierno Regional (equipos de salud y medio ambiente). Con estos datos, la autoridad puede dimensionar sus futuras políticas públicas a nivel regional y comunal hacia aquellas fuentes que puedan ser constitutivas de un factor de riesgo por la presencia de metales en las personas.
¿Cuáles son los plazos?
El proyecto está planificado para desarrollarse en un año. Los primeros tres meses, luego de firmar el contrato, se planificarán todas las actividades. Hemos sido vehementes sobre la necesidad de una participación activa de la contraparte regional (gobierno, seremi) para tener una metodología realista que nos permita cumplir con los plazos, pero también para que se sepa del proyecto a nivel local, porque necesitamos que las personas nos abran las puertas de su casa y confíen en el trabajo que estamos haciendo.
Luego se sumará un trabajo de campo, también en tres meses, y finalmente un proceso largo de análisis de muestras. Esto último considera una validación de los resultados y procesar la información. Algo interesante es que en esta propuesta, como pidió la contraparte, estamos comprometidos a entregar, como un producto más, la base de datos que se genere en este estudio, asegurando todos los criterios de confidencialidad, para que sea un insumo de otros estudios en la ciudad.
Eso es importante, porque asegura que, en cualquier momento, otras investigaciones puedan articularse con ésta, se cuente con un historial de disponibilidad de los datos y así, se consideren nuevas hipótesis para comprender estas exposiciones. No solemos encontrar niveles muy altos de exposición, pero en el cuerpo de las personas se encuentran circulando metales tóxicos a niveles bajos aunque permanentes. Esa ocurrencia, a pequeñas dosis y por largo tiempo, es factor de riesgo para enfermedades crónicas que se expresan luego de 10, 20 ó 30 años, tal como pasa con el cáncer.
Al no saber, no intervenimos en las fuentes. Chile tiene la triste estadística de una alta prevalencia de enfermedades crónicas y exposiciones ambientales.
Con su experiencia, ¿qué conclusiones se pueden rescatar de otros casos, como Chañaral?
Es un caso emblemático y digno de profundizar, porque ahí ocurrió todo lo que no debía, en la medida que hoy deseamos una minería sostenible a través del tiempo para las comunidades. Quedó sumida en un relave minero gigantesco, sin control y sin planes de mitigación.
La comunidad estuvo expuesta durante décadas a los relaves y nosotros empezamos a estudiar los últimos diez años, evidenciando en su momento, antes de los aludes, que las personas estaban en contacto. Luego, en otro de estudio pequeño, evidenciamos el daño en salud, como alteraciones respiratorias crónicas de manera mucho más pronunciada que en cualquier otra comuna de la región. Esto generó un problema de percepción de riesgo de las personas muy alto, pero con poca respuesta desde el Estado y los tomadores de decisiones en el área de salud y medio ambiente.
En ese escenario de abandono del problema sanitario-ambiental, ocurren los últimos aludes como un desastre natural que produce un arrastre de todos los residuos mineros desde el río Salado hacia abajo. Ahora estamos estudiando qué ocurre con la exposición y los efectos en la salud, en un escenario en que esto no es prioridad.
Todo el mundo se olvidó de los aludes y estamos en un proceso de generar evidencia de lo que medimos el año pasado. Ésta se enfocó en medir la exposición a los metales, y según los últimos resultados, los niveles se redujeron en las personas porque el relave se modificó y cambió de lugar, se desplazó. Sin embargo, eso no quiere decir que el problema no vuelva en el futuro.
Hay muchas enseñanzas respecto del tema Chañaral que requieren una profundización, no solo desde la academia sino que también en las estrategias de abordaje desde las entidades comprometidas. Hay una autoridad responsable del relave, de la salud y de las condiciones ambientales y deberían conversar junto con la evidencia que entrega la academia.
Estamos en un escenario de cambios globales más dinámicos de lo que fuimos capaces de investigar. Se debiera disponer de más recursos, observatorios permanentes para hacer vigilancia, no solo por la salud sino que por la calidad de vida y las condiciones ambientales. Ese aprendizaje se puede replicar en otras zonas que tienen condiciones parecidas.
El tema de los relaves mineros abandonados y la acumulación de residuos está a lo largo de todo Chile. Que no los midamos ni cuantifiquemos, no quiere decir que no existan. Esto ocurre en otros países, como Perú y Argentina. En la medida que generemos evidencia, la apuesta es proponer alternativas de desarrollo sostenible que permitan el crecimiento pero que no dejen las externalidades solo en la comunidad más pequeña y abandonada.