El deterioro de la representatividad política

  • 27-11-2017

En casi tres décadas de postdictadura, cuyos primeros años se proclamaban de “transición hacia de democracia”, la verdad es que a La Moneda y al Parlamento han llegado personas sin una auténtica representatividad ciudadana. Es evidente que el sistema electoral binominal le cerró siempre las puertas del Poder Legislativo a muchos candidatos, partidos y movimientos, en eso de considerar solo a las dos primeras mayorías a la hora de los escrutinios, porque eran solo dos los senadores y diputados que podrían ser elegidos por cada circunscripción y distrito.

Con el correr de los años, a esta discriminación establecida por la Ley Electoral se le sumó el sufragio voluntario y, con ello, los altos niveles de abstención electoral. Al extremo que ahora son muchos más los ciudadanos que no concurren a votar respecto de los que verdaderamente ejercen un derecho, que en el pasado republicano chileno constituía, ciertamente, una obligación. Una de las grandes incertidumbres que se tienen respecto de la segunda vuelta presidencial es si el abstencionismo se mantendrá, disminuirá o va a aumentar del 54 por ciento que ya no votó en las recientes elecciones.

En los últimos comicios, sin embargo, estrenó una nueva Ley Electoral con un complejo sistema que en ciertos casos mantiene el binominalismo y, en otros, lo corrige. Se permite, ahora que haya zonas electorales que eligen más de dos parlamentarios, por lo que indudablemente tendremos en el Poder Legislativo representantes políticos de un arco más amplio de partidos y coaliciones, aunque para ello se haya aumentado el número de parlamentarios. Decisión que es muy criticada, en general, por una opinión pública que tiene la peor percepción del desempeño y probidad de nuestros parlamentarios.

En el caso de quien resulte elegido Presidente de la República, lo más seguro es que éste se imponga sobre su adversario por una estrecha ventaja que finalmente no alcance más allá del 20 o el 25 por ciento del respaldo efectivo de los ciudadanos chilenos, sobre todo si la abstención se mantiene tan alta como en la primera vuelta.

Todo esto corrobora la falta de representatividad democrática de nuestros gobernantes y legisladores. Lo mismo ocurre con los alcaldes, concejales y, ahora, con los consejeros regionales. Un tema de mucha preocupación entre los politólogos y cientistas sociales, dado que los resultados evidencian ante el mundo nuestra débil condición republicana; más aún cuando se han dado a conocer encuestas internacionales que demuestran el creciente desapego de la población chilena con la democracia misma, además de la desconfianza que ha ido creciendo, incluso, respecto de la efectividad del ejercicio de la soberanía popular.

Para colmo, nos encontramos ahora con la investigación realizada por el profesor Eugenio Guzmán en la que se demuestra que en el próximo Parlamento van a ejercer 18 diputados con menos del cuatro por ciento de los votos; así como seis con todavía menos del dos. A lo anterior se suma que la coalición derechista Chile Vamos con el 38 por ciento de los sufragios logró hacerse del 47 por ciento de los escaños parlamentarios, lo que claramente rompe la proporcionalidad y la representación en el Congreso Nacional. Ya sabemos que hay una candidata a senadora que, con menos del 1 por ciento de apoyo, pasará a formar parte de la Cámara Alta, cuando hay otros que no lograron reelegirse con más del 15 o 20 por ciento de respaldo ciudadano. Lo único positivo en esto es que tendremos más mujeres en el Parlamento, aunque todavía su representatividad sea insuficiente.

A lo anterior, es justo rebajar drásticamente todos los porcentajes que ostentan todos los elegidos si se los compara con el universo electoral total y no solo con los votos “válidamente emitidos”. Con lo cual podríamos colegir que tendremos diputados y senadores con un número de sufragios que porcentualmente se acerca más al 0 que al 1 por ciento, realmente.

Lo que dejaron al descubierto, también, los recientes resultados es que al interior de las listas que postularon se pudieron comprobar candidatos de primera, segunda o tercera clase, debido a no pocos casos en que el subpacto interno más poderoso de las distintas coaliciones aseguró la elección de quienes obtuvieron mucho menos apoyo que otros candidatos de la misma lista, caso ya es emblemático en esto es lo que le ha sucedido a Alberto Mayol dentro de la lista del Frente Amplio quien, logrando más de un cinco por ciento de los sufragios, no pudo ser elegido, mientras que los dos postulantes asociados al diputado Giorgio Jackson resultaron electos con menos del uno o dos por ciento. Extraña forma, ésta, de elección democrática…

Por otro lado, lamentablemente las nuevas normas de la Ley Electoral continuaran fomentando la política de alianzas y arreglos cupulares para obtener un mejor resultado, por lo que de nuevo será prácticamente imposible saber, a ciencia cierta, cuánto pesa cada partido en la ciudadanía. Es evidente que estos nuevos comicios demostraron todo tipo de vicios y arreglos cupulares entre las distintas colectividades de derecha, centro e izquierda. De tal forma que los estudios también demuestran que si la Democracia Cristiana no hubiera competido por separado, el oficialismo (o lo que fue la Nueva Mayoría)  habría logrado más representantes en el Congreso Nacional, así como el que pudo ser un candidato presidencial único del sector.

No hay duda, tampoco, que estos dislates cupulares fueron alimentados por la renuencia de los partidos a competir en elecciones primarias, como se había legislado y comprometido ante el país.

El nuevo Gobierno y el Congreso electo difícilmente se van a dar a la tarea de modificar el sistema electoral a la luz de estos graves despropósitos. Menos cuando en las cámaras legislativas vamos a tener la presencia de parlamentarios que ni siquiera soñaron en ser elegidos, pero que por cuatro años se aprontan a disfrutar de una millonaria dieta y otra suerte de privilegios. Además, nos parece insólito que ante estos descubrimientos haya quienes piensan, todavía, que habría que aumentar más el número de legisladores para procurar una mayor representatividad ciudadana entre quienes deben aprobar nuestras leyes y representar la voluntad del pueblo.

Sin duda, una propuesta indecente.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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