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Un hombre que de la ciencia hizo dignidad

Columna de opinión por Vivian Lavín
Lunes 24 de diciembre 2018 8:50 hrs.


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In memoriam Doctor Cristian Orrego Benavente

 

Escribo desde un avión camino a casa. Gran parte de quienes me acompañan en el vuelo realizan el mismo trayecto y varios miles, sino millones, estarán en los próximos días tomando aviones, buses, trenes y autos para reunirse con quienes más quieren. Estamos próximos a la Navidad. Una fecha sensible y en tiempos en los que la Iglesia Católica sufre una crisis de la que no sabemos aun cuán magullada saldrá, los días festivos en torno a la cristiandad permiten que creyentes o no, se reúnan en torno a una mesa. Es una noche buena.

Mi avión va en dirección al Hemisferio Sur y en las largas horas que me separan de Chile, sobrevolaré casi toda la geografía latinoamericana y es inevitable pensar en esas capitales y ciudades que he visitado y en las que tanto he aprendido gracias a mi trabajo como periodista cultural. He estado en tantos países pero no en El Salvador. Sin embargo, se me aprieta el corazón. Una nación centroamericana escasamente recordada por la prensa chilena y mundial, a menos que se refiera a su inestabilidad política y la violencia que la golpea desde hace tanto, especialmente, desde comienzos de los 80, cuando una guerra civil estalló y cuyas esquirlas han seguido matando a su población hasta hoy. Terminados los años de plomo intenso, un sacerdote jesuita e ingeniero español nacionalizado salvadoreño, Jon Cortina, llegó hasta el Laboratorio del Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Berkeley para ver si podían ayudarlo a identificar a un joven que había perdido total contacto con su familia durante la horrible revuelta. Uno de los científicos que no solo ayudó al sacerdote sino que a partir de entonces se comprometió de por vida con la ONG Pro Búsqueda de Niños y Niñas Desaparecidos fue el Doctor en Bioquímica y Genetista Forense Cristián Orrego Benavente. Era el inicio de un maravilloso recorrido que iniciaron la ciencia y los DDHH en Latinoamérica, donde la figura del científico chileno jugó un rol determinante.

Lo que propuso al sacerdote el equipo de la Universidad de Berkeley, encabezado por Cristián Orrego, entonces director del Programa Forense, fue algo más ambicioso como la búsqueda de los árboles genealógicos y la obtención de los perfiles del ADN. En momentos en los que aun no descifraba el Genoma Humano, la genética se perfilaba como un instrumento valioso y esperanzador frente a la porfiada realidad que negaba información vital, como información para certificar la pertenencia a la familia verdadera o la identificación de cuerpos cuyo origen era imposible de determinar.

La ONG salvadoreña Pro Búsqueda fue el inicio de un trabajo de alto impacto en todo el continente que recibió como una plaga a dictaduras genocidas. Para saber lo que efectivamente había sucedido, se avanzó en la consolidación de organismos tan trascendentales, como la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, en Argentina, la base sobre la cual las Abuelas de Plaza de Mayo han podido establecer con certeza el hallazgo de esos nietas y nietas que estremecen el alma cuando son recuperados.

El genetista chileno Cristián Orrego ocupaba un rol cada vez más importante en estas iniciativas como Director del Programa Forense del Centro de DDHH de la Escuela de Derecho de la Universidad de Berkeley, en California, USA, cuya experiencia anterior en el Departamento de Justicia de ese Estado lo signaban como una de las eminencias en el tema a nivel mundial. Así es como fue uno de los fundadores de la Alianza de los Científicos Forenses de Derechos Humanos e Investigaciones Humanitarias.

Un trabajo que no podía olvidar a su propio país, cuando Chile también exhibe una dolorosa historia de desapariciones de personas. Así entonces fue Asesor Científico de la Comisión Presidencial en Política de Derechos Humanos en el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006) y luego, Miembro de la Comisión Internacional de Expertos del Servicio Médico Legal entre los años 2007 y 2010, que permitieron hacer luz sobre uno de los hechos de mayor y dolor y vergüenza, como fue la identificación de los restos óseos del Patio 29 del Cementerio General.

La visión y misión que le imprimió Cristián Orrego a la investigación científica le permitió a Chile conformar uno de los Bancos genéticos más completos del mundo en lo relativo a los marcadores de población que permiten establecer la filiación genética. Es decir, su trabajo no solo permitió que muchas familias pudieran tener la certeza de que los restos que enterraban correspondían efectivamente a los de sus familiares, sino también el que tantos jóvenes y adultos puedan conocer con certeza las familias de los que fueron arrebatados siendo niños. “El Registro Civil de Chile ha sido pionero en adoptar elementos de identificación, como la huella dactilar y debiera hacer lo mismo con las muestras del ADN. Debiéramos iniciar una conversación a nivel social para que a cada chileno que nace se le tome una muestra para tener su perfil genético y así contar con la información que nos permita encontrar a sus familiares siempre”, decía Cristián Orrego, hace unos años en el programa Vuelan las Plumas.

El diálogo que nos proponía como sociedad es una tarea muy difícil en tiempos de travestismo moral. Cristián Orrego Benavente ya no está entre nosotros. Tampoco en El Salvador, donde vivió hasta hace unas semanas junto a su gran amor, la destacada genetista forense salvadoreña Patricia Vázquez Marías. Sin la estatura ética y el compromiso de un hombre como Cristián, será una tarea ardua.

Recuerdo la honda impresión que me causó cuando, como editora, lo conocí con ocasión de la publicación del libro de memorias de su padre, el Premio Nacional de Música 1992, Juan Orrego Salas, por Ediciones Radio Universidad de Chile. El cariño profundo y respeto por su padre como la admiración que profesaba a su madre, la artista y maestra del bordado Carmen Benavente era conmovedor. El libro de Carmen que me envió a través de su hermana Francisca este año es el último gesto que guardo con emoción y profundo impacto al saber que lo aquejaba el mortal ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica).

Pienso que El Salvador, la tierra que Cristián eligió y que hoy lo acoge en su seno, está orgullosa de tener a uno de los mejores de los nuestros.

Lo cierto es que hemos quedado huérfanos. Nuestra Patria ha perdido a un hijo dilecto que contribuyó de manera efectiva a la “reconciliación nacional” a partir de la verdad científica puesta al servicio de los valores y principios humanos más esenciales. Un científico que vivía los valores humanistas de modo sincero, encarnándolos con un compromiso incombustible. Las organizaciones de Derechos Humanos de nuestra doliente Latinoamérica están de luto junto a todos aquellos que valoramos la profundidad de su legado, como un hombre que entendió que la dignidad está también en la certeza.

No conozco El Salvador, pero desde el aire, abrazo su geografía y le doy las gracias por acoger a un amigo y hombre ejemplar.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.