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A un mes de la muerte de Alan García

Columna de opinión por Daniel Parodi
Lunes 20 de mayo 2019 16:00 hrs.


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Pasado un mes del suicidio de Alan García, que se produjo el 17 de abril de 2019, podemos ver las cosas con más claridad y colegir la angustia en la que un país se vio repentinamente sumido. No se trató de la partida de un líder respetado y venerable, como Haya de la Torre hace 40 años, cuyo desenlace, además, esperábamos. No se trató de una trampa del destino, un accidente fatal, de aquellos que nos arrebatan de golpe a un ser querido, quien nos deja lidiando con su última despedida, sus últimas palabras o su último mensaje de texto.

No fue así. La partida de Alan García será quizá uno de los acontecimientos políticos más perturbadores del Perú del siglo XXI. La particularidad de su muerte es que, desde que los líderes del APRA la anunciaron en los exteriores del hospital Casimiro Ulloa, nos vimos obligados, quienes analizamos la política peruana, a pronunciarnos sobre aquella. Y no sé si en realidad hemos tomado conciencia de la situación que enfrentamos todos los peruanos: una muerte se llora, eventualmente se comenta, suele ser noticia central, pero muy pocas veces se polemiza, y ninguna, que yo recuerde, marcó así la agenda política de un país.

Alan García se fue como vivió, sin darnos tregua, ni el mínimo respiro, asegurándose de que su partida se convirtiese en el acontecimiento más espectacular de la década. ¿Qué fue la vida de Alan García sino un espectáculo? Desde el joven inmenso que “pechó” al Premier Ulloa en el Congreso en 1982, al orador inigualable que recitaba el poema La Masa de César Vallejo, aún me parece escucharlo “(…) al final de la batalla, y muerto el combatiente, se le acercó un hombre y le dijo no mueras, pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo”. El mismo Alan García que volvió luego de 9 años de ausencia y, emulando el reencuentro de Haya con las masas en 1945 en la Plaza San Martín, se asomó al mismo balcón y partiendo de los versos de Calderón de la Barca en “La vida es sueño” exclamó “(…) y a mí me parece un sueño estar de nuevo aquí frente a ustedes” para así, de un plumazo, de un infalible acto teatral, recuperar a las masas que lo abandonaron tras su desastroso primer gobierno.

En 2006, la noche de los mítines de cierre de campaña para la primera vuelta, pocos reparamos en su astuta estrategia. Todos los candidatos hablaban, los medios zapeaban a unos y otros, Alan iba tercero en las encuestas y decidió esperar. Cuando inició su discurso, los demás habían terminado y entonces el país lo escuchó solo a él en su última gran alocución. En esta ocasión, el montaje teatral valió tanto como las palabras: Terminó de hablar, una paloma blanca se posó sobre su cabeza y la lluvia de picapica rojiblanca cayó sobre ellos dos poéticamente, hasta tornarlos imperceptibles, inevitablemente confundidos con la lluvia de pedacitos de papel.

Hubo otro Alan García, todos lo sabemos, y, aunque lo nieguen sus adláteres, las contundentes pruebas en su contra terminarán de convencer a los más descreídos de sus vínculos con la corrupción. Y la sentencia de la musa Clío será más contundente pues contradecirá lo que él trató de evitar con su muerte: que se le recuerde como a un político corrupto; pero la historia reciente ha fallado que sí lo fue, e igual lo hará la otra historia, la más serena, la que se escribirá con el pasar del tiempo.

¿Cómo y para qué adivinar las aciagas últimas horas de un hombre que ha decidido quitarse la vida? Quizá el horizonte no avizoraba más balcones, ni más multitudes vivándolo. Quizá su espectacularidad era demasiado grande como para caber en una celda. Quizá, por todo ello, su suicidio fue eso, su último gran espectáculo que escenificó en dos actos: un disparo, y sus palabras finales, leídas por su hija en su velorio.

Alan García se marchó creyendo que sería recordado como un perseguido político. Sin embargo, la sentencia de la historia será implacable: “García huyó de la justicia”. ¿Qué es lo que la historia más recordará sobre él?: la espectacularidad de su propia muerte. Alan García pasará a la historia como el presidente peruano que se suicidó.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.