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Año XVI, 26 de abril de 2024


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La banalidad frente al desamparo

Columna de opinión por Julio Salas G
Miércoles 22 de abril 2020 10:47 hrs.


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La filósofa y teórica política Hanna Arendt acuñó la expresión, “banalidad del mal” para referirse a cómo los individuos y las autoridades pueden llegar a actuar sin preocuparse en lo absoluto por las consecuencias finales de sus actos, pudiendo generar resultados dramáticos sin remordimientos y sin que aquello implique la voluntad consciente de ser especialmente perversos o crueles. Ella desarrolló esta reflexión analizando el comportamiento de burócratas nazis en el contexto de las políticas de exterminio desarrolladas por el Reich alemán.

Lo central del planteamiento de Arendt es que no se requiere ser un “monstruo o un pozo de maldad” para implementar o avalar decisiones atroces, o para hacerlo bajo la convicción de solo estar cumpliendo diligentemente con los deberes del cargo o con las obligaciones de un ciudadano responsable. Un burócrata o un individuo cualquiera, siempre puede argumentar en su defensa que él no creó la ideología que causa la tragedia, que no ha sido parte del origen de un problema social o simplemente que no incide en los factores externos que condicionan sus actos. Sin embargo, la autora del concepto nos deja en claro que nada de esto les permitirá eludir sus responsabilidades.

Es en medio de grandes dramas humanos o de situaciones extremas donde surge esta insensibilidad frente a la muerte, esta banalidad frente al desamparo. Y en este sentido no es extraño que sea en medio del horror de una Pandemia, aunque esta tenga un origen biológico y no ideológico, donde volvamos a ver patrones de comportamiento similares a los observados en naciones sometidas a grandes exterminios. Los seguidores de Trump, de Bolsonaro y los admiradores de Mañalich son el estereotipo exacto de este desapego por el sufrimiento ajeno.

Porque si cada mañana el mundo es informado de miles de fallecimientos y decenas de miles de contagios; si en un rito macabro los ciudadanos asumen rutinariamente este reporte de muertes, es esperable que la angustia y consternación de las primeras cifras de rápido paso a una creciente inmunidad frente al horror; la que se refuerza día a día con la constante repetición de cifras vacías de rostros, sin historia y sin familias.

Así, no sorprende que en Chile la ciudadanía normalice por ejemplo que 7 de cada 10 fallecidos por coronavirus lo hagan sin recibir tratamiento o, como eufemísticamente lo llama el Ministro Mañalich, recibiendo solo medidas paliativas. Porque si usted es mayor de 80 años o si es más joven pero tiene el infortunio de padecer cáncer, diabetes o vih, o si simplemente tiene hipertensión y, como tantos chilenos, el asma lo acompaña haciéndolo vulnerable; usted es firme candidato a ser dejado de lado. Porque otro, no usted, ni su familia ha decidido que su caso no merece ser tratado, que no merece vivir, para así “ahorrar” un respirador, incluso aunque aquel hoy esté disponible y almacenado.

Lo que no se ha dicho es que quien decide por usted, obviamente le está evitando al Gobierno una rápida crisis sanitaria y política. Porque, aunque ya sea evidente que no se adquirieron a tiempo los insumos necesarios para enfrentar esta pandemia, el Gobierno está dispuesto a ocultar esa verdad. Por eso hoy proliferan los “Cuentos Chinos” y los muertos sin tratamiento. Es que para el relato de la “nueva normalidad” y la pronta reapertura, ¡Todo vale!.

Ahora, si pensamos en cada uno de los 25.000 adultos mayores que pasan sus días en los 926 hogares de ancianos autorizados o en los 16 administrados directamente por el SENAMA, podemos ponerle rostro al abandono. A ellos no solo se les negará si enferman una mejor oportunidad de tratamiento. Tampoco está previsto para ellos un programa especial de exámenes de PCR para el diagnostico temprano. Ni siquiera se contemplan exámenes preventivos para los trabajadores que los cuidan; quienes tampoco pueden acceder a un PCR; porque en Chile sólo se examina al que tiene síntomas o al que ya tuvo contacto estrecho con un contagiado.

¿Pero acaso este abandono es solo una omisión casual? Claro que no. Porque estos ancianos ya no forman parte del engranaje económico que el Gobierno se apresura en echar andar. Ellos ya no son mano de obra, no son insumos productivos… ¡Solo son personas!… y eso es lo que primero se olvida cuando en las autoridades y en las sociedades se instala silenciosa pero inexorablemente la banalidad frente al desamparo.

El autor es el Coordinador Político del Movimiento UNIR

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.