Hace algunos días, la Organización Mundial de la Salud se ha referido a ciertos criterios para determinar si un país está habilitado o no para salir de la pandemia. En este contexto, la OMS ha hablado de la necesidad de contar con “comunidades que estén totalmente educadas, comprometidas y capacitadas para adaptarse a la ‘nueva normalidad’”.
En nuestro país este concepto de “nueva normalidad” es particularmente interesante, ya que nuestra “normalidad” ya se había alterado con el Estallido Social del 18O. En lo colectivo, se habían generado fracturas por una parte y nuevas formas de relacionarnos por otra. En lo individual, la revuelta, nos había puesto en el punto aquél de sacar lo que realmente somos, un movimiento de esta magnitud había tenido efectos muy profundos, acentuando nuestro ser en el mundo.
Arrojados de una normalidad a otra y luego a otra, requerimos hallar algunos posibles puntos de equilibrios que nos ayuden a pensar cómo transitar en el mundo de hoy. Hay quienes sostienen que siempre alguien lo pensó antes y mejor y, en ese sentido podemos remitirnos a algunos pensadores en busca de su ayuda.
Podemos partir con Martin Heidegger, considerando uno de los filósofos fundamentales del siglo XX, quien en uno de sus ensayos, “Para qué poetas”, que se encuentra en el libro “Caminos de bosque” aporta en nuestra reflexión. En momentos de reclusión e incertidumbre, la pregunta que Heidegger retoma de Hölderlin es “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” y esto, en el filósofo alemán, adquiere una resonancia singular. Heidegger nos dice algo inusitado, pues señala que, en el momento de mayor indigencia, cuando la noche del mundo extiende sus tinieblas, hay que experimentar y soportar el abismo del mundo, pero para eso es necesario que algunos alcancen dicho abismo. Como puede suponerse, son los poetas los que se arriesgan en el abismo y desde allí, desde el desierto de la desprotección, nos sostienen con su palabra. Heidegger, en este sentido, pone como ejemplo a Reiner Maria Rilke y sus “Sonetos a Orfeo”.
Otro que podemos citar es al filósofo francés Gilles Deleuze, quien dice algo parecido en la conclusión de su obra “¿Qué es la filosofía?”, donde señala “los filósofos y artistas parecen regresar del país de los muertos”.
Parece, entonces, que no sería una mala idea en estos tiempos de penuria y confinamiento, internarse en el espacio peligroso de la poesía porque, acaso, como también ha dicho Hölderlin en el peligro está lo que nos salva.
Otra idea interesante es la que plantea el filósofo italiano Emanuele Coccia, quien en su libro “La vida de las plantas” piensa al mundo fundamentalmente como atmósfera, es decir, para él en un mismo lugar se mezclan todas las cosas y todas las especies. En este sentido, ser en el mundo significa influenciar y verse influenciado por la vida de otros agentes y organismos. Vivir es infectarse. El aire que respiramos, dice Coccia, es el soplo de otros vivientes. Lo que parece interesante del fenómeno de la pandemia que estamos experimentando, es cómo una partícula casi invisible, pone en jaque a toda una civilización, cómo el otro está en mí, la respiración convertida en un asunto político. Hoy, la salud es el otro.
En momentos de incertidumbre: poesía, reflexión, lectura literaria, pensamiento. Suspendernos en el espacio de indeterminación de la poesía y el arte para salvarnos de la vida.