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Pasión por la clase media y omisión de la clase trabajadora. Cifras del fracaso en la (última) modernización capitalista*

Columna de opinión por Natalia Mesías Quila, Miguel Urrutia Fernández
Domingo 2 de agosto 2020 17:08 hrs.


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Miéntras mas se estudia las causas i efectos de la crísis económica, mas se convence uno de que es necesaria; que cualquiera medida del gobierno seria insuficiente para hacerla cesar, i que es a los particulares a quienes atañe restablecer el orden… [Sic].

(Jean Gustave Courcelle-Seneuil. Santiago de Chile, 1857)

 

  1. Los empleos que se están perdiendo no son de clase media, son de clase trabajadora

El alza vertiginosa de la desocupación (12,2%) desde la llegada del COVID no es ni la punta del iceberg laboral chileno, sumergido en una historia republicana proverbialmente vulnerable ante las grandes crisis económicas mundiales. Así, el siguiente gráfico sobre la variación del desempleo, tampoco puede leerse como mero reflejo de un azar biológico cernido sobre la economía mundial y chilena en particular (https://bit.ly/3hU9g5a)

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Con la sangre de la América colonial se irrigó el capitalismo mercantil europeo (siglos XVI al XVIII). Durante ese largo periodo, el reino de Chile hizo poco más que sobrevivir. La República en cambio nos situó como un modelo. La revolucionaria burguesía europea asoció la fase industrial del capitalismo con el mérito de los hombres. Chile prendió como un faro y desde el liberalismo brotó la idea mesocrática: una sociedad de clases medias. El Estado chileno, aunque pornográficamente oligárquico, adhirió a la idea moderna de igualar las oportunidades para todos los hombres, salvándolos de sus barbaries antimodernizadoras a punta de masacres cada vez que los gobiernos lo creyeron necesario.

Hoy el pueblo de Chile está bastante lejos de todo eso, pero no las elites políticas dominantes. Elites que se autofelicitan por haber creado un país de clases medias a las cuales asistir en estos tiempos desventurados, sin reparar, por ejemplo, en que la mayor parte del millón 900 mil empleos perdidos el último año corresponde a ocupaciones poco calificadas y carentes de autoridad jerárquica (mando o jefatura sobre otros trabajadores). Esto implica que las posiciones laborales más castigadas corresponden claramente a la condición de clase trabajadora y no a la tan invocada clase media (sobre los aspectos sociopolíticos actuales de esta invocación ver https://bit.ly/2Ezokql y https://bit.ly/31bdSNq).

En el siguiente gráfico puede observarse que grupos ocupacionales fácilmente asociables a la noción de clase media como “Técnicos y profesionales de nivel medio” y “Profesionales científicos e intelectuales” han mantenido bastante plana la curva de sus puestos de trabajo desde el 2018, mientras que las “Ocupaciones elementales” y los “Trabajadores de servicios y vendedores” han caído en picada

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Quizá parte del equívoco de la elite política dominante se deba a su anacrónica identificación de la clase media con los empleos no manuales (como los burocrático-fiscales en cuyo reparto descansa esta elite, ver https://bit.ly/3gqBwvShttps://bit.ly/3i4OCzv ), ligados a su vez con ingresos familiares que aseguran estabilidad y consumo por sobre la mera subsistencia (arriba de la línea de pobreza).  Pero esta mirada no considera el mediano y largo plazo en el que desarrollan su existencia las familias trabajadoras. En esas escalas históricas, tanto la magnitud, como la estabilidad de los ingresos y el consumo, dependen de relaciones salariales y de poder articuladas en el mundo del trabajo, es decir, dependen de factores de clase propiamente tales.

2.    Historia: el ciclo modernizador y sus cierres en fracaso

Después de las hambrunas provocadas por las guerras de independencia, las clases laboriosas chilenas han sido reiteradamente sometidas a ciclos de modernización capitalista con los siguientes tres componentes periódicos: (a) expansiones de la economía nacional que duran entre 20 y 30 años, por ejemplo, desde el descubrimiento de plata en Chañarcillo (1832) hasta la debacle inflacionaria que sacó de la presidencia de la República a los comandantes en jefe del ejército (1851) y terminó instalando allí a los liberales (1861); (b) periodos de estancamiento que abarcan una o dos décadas, salpicados con repuntes breves como los de las exportaciones trigueras entre1860 y 1880; y (c) caídas en picada de la economía nacional con motivo de una gran crisis externa que encuentra al país absolutamente abierto al libre comercio mundial. La primera de estas grandes crisis se presentó en 1873 (menos severas las hubo desde antes), momento en el que las mayorías populares lograron mitigar parte del desastre gracias a la articulación de las mujeres trabajadoras.

Este choque de las modernizaciones capitalistas chilenas con las grandes crisis económicas mundiales ha implicado repetidos y agudos retrocesos para la dignidad de las clases trabajadoras, incluyendo siempre las hambrunas mitigadas por el doble trabajo femenino. Lo vimos también en 1929, cuando la recepción catastrófica de la crisis fue precedida desde lejos por la expansión salitrera, así como por su estancamiento en la post Primera Guerra Mundial (con breves repuntes asociados a los incrementos en la inversión cuprífera estadounidense).

La tercera versión del ciclo modernizador capitalista chileno, concluida por la crisis recesiva mundial de 1982, incluyó en su origen la caída de una dictadura (1932) y la salida pactada de otra en su cierre (1988); también incluyó un espectral Estado nacional popular e industrializador cuya herencia más clara consistió en la formación de Grupos Económicos financieramente modernizados. Esta vez la fase de expansión fue formalizada sociológicamente como Modernización y Desarrollo pese a basarse en la explotación del cobre chileno por capitales estadounidenses. Así, esta fase expansiva abarcó desde los preparativos de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los cincuenta. El largo estancamiento posterior fue remecido por el brote de una excepcionalidad histórica entre 1964 y 1973.

Paradójicamente fue el golpe militar de 1973 y la dictadura de los grupos económicos lo que devolvió la normalidad al ciclo histórico de las modernizaciones capitalistas, de modo que la crisis de 1982 nos encontró, nuevamente, abiertos al mundo.

3. La cuarta caída modernizadora y su récord de velocidad: tocando fondo a los tres meses de crisis

Ahora, en 2020, completábamos a lo menos un quinquenio de estancamiento desde el final del boom commodities en el 2013 (aunque si se consideran los dos años de contracción provocados por la crisis subprime 2008, podríamos sumar una década de estancamiento). De forma impresionante, en solo tres meses de crisis[1], el 43,4% de la población trabajadora chilena ya se ubica en una de las siguientes condiciones deterioradas y/o profundamente inestables:

 

(a)  996.000 personas desocupadas.

 

 

(b)  2.020.000 personas en la “fuerza de trabajo potencial”, o sea, dispuestas a trabajar pero que ya han agotado sus recursos en la búsqueda de un empleo o han debido dedicarse al cuidado de otras personas.

 

(c)   522.000 personas trabajando jornadas parciales inferiores a las que desean.

 

(d)  859.000 personas acogidas a la Ley de Protección del Empleo o ausentes de sus ocupaciones por circunstancias derivadas de la pandemia COVID.

 

4.399.597 personas en condiciones laborales deterioradas y/o profundamente inestables (43,4% de la población trabajadora)

 

Estas cifras desastrosas se agravan por la aguda desigualdad entre hombres y mujeres apreciable en el siguiente gráfico (para un imprescindible enfoque feminista ver  https://bit.ly/3i046Vq ).

 

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Un aumento así de explosivo de las cifras en tan pocos meses solo puede explicarse por la extremista y violenta flexibilidad del mercado laboral chileno. Al analizar la evolución de los datos, se aprecia una desaceleración del aumento del desempleo y de la destrucción de ocupaciones. En dos meses (fin de marzo a fin de mayo) la desocupación aumentó tres puntos porcentuales (de 8% a 11%), en cambio, en junio solo aumentó un punto porcentual; asimismo la tasa que considera la desocupación y la fuerza de trabajo potencial (a y b en nuestra tabla anterior), saltó de un 20% en marzo a un 28% en mayo, mientras que en junio solo aumentó en algo más de un 1%.

4. No hay vuelta atrás

Cabe en todo caso precisar que desaceleración no equivale a estancamiento en el deterioro del mercado de trabajo.  Algunos hitos del camino por delante amenazan con provocar nuevas caídas importantes en el mercado laboral. La expiración del plazo de la Ley de Protección del Empleo es uno de ellos, y si consideramos los datos provistos por el Banco Central (https://bit.ly/30kCtjJ ), donde alrededor de la mitad de las empresas acogidas a dicha ley declaró la imposibilidad de su reintegro, es pensable que en julio y agosto rebroten las tendencias de los primeros meses de la crisis.

Adicionalmente debe considerarse que cuando nos referimos a un mercado laboral tan segmentado y segregado como el chileno (con verdaderos apartheid laborales), no cabe hablar de un solo fondo al que podamos llegar. Esto queda evidenciado en que los primeros puestos de trabajo destruidos fueron precisamente aquellos más desprotegidos frente a la incertidumbre económica: cuentapropistas, informales, personas que se desempeñaban en puestos de baja calificación han sido, hasta ahora, las más afectadas. Sin duda las caídas estrepitosas de la participación de este tipo de trabajadoras y trabajadores en el mercado laboral permiten caracterizar la situación actual como el punto más bajo, pero nada impide que, ante la permanencia de la crisis, sus consecuencias comiencen a horadar al segmento más protegido, formalizado y asalariado del mercado laboral

Lo que las autoridades denominan recuperación, remite a un horizonte donde una gran masa desconfinada engrosará las filas de la desocupación y la informalidad, empujando los salarios a mínimos históricos. Revertir estructuralmente esta situación supone un Estado varadamente presente donde las trabajadoras y trabajadores lo requerimos. El retiro del 10% de fondos desde las AFP no solo resuelve un problema inmediato, sino que marca dos direcciones para cualquier proyecto de nueva República con soberanía popular efectiva: (a) articulación con el repertorio de luchas sociales construido durante la década estancada; (b) nueva matriz productiva donde solo sobrevivan los capitales que agregan valor acoplados a un Estado radicalmente democrático.

La solución para Chile implica una política nunca más parapetada en las falsedades mesocráticas. Ese razonable horizonte de bienestar y estabilidad no emana de individuos persiguiendo abstractamente su interés, sino del trabajo y su complejidad colectiva.

Ya acostumbrado al acorralamiento, el mundo sindical al que accedemos investigando y actuando, advierte que la debacle laboral está siendo decidida en tiempo real por sectores recalcitrantes del gran empresariado, profundamente desconectados de los procesos productivos concretos. Convivimos con altas capas gerenciales que por años han achacado al trabajo los estancamientos en la productividad, mientras que invierten casi toda su inteligencia y formación universitaria en marañas financieras muchas veces impresentables. Ese gran empresariado, esas capas gerenciales, esos apellidos repetidos están aprovechando la crisis para reestructurar plantas laborales. Esto no obedece meramente a una decisión reductora de costos, sino -como hemos dicho- a una estrategia basada en la creencia equivocada de que el estancamiento económico de la última década es imputable a una baja productividad de, por ejemplo, las trabajadoras que nos desempeñamos en la salud privada.

Recientemente la acción sindical participó del virtual fisuramiento al sistema de AFP. Los dos paros portuarios repercutieron en las opiniones del empresariado recogidas por la prensa. Pero sobre todo operó el acumulado de luchas sociales que han irrumpido durante la fase de estancamiento de esta última modernización capitalista. Primero fueron personas de familias trabajadoras en edad de estudiar (2011). Luego fuimos directamente las trabajadoras y trabajadores, con la salvedad de que nos organizamos mayoritariamente fuera de nuestros lugares de trabajo (No+AFP 2016 y 2017). En medio eclosionaron nuestras manifestaciones feministas contra el machismo y su derivada doble intensificación del trabajo. Así llegamos a octubre del 2019 y desde esas bases nos abrimos al futuro.

[*] The content of this communication is part of INCASI Network, a European project that has received funding from the European Union’s Horizon 2020 research and innovation programme under the Marie Skłodowska-Curie GA No 691004, coordinated by Dr. Pedro López-Roldán. La autora es Secretaria General de La Federación Nacional de Sindicatos de la Salud Privada (FENASSAP) y Encargada nacional del Frente Sindical de Izquierda Libertaria. El autor es académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, miembro de la Escuela Popular Constituyente de la misma Universidad y militante del Frente Sindical de Izquierda Libertaria.

1. Los datos de la última ENE corresponden al trimestre móvil abril–mayo-junio de 2020.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.