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A medio siglo del fin de la experimentación y de la educación secundaria

Columna de opinión por Juan Álvarez Rubio
Martes 15 de diciembre 2020 10:52 hrs.


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Hace 50 años, en diciembre de 1970, tuvimos el privilegio de egresar de sexto de humanidades del Liceo de Experimentación Gabriela Mistral (LGM) ubicado en la avenida Independencia. Ese año se puso fin a la experimentación, que desde 1946, y por 25 años, fomentó  la modernización de la educación secundaria bajo el lema de renovación. Y esto mismo ocurrió en los Liceos de experimentación Juan Antonio Ríos en Quinta Normal y Coeducacional en Quilpué (creados también en 1946) y el Liceo Darío Salas en Santiago poniente (creado en 1947). Simultáneamente, y como resultado de una reforma educacional, en 1970 se puso fin a la educación secundaria que fue reemplazada por una enseñanza media de cuatro años (y la educación primaria por una básica de ocho años).

La creación de los liceos de experimentación fue el fruto del “Plan de Renovación Gradual de la Educación Secundaria” diseñado en 1945 para ampliar, en sectores populares, la experiencia del Liceo Manuel de Salas creado en 1932 como “un laboratorio pedagógico” en la comuna de Ñuñoa “destinado a la aplicación y experimentación de nuevas organizaciones, métodos y programas de enseñanza secundaria”.

Vivimos nuestra adolescencia en un ambiente de aprendizaje activo, de participación, de autodisciplina y de coeducación. Esto último, un Liceo Mixto, era quizás el ingrediente más novedoso y vanguardista, al punto que hasta el día de hoy es una reivindicación del movimiento estudiantil público y laico. Y en este contexto, los planes Común, Variable y Complementario consideraron nuestras distintas aptitudes y vocaciones, separándonos en los últimos años en cursos de Letras, Biología y Matemáticas. 

Por otra parte, vivenciamos una educación cívica activa, donde el consejo de curso y la organización interna en comités de trabajo y clubes, nos educaron en participación y ciudadanía estudiantil. Desde pequeños nos vinculamos con el gobierno estudiantil liceano y con los comités centrales donde aprendimos de “los y las más grandes” para tomar el relevo y entregarlo a los que nos seguían. Las elecciones de los dirigentes liceanos eran importantes y nos vinculaban con el entorno estudiantil nacional. Y con las actividades anexas y voluntarias como la música, el teatro y el deporte nos vinculamos también con compañeros y compañeras de otros liceos.

Pero no todo estuvo exento de problemas. Desde su creación los liceos de experimentación tuvieron oposición, especialmente de los sectores educativos más conservadores. Lo de formar personas “para la democracia y la ciudadanía” y más aún en un ambiente coeducacional fue visto con reticencia. A mediados de los años cincuenta estuvieron a punto de desaparecer con la reforma del “Liceo Único”, que intentó unificar a los liceos tradicionales y a los renovados. Nuestros profesores y padres defendieron y lograron mantener la experimentación, si bien es cierto muchas de las principales innovaciones de los liceos de experimentación fueron incorporadas en todos los liceos. 

Finalmente, cabe señalar el contexto nacional en que ocurrió nuestra experiencia liceana. Comenzamos bajo un gobierno socialcristiano y egresamos comenzando una transición al socialismo. De hecho, en diciembre de 1970, nuestra graduación fue presidida por el exalumno del LGM profesor Mario Astorga, el ministro de Educación del recién asumido presidente Salvador Allende. Lamentablemente, nuestra formación para la democracia y la ciudadanía la alcanzamos a ejercer muy poco, y en algunos casos con dolorosos costos personales.

Medio siglo después de nuestro egreso estamos ad portas de un cambio importante en la sociedad chilena. Esperamos que el nuevo rol que se está exigiendo al Estado post “estallido social” y post pandemia incluya retomar su obligación educativa, garantizando constitucionalmente el derecho social a una educación pública de calidad. El LGM, y todos los liceos públicos, deben volver a ser un eslabón en la movilidad social de la que muchos de nosotros nos beneficiamos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.