Como lo hemos venido señalando hace semanas, asistimos a la difusión de mentiras más grande que haya conocido una contienda electoral en Chile. Nos atrevemos a señalar que ni en el plebiscito de 1988 ocurrió tal proliferación de falacias, a pesar de que para entonces la dictadura tenía aceitada su fábrica de montajes y otras acciones disfrazadas de información, al tal punto que el noticiario de la televisión estatal era conocido como 60 mentiras por minuto. Aunque esta vez provienen del mismo sector -lo cual es una descripción, no una opinión-, la herencia directa de lo que está ocurriendo ahora es un sofisticado mecanismo usado por la ultraderecha a nivel mundial para manipular a la población y torcer a su favor la voluntad del pueblo. No sobre la base del convencimiento de las propias ideas, que sería democráticamente intachable, sino tratando de que el voto se base en situaciones que no son reales. Ahora, en el debate presidencial de Anatel, se volvió a usar impunemente la mentira, sin que los periodistas, en general, ofrecieran resistencia.
Hemos advertido que la instalación de esta manera de hacer política en Chile es y será desastrosa para el conjunto de la comunidad, independientemente de que a algunos en esta vuelta les convenga. Es por eso que en otros países, con éxitos variables, hay actores que han asumido que la defensa de la democracia y de normas básicas de convivencia no admite neutralidad. Se trata de algo aun más importante que una legítima posición política.
En Estados Unidos, los medios de comunicación demoraron en reaccionar a la sucesión de mentiras de Donald Trump. Pero ya en la campaña de reelección, entendieron la importancia de lo que estaba en juego. El punto de inflexión ocurrió cuando algunas cadenas como ABC, CBS y NBC dejaron de emitir un discurso del entonces presidente Trump en directo, donde afirmaba sin pruebas que se estaba fraguando un fraude electoral. Con aquel gesto se instaló un antes y un después en el papel de servicio público que deben jugar los medios de comunicación, que luego tomaron un rol activo en contra de las noticias falsas. No a favor o en contra de un candidato, sino como un deber y una toma de posición respecto a las mentiras y la opinión pública.
¿Se está tomando en Chile el peso a las consecuencias de que la práctica política de mentir salga gratis? Aunque algunos analistas y académicos de las ciencias sociales y de las comunicaciones han advertido que las mentiras son una suerte de termitas que carcomen los pilares de la democracia, da la impresión de que no se le ha dado la importancia suficiente ¿Por falta de visión? ¿Por conveniencia?
Hoy, más que nunca, los profesionales de las comunicaciones deben defender el rol y la responsabilidad que le corresponden en la sociedad. Ello no se hace con meras palabras, sino con acciones. El combate a la desinformación y la contribución a formar ciudadanía crítica son deberes principales, si es que el periodismo quiere merecer ser llamado de esa forma.