Cuando tenía trece años, Arturo Soto escapó de casa. No es algo a lo que suela referirse públicamente. Si le preguntan por qué, trastabillea, tensa los músculos de la cara, dice que contarlo todo es complicado por respeto a su familia. En las conferencias motivacionales que han sido frecuentes en el último lustro, su historia contada por él mismo comienza allí, cuando decidió dejar la casa que compartía con su madre y su padrastro e irse a vivir a la población El Golf.
—Mi abuelita no vivía allí en ese entonces, tenía otra casa muy cerca. Entonces, cuando tenía hambre o cualquier cosa, en veinte minutos iba caminando para almorzar.
Fue en esos trayectos cuando conoció el mar. Sin embargo, no eran años buenos para Arturo. Lo poco que confiesa le llevó a escapar era el hecho de haber sido víctima de violencia por parte de su padrastro. En el colegio, además, nunca logró encajar del todo, pero le había prometido a su abuela terminar el cuarto medio. El resto, en Antofagasta, eran extremos: pandillas juveniles por un lado y fanáticos de los deportes acuáticos por el otro.
No han cambiado mucho estas opciones con el paso de los años. Un arma, dice Arturo, sigue dando “poder, dinero, mujeres, fiestas. Y a los 16 uno queda maravillado con eso”. Por otro lado, en el caso del surf, siempre estuvo enfocado en mostrar “al rubio que baja a la ola con la ropa Billabong o Rip Curl; con las calugas marcadas y que es bonito”. Entonces, junto con un amigo, decidieron construir un camino propio en medio estas dos veredas, lejos de los peligros del barrio y aprovechando los implementos que los surfistas con mayores recursos dejaban de lado.
Las olas, cuenta también Arturo, deben tener ciertas condiciones para practicar este tipo de deportes. En el sur, los bancos de arena en las costas generan irregularidades que hacen inviable trepar en una ola por más de tres segundos. En el norte, en cambio, las playas con bancos de piedras, generan olas perennes y hay tantas, que muchas pasan desapercibidas.
Esto fue lo que encontraron en Budeo, una ola que ellos mismos nombraron y que chocaba contra un malecón de rocas a dos cuadras de su casa. Un terreno baldío que no le importaba a nadie, sino hasta que Arturo lo descubrió.
—Estuvimos como dos años tratando de ponerle el nombre. Cuando mi amigo le ponía uno, yo le reclamaba y después él hacía lo mismo. Entonces, decidimos abreviar nuestros sobrenombres. Cuando chico, yo me chupaba mucho el dedo, seguramente como resultado de todos los problemas que arrastraba. Me decían “chupadeo”, y a mi amigo le decían “bufón”. Agarramos “bu” de “bufón” y “deo” de “chupadeo” y quedó Budeo.
La enseñanza de las olas
La gente empezó a llegar a esta zona recién después de cuatro años. Arturo, que ya era bueno tanto en surf como en bodyboard, se hizo conocido como “el mejor” de esa ola y quienes lo buscaban empezaron a pagarle por clases particulares. Pese a esto, también decidió probar suerte en la universidad con la esperanza de conseguir un título que le validase para trabajar en el rubro minero desplegado en la región, pero no duró ni un año.
—Seguí surfeando mientras trabajaba como garzón. Un día me acordé de que en algún momento había dado clases y se me ocurrió poner un cartel afuera de mi casa. Decía: “Se hacen clases de bodyboard”. Pero yo quería ganar plata con eso y de pronto comenzaron a llegar niños que tenían los mismos problemas que yo cuando era chico, con papás traficantes, mamás drogadictas. Ahí dije, quizás puedo hacer por ellos lo mismo que el mar hizo por mí.
En ese entonces, Budeo, el nombre que también replicó en su escuela, solo contaba con una choza tipo sombrilla que Arturo había construido en su adolescencia. Así que, con sus primeros alumnos recolectó rocas y trozos de madera y construyó lo que llama ahora “un refugio”, a donde acudían los fines de semana arrastrando un carro de supermercado lleno de las tablas, aletas y trajes para practicar bodyboard. Hoy, sin embargo, Budeo es una oficina amplia levantada en madera, que tiene una terraza con vista al mar y una cafetería ubicada en una zona conocida como el “Hawái” de Antofagasta.
—Nosotros le cambiamos la infraestructura a un lugar que era un foco de delincuencia, de basura, que a nadie le importaba. Y lo que pasó es que diferentes clubes de Antofagasta vieron que a nosotros nos fue bien y comenzaron a replicarlo. Pusieron chozas, basureros, se apoderaron del espacio. Cuando los políticos planifican construir territorio no le preguntan al usuario, construyen cualquier cosa, la gente no se siente con pertenencia porque no es lo que usan. Los chicos, sobre todo esto, montaron la escuela.
Además de esto, en 2019, Arturo publicó el libro “Antofagasta, experiencias territoriales”, un estudio realizado en coautoría con el psicólogo de Budeo, Claudio Alquinta, con quien desarrolló un proyecto educativo en barrios vulnerables de la ciudad.
—Él fue uno de los niños de la escuela que fue a la universidad. Cuando dejó Budeo, me dijo, yo quiero ayudarte, pero primero quiero ser profesional. Se hizo psicólogo, después volvió y me dijo, lo que nosotros estamos haciendo es mucho más importante de lo que tú crees, estamos cambiándole la vida a niños, niñas, en corto tiempo. La pregunta es, cómo hacemos para llegar a más niños, hay que crear una metodología.
Después, esta metodología basada en experiencias sensoriales y en un modelo de crecimiento que permite a niños avanzar con sus estudios acompañados de entrenamiento que les califica para enseñar este y otros deportes acuáticos, fue complementada con la gestación de una empresa especializada en realizar eventos multiculturales y turismo vivencial. Budeo es hoy un equipo de seis personas en planta, además de los niños que, con el tiempo, se convierten en instructores esporádicos.
Chile como la capital mundial del bodyboard
Arturo Soto no tiene clara la respuesta de por qué decidió dedicarse al bodyboard y no al surf. De lo que sí está seguro, es que no quiere replicar las mismas lógicas con las que se ha manejado este último. El mismo año de la publicación de su libro, la APB World Tour, una de las entidades gestoras de este deporte a nivel mundial, realizó por primera vez en Chile un campeonato que sirvió como vitrina para sus alumnos, pero también para conocer a estrellas de talla mundial como Mike Stewart o Terry McKenna.
Deslumbrado por el evento, Arturo logró incluir a Budeo como parte de la organización, pero no pasó mucho para que se diera cuenta de que la organización se estaba manejando con los mismos fines lucrativos que tanto criticó del surf.
—Ellos juntaban un monto de dinero anual y se pagaban sueldos millonarios, aparte nos cobraban y no invertían dentro del mismo circuito o era muy poca la inversión. Dijimos, esto no está bien, tenemos que hacer una organización sin fines de lucro y obviamente pagar a las personas que trabajan como corresponde, pero que todos sepamos de esos montos y que estemos incluidos todos los promotores en la mesa.
Una entrevista a McKenna en la revista deportiva Only Bodyboard deja constancia de que al australiano no le gustó para nada esta idea. “Lo último que se necesita es un cambio de nombre para el órgano rector”, declaró. Sin embargo, en 2020, Soto y el peruano Danny Hernández anunciaron la creación de la International Bodyboarding Corporation (IBC), una organización sin fines de lucro a cargo de la realización del tour mundial y cuya sede está en la población El Golf, en Antofagasta.
—Hoy, cualquier persona que quiera hacer un evento en cualquier lugar del mundo nos tiene que pedir permiso a nosotros y a la mesa de promotores, y tiene que venir adjunto con un módulo de desarrollo que pueda tener un impacto en la comunidad. En Sri Lanka, por ejemplo, la gente tiene problemas con los grandes consorcios australianos que se apoderaron de las playas, o aquí en Antofagasta, que tenemos los problemas con la gran minería.
A finales de mayo, en Antofagasta, la IBC realizó el Grand Slam Antofagasta Bodyboard Festival, un campeonato realizado desde hace diez años y que tiene en la mira incluir a distintas ciudades de Chile como parte del tour mundial. Han sido días agitados, dice Arturo días después del cierre de la competencia. Pese a tener financiamiento asegurado de Minera Escondida, los recursos se consiguen siempre contra el tiempo y no lo dejan ajeno a los cuestionamientos respecto de si es correcto o no solicitar dinero proveniente de la gran minería.
—La gente critica porque somos muy ecológicos, pero al mismo tiempo estamos trabajando con Minera Escondida. Nosotros lo vemos así, aprovechemos la fuerza del que más tiene para hacer algo distinto a lo que hacen ellos. Antofagasta es una tierra súper rica, pero si ves solo la riqueza en lo extractivo, como lo hacen nuestros políticos, se desequilibra. Ese desequilibrio se traspasa a los problemas sociales y a la desigualdad que existe aquí. Qué hacemos nosotros, es ver las riquezas de la otra roca para hacer un equilibrio.
Antes de empezar a producir campeones en la práctica del bodyboard, Arturo está convencido de que el desarrollo tiene que ser primero a nivel social. Aunque en su población todavía persisten los problemas ligados con la delincuencia, considera un logro tener a un buen contingente de jóvenes que confían en el mar sus expectativas de vida.
—El mayor recuerdo que tengo de mi niñez es haber hecho una conexión con el océano. Ahora la tengo, pero no es tan profunda como en ese tiempo donde aprendí a leer la naturaleza. Yo soñaba que el mar iba a estar grande y al otro día estaba grande. Lee el viento, la luna, las tormentas, es algo súper rico, un conocimiento territorial importante. El mar me dio la oportunidad de ser un niño feliz a pesar de los problemas que tenía.
*Las fotografías de este texto son cortesía de Arturo Soto y de Budeo Club.