Melilla: El cínico Sánchez

  • 27-06-2022

Escribo estas líneas impactado por las decenas de muertos al otro lado de la valla de Melilla. También esperanzado. Algún día, una superproducción tipo La lista de Schindler ajustará cuentas con esta época en la que permitimos que el Mediterráneo y sus alrededores se convirtiesen en una tumba gigantesca. Cuando ese momento llegue, espero que salgamos retratados en la peli como lo que somos: una especie de nazis pusilánimes que, en vez de gasear, miraban hacia otro lado durante la masacre. Además de impactado y esperanzado, escribo estas líneas indignado. Tras conocerse las grandes dimensiones de la tragedia, el presidente socialista de España, Pedro Sánchez, fue preguntado por el asunto y lo resumió en tres palabras: “operación bien resuelta”. Un éxito, dado que la gran mayoría de esas personas que pretendían escapar de la miseria no lograron superar la valla gracias al vecino Marruecos y sus métodos. ¿Quién necesita presidentes de ultraderecha teniendo un presi socialista como Sánchez?

Días como hoy son momentos inmejorables para recordar que hay pocos tipos en la historia de la política española más cínicos que Pedro Sánchez. El hombre que se dio a conocer como abanderado de la izquierda y justo a continuación se dejó la piel por formar un gobierno de la mano de Albert Rivera. Quien obligó a un país entero a volver a las urnas para no tener que pactar con Unidas Podemos. Esto, al contrario que los muertos en Melilla, le quitaba el sueño. Quien acabó pactando con Unidas Podemos porque no le quedaba otra, así que, ya puestos, orgulloso como si las hemerotecas no existiesen, bautizó a su obligado gobierno como el más progresista de la historia. Durante este tiempo, el funcionamiento del gobierno más progresista de la historia ha consistido en un pulso continuado por parte del PSOE de Sánchez en su intento de no cumplir o cumplir a la baja lo pactado con su socio. Salario mínimo, derecho a vivienda, reforma laboral, impuestos a los grandes capitales… La lista es larga.

El gobierno de Sánchez ha sacado tanquetas contra trabajadores del metal en Cádiz y también, porque no todo va a ser agresividad, ha escoltado a nazis por el centro de Madrid. Sánchez, que en su día prometió acabar con la ley mordaza o las devoluciones en caliente, hoy ostenta el honor de tener a su nombre el récord de abusos policiales en política interior y patadas junto a la valla en política fronteriza. Incluidos niños. Cuando de él sólo se esperaba ya que mantuviese ciertas formas y una mínima decencia dedicándole unas palabras a las decenas de víctimas mortales de estas últimas horas –lamento, pero no condeno hubiera bastado para surfear las consecuencias de su inmoral pacto con la dictadura marroquí–, Sánchez ha decidido dar un paso más. El presidente del gobierno más progresista de la historia ha preferido copiar sin pagar copyright el discurso de Vox. Es decir, aplaudir a las fuerzas armadas, calificar de violentos a heridos y muertos y a otra cosa.

Las cuentas de su socio, Unidas Podemos, deben ser las de poder sacar alguna que otra discreta medida social más de aquí a que la legislatura acabe. La política es el arte de lograr lo posible según las circunstancias, pero hay días en los que uno debe consultar con la almohada si aguantar ciertas formas de política merece la pena. Sánchez ha cantado la Internacional en mítines y ha usado el comodín de la URSS para atacar a su ahora socio durante debates electorales. En medio de eso, un mundo, el sanchismo, en el que cualquier cosa vale si a él le sirve. Si despreciar a decenas de personas muertas mientras intentaban entrar a España es síntoma de algo, y debería serlo, es probable que el próximo Sánchez que nos toque sea incompatible con un proyecto que pretenda ser alternativa a la derecha.

Si la izquierda no sirve para alumbrar una forma más humana de entender la vida, si no es capaz de hacer frente a la mínima defensa de los derechos humanos, la izquierda no sirve para nada. Cuando un presidente apodado socialista tiene el mismo discurso que la extrema derecha en temas tan humanos como la inmigración, quizá sea más sano y recomendable que nos gobierne la extrema derecha. Que los discursos fascistas vistan traje fascista aclara mucho las cosas. Cuando llegue la campaña electoral, Sánchez volverá a pedir el voto para frenar a la ultraderecha. No les quepa duda de la capacidad de uno de los personajes más cínicos de la política española. Habrá que recordarle entonces que, si la diferencia entre la izquierda y la derecha es el número de colectivos débiles a los que pisoteas, humillas y desprecias, quizá el viaje no merezca la pena.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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