Es con la gente

  • 05-09-2022

Vivimos un terremoto electoral, a menos de 24 horas de una de las elecciones más importantes en nuestra historia, que lo sacudieron todo y tendrá réplicas que seguirán sucediéndose durante las próximas horas, días, semanas y meses. Ante movimientos telúricos de esta magnitud es recurrente que se busque querer zanjar sin mediar mayor análisis ni reflexión ciertas cuestiones que, lejos de estar resueltas, siguen siendo objeto de disputa o al menos de debates de cara al ciclo histórico que vivimos.

Se querrá decir por una parte, que el “giro al centro” es inevitable luego del rechazo a una propuesta Constitucional supuestamente de izquierdas; por otra parte, se deducirá que la culpa de esta derrota progresista es atribuible a los medios de comunicación y sus tribunas de desinformación permanente; finalmente estarán también quienes querrán culpar a la ciudadanía por no haber entendido el real alcance de la propuesta constitucional y, en definitiva, haber dado un nuevo aire a sus verdugos. Veamos.

El primer postulado que buscaría promover la idea de un giro al centro en contraposición a la pretendida pulsión izquierdista de la propuesta Constitucional, responde a una lectura anacrónica del Chile post-estallido. Porque más allá de las performances y rupturas estética de la convención y sus convencionales, el texto constitucional que se nos propuso para el plebiscito poco y nada tiene que ver con una trinchera refundacional de la izquierda, sino que se acercaba mucho más a la consagración de una mirada europeizante y social-demócrata de lo que debiese abrazar nuestra sociedad, propia de los Estados de bienestar del otro lado del océano. Así como en octubre de 2019 la ciudadanía no salió a las calles pidiendo más izquierda, en septiembre de 2022 tampoco fue a votar por más centro, seguir insistiendo porfiadamente en leer a Chile y su gente en un plano bidimensional nos llevará a la náusea ideológica, debemos ser capaces de movernos más allá de las limitaciones que nos supone un eje izquierda-derecha inútil para interpretar un momento donde el antagonismo principal es pueblo-élite.

En segundo lugar, endosar la responsabilidad de la derrota al cuestionable rol que han asumido los medios de comunicación hegemónicos es una expiación de culpas inaceptable a estas alturas. Si bien, es urgente retomar el debate por una ley de medios en Chile donde haya criterios democráticos y mínimos éticos en quienes tienen el papel fundamental de informar a millones de personas; no es posible menospreciar a la gente al punto de creerles incapaces de discriminar entre ideas contrapuestas, o en última instancia, creer que hemos llegado hasta acá con los medios de comunicación de nuestro lado. Que los medios de comunicación tienen posición política y fundamentos ideológicos es un dato de la causa con el que hemos debido pugnar para llegar hasta acá.

Finalmente, subyace esta idea de que la ciudadanía en un acto sacrificial se ha puesto la soga al cuello, ya sea porque no han entendido lo que es mejor para ella o por incapacidad nuestra de transmitirles lo que es mejor para ella. Además de ser profundamente elitistas, ambas acepciones parten de la base teleológica de un sujeto histórico que por su propio lugar inmanente en la estructura social estaría llamado a emanciparse en nuestros términos. Este último elemento muestra la distancia (y grieta) que existe entre nuestro sector político y esa mayoría ciudadana popular que cada cierto tiempo nos golpea para recordarnos que desde las oficinas parlamentarias o los salones de La Moneda la realidad del pueblo se mira muy distinta (y distante) de la realidad.

Es fundamental sacudirnos de las verdades reveladas que le daban a los de abajo un lugar de espectador o, a lo sumo, una posición política definida a priori, mientras los de arriba se ponían de acuerdo. Comprender que no se construye un sujeto histórico sólo por ser explotado por fuerza de trabajo y extraérsele la plusvalía, sino hay que pensar, más bien, las lógicas emancipatorias de manera mucho más problemática, previniendo que la misma emancipación puede desembocar en derivas indeseables y teniendo en cuenta que ya no es posible pensarla en un contexto de totalidades objetivas, la sociedad misma no es una realidad objetivable. Cuando la gente toca fondo no necesariamente se emancipa, no necesariamente alumbra un mundo nuevo, puede suceder justamente lo contrario; que, en una situación de crisis, las involuciones, las regresiones sean la norma predominante. ¿Cómo puede ser que la gente actúe en contra de sus intereses inmediatos? Allí se desarma la idea utilitarista y reduccionista según la cual los individuos se mueven únicamente por intereses inmediatos. Así, más que dar por sentadas ciertas certezas de nuestra trinchera, tenemos la necesidad de pensar los repliegues ideológicos que se producen en una situación de crisis.

La gente pidió una nueva Constitución que se pareciera a Chile y nosotros les propusimos (sin ellos)  una que se pareciera a nosotros. El pueblo nos pidió un país en común con protagonismo popular y nosotros les propusimos ser espectadores.  Tenemos que reconstruirnos rápida y responsablemente, para aportar en la construcción de un nuevo camino de cambios, que supere la Constitución del 80’ pero que no renuncie a la gente. Hay tiempo y fuerzas.

Juan Pablo Sanhueza
Fundación Plebeya

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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