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Prevención del suicidio en colegios, escuelas y liceos

Columna de opinión por Mauricio Negrón Oyarzo
Miércoles 14 de septiembre 2022 11:25 hrs.


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El 10 de septiembre es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Así fue establecido por la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio y la Organización Mundial de la Salud en el año 2003. El objetivo consiste en generar conciencia respecto de que el suicidio puede prevenirse.

En Chile existe un total de 11.285 establecimientos educacionales, los que atienden a poco más de 3 millones y medio de estudiantes. Actualmente, cada estudiante pasa en promedio 40 horas semanales en la escuela, liceo o colegio al que asiste. Así es como acumula un tiempo considerable cada año, el que se divide -a grandes rasgos-, entre las actividades académicas y de socialización. Esta última dimensión le prepara para la vida adulta y no se encuentra ajena de necesarios ajustes, propios de una vida futura más independiente e integrada en la sociedad. 

Muchos de estos acomodos ocurren en la etapa puberal y adolescente, y en ocasiones, se viven con periodos de malestar, los que generan sufrimiento, excediendo sus recursos personales, de las familias y de nuestra sociedad para ayudarles en este tránsito.

Es en estos casos cuando debemos prestar especial atención frente a diversas expresiones de descontento, los que en muchas ocasiones se superan sin contratiempos en el proceso de desarrollo, pero que en otras derivan en formas de dolencias que impiden el avance en el crecimiento. Una parte de estos malestares pueden evolucionar a formas más complejas, comprometiendo la calidad de vida de la persona, instalándose, cómo posible salida a este sufrimiento, comportamientos o conductas relacionadas al suicidio, que son posibles de identificar.

En consideración con lo anterior, resultan de suma atención historias, dibujos (a veces en sus cuadernos o en pruebas, etc.), guiones (como de una obra de teatro), estados en redes sociales o WhatsApp, verbalizaciones a compañeros o amigos, profesores u otros miembros de la comunidad educativa, alusivos a un deseo, interés o idea de auto producirse daño físico, de “no existir”, de “estar cansado de la vida”, de morirse, etc.

También debemos prestar atención a signos físicos de agotamiento, tristeza, angustia (comerse las uñas, arrancarse el pelo, ahogos frecuentes, tensión corporal, hiperactividad, crisis de angustia, etc.), malestares corporales varios, como dolores de estómago o de cabeza, ausencias constantes a clases, cambios evidentes de peso, cicatrices o lesiones cortantes en los antebrazos, cambios en el rendimiento académico, etc.

Todas las anteriores pueden ser expresiones de un descontento que se articula, muchas veces, frente a nosotros y que de seguro lleva algún tiempo metabolizándose, configurando riesgos para el o la estudiante que requieren, en muchas ocasiones, de una urgente intervención.

Así, la escuela puede convertirse en un espacio estratégico para la detección de esta clase de dificultades, con la consiguiente posibilidad de una derivación a profesionales de salud mental, que pueden posibilitar el alivio del malestar,  permitiendo reducir el riesgo.

Los modos en los que las escuelas, liceos y colegios pueden contribuir al bienestar de los estudiantes son múltiples. Las estrategias debieran ir dirigidas principalmente a la promoción y a la prevención universal e indicada (esto es, para los casos detectados) en dificultades de salud mental, por medio de un plan que puede organizarse a través de protocolos estandarizados. Habría que sumar procesos de capacitación para sus profesionales y asistentes.

Lo anterior permite orientar al profesorado y al personal de apoyo en el reconocimiento de signos vinculados al riesgo suicida. Por otro lado, se incentiva a los profesionales vinculados a la dirección, psicología, pastoral, trabajo social, orientación y/o coordinación de equipos, a manejar mecanismos de pesquisa y de detección estandarizados, al alero del plan referido.

Las intervenciones preventivas de la conducta suicida en establecimientos educacionales van dirigidas a tres focos:

  1. La psicoeducación.
  2. La formación de gatekeepers o facilitadores comunitarios.
  3. Programas de detección precoz y alerta temprana.

La psicoeducación consiste en una estrategia de prevención universal, que se orienta a la entrega de información respecto del fenómeno, considerando a la comunidad educativa, dígase estudiantes, padres y madres, apoderados, profesorado, y funcionarios del establecimiento. Para el caso de los estudiantes, se pueden integrar los temas en determinadas asignaturas, siempre desde orientaciones fundamentadas y en coordinación con los equipos involucrados en esta tarea.

La formación de gatekeepers o facilitadores comunitarios hace referencia a la formación de representantes de la comunidad educativa, que se encargan de canalizar la ayuda necesaria a las personas en riesgo. La persona debe cumplir con encontrarse entrenada para acoger y contener a la persona derivada y ser un interlocutor válido en la comunidad. Su función es acompañar en la pesquisa del estudiante en riesgo y coordinar la ayuda inmediata. Este rol puede ser ejercido por profesionales de la psicología, orientación, del área pastoral, trabajo social, etc.

Los programas de detección precoz y alerta temprana corresponden a protocolos y programas diseñados para atender a estudiantes que se encuentran en riesgo o en la sospecha de éste, a fin de detectar si se encuentra presente algún peligro suicida, a través de una pesquisa estandarizada. En los casos en que se presente el riesgo, los protocolos indican los pasos a seguir para el abordaje de la emergencia. 

La práctica muestra que las estrategias que obtienen mejores resultados son las intervenciones multinivel. Esto significa que debe existir coordinación y compromiso entre diversos actores del establecimiento educacional, que incluye a las direcciones, estudiantes, docentes, padres, madres y apoderados, entre otros. Desde la política pública también es necesaria la coordinación entre los establecimientos educacionales, centros de salud, instituciones de seguridad y todo otro actor relevante para la prevención y manejo de estas emergencias.

Resulta relevante aclarar que no existe un perfil psicopatológico del niño, niña o adolescente en riesgo suicida, sino una constelación de modalidades de funcionamiento mental, familiar y social, que asociados generan vulnerabilidad. El riesgo de comportamiento o conductas asociadas al suicidio no es patrimonio exclusivo de una clase de malestar psíquico, pudiendo estas expresiones responder a causas o consecuencias de situaciones que no se encuentran en el contexto de un trastorno mental.

Resta comentar que la problemática suicida es un problema de salud pública que resulta ser multifactorial. Los espacios educativos, por determinadas características, pueden contribuir a la prevención y la detección de un problema que debe convocar a diversos actores de nuestra sociedad, donde estos últimos son un eslabón más frente a uno de los mayores desafíos de salud pública en el mundo.

Por último, la experiencia internacional de prevención en contextos educativos muestra que los programas de intervención en escuelas, liceos y colegios, disminuyen significativamente la conducta suicida en estos espacios, lo que abre una esperanza de reducir la que resulta ser la segunda causa de muerte prevenible entre los jóvenes.

Mauricio Negrón Oyarzo
Psicólogo clínico

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.