Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 28 de marzo de 2024


Escritorio

La primera Presidenta del Perú

Columna de opinión por Daniel Parodi Revoredo
Jueves 8 de diciembre 2022 11:38 hrs.


Compartir en

Daniel Parodi Revoredo[*]

A nuestra república, al fundarse, se le olvidó decidir qué tipo de República quería y debía ser, escribió alguna vez nuestro brillante intelectual Hugo Neira, de allí nuestro camino fue la satrapía, y lo fue reiteradamente, una y otra vez. Incluso ayer, cuando los congresistas aplaudían a rabiar la vacancia de Pedro Castillo, no tenían en mente haber recuperado las instituciones de las que nos hablaron Platón o Aristóteles, sino ponerse ellos en el lugar del último bribón que hemos dejado atrás y que no es, ni de lejos, uno de los más sofisticados que se ha sentado en el sillón de Francisco Pizarro, en el centenario Palacio de Gobierno, situado en la Plaza Mayor de Lima a espaldas del río Rímac.

Lo reemplaza una mujer, la primera en la historia de nuestra republica de papel, Dina Boluarte Zegarra, que demuestra cómo el Perú es el país de la carambola; los mejores presidentes de las últimas décadas: Valentín Paniagua y Francisco Sagasti llegaron al poder en virtud de carambolas constitucionales, no por elección popular, eso es seguro, mientras que Boluarte lo ha hecho por la destitución, cantada, del Presidente en ejercicio. De otro modo, este patriarcal y bastante misógino país, difícilmente le hubiese dado a una mujer la responsabilidad de guiar sus rumbos, aunque, bueno es reconocerlo, Keiko Fujimori se quedó una vez por dos pelos y dos veces por uno. A tanto le llegó la frustración las dos últimas ocasiones que puso de cabeza al país desde 2016, cuando elegimos a Pedro Pablo Kuczynski y hasta la fecha. Palmas de entrada, pues, para nuestra nueva presidenta de un país en el cual el feminicidio es uno de los más altos de América Latina, tanto como lo es el repudio a las banderas LGTBI y al matrimonio igualitario. Aquí Boluarte tiene una responsabilidad adicional: la de dejar, al concluir su mandato, a la mujer mejor posicionada de lo que la encontró y a la forma de pensar de los peruanos un poco más avanzada que en la Edad de Piedra, que es donde se encuentra actualmente.

¿Qué país encuentra Boluarte?

Uno en el que el caos de la administración pública y la ineficiencia de los servicios del Estado son un problema bastante mayor que el manejo y situación de la macroeconomía. A esa última, en azul hace tres décadas, por una suerte de sentido común o de madurez común, presente hasta en los más corruptos mandatarios, se le ha respetado; por ello las reservas nacionales siguen siendo de más de sesenta mil millones de dólares, mientras que la deuda externa no pasa los treinta mil: nunca el populismo nos llevó a los extremos argentinos, para decirlo en pocas palabras.

Pero más allá de eso, el país está en ruinas: no hay administración pública, Pedro Castillo prefirió el pequeño latrocinio de la empresa familiar antes que gobernar el Estado, y los servicios de este atraviesan una crisis desde que la triada de gobiernos neoliberales -Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala- prefirieron los programas específicos tipo Techo Propio, Beca 18, entre otros, antes que abocarse a la mejora real de la infraestructura del Estado. El resultado, han pasado 22 años desde que recuperamos la democracia y los servicios de salud se caen a pedazos, de hecho, fueron expuestos por el Covid-19, la educación es una de las peores de la región y lo mismo la infraestructura para el desarrollo.

Si algo ha caracterizado a nuestra alta burguesía y a nuestra clase política, la nobel y la tradicional, es ver y entender al Estado y la ciudadanía como su principal fuente de enriquecimiento. La primera sobrevaluando las obras públicas como lo hizo el gigante de la construcción nacional Graña y Montero durante los aciagos tiempo de Odebrecht; la segunda ahora y siempre, viviendo de la coima o del lobby de la primera. Por eso, las celebraciones tras la caída de Pedro Castillo más parecían las del vaticinio de un próximo control directo del tesoro público, modelo y mal hábito que en el Perú se repite desde los tiempos coloniales.

El problema se agrava porque la visión del Estado y la sociedad como el negocio principal de la burguesía y de la clase política está expandido por el resto del país y de la misma manera proceden básicamente todos los gobiernos regionales, provinciales y distritales. De hecho, la semana pasada llamó la atención la detención del alcalde de San Isidro, Augusto Cáceres Viñas, una comuna residencial y exclusiva, equivalente a Las Condes en Santiago, por licitar una obra aparentemente fantasma por un monto de 15 millones de dólares.

Las claves del buen gobierno

La flamante Presidenta del Perú requiere, en primer lugar, la genuina voluntad de realizar un buen gobierno, honesto, tecnócrata y enemigo de la corrupción para lograr resultados tangibles. Su principal enemigo serán las fuerzas de derecha y extrema derecha en el Congreso. No es que el gobierno de Boluarte esté necesariamente planteado en términos ideológicos, a la mandataria es mejor definirla como una pragmática, antes que como izquierdista, derechista o de centro. El problema real, reitero, lo plantean la derecha y la ultraderecha, con bancadas que sumadas hacen mayoría en el Congreso, y cuya avidez por copar el Estado para beneficiarse de él parece bastante evidente ¿será posible que Dina Boluarte encamine a esta derecha por la senda de trabajar en beneficio del país y de su sociedad? Esta es su primera encrucijada, pues la derecha congresal es sostenida por el consorcio televisivo que manera la gran mayoría de canales de señal abierta, a sus programas políticos y por los gremios empresariales.

En realidad, hacer patria, aunque sea una vez en 201 años, no hace daño. Se pueden hacer negocios lícitos y emprendimientos comerciales y económicos, y al mismo tiempo favorecer el desarrollo el país. ¡Cambio de mentalidad y de políticas! Desde esta esquina queda desearle suerte a la presidenta Dina Boluarte y a un país que hace rato se merece salir del estrés generado por el ruido político para volver a la política bien entendida, esa que piensa en el bien común y en los caminos que conducen hasta él.

[*] Historiador y analista internacional. Docente en la PUCP y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.