Ustedes no me ven, pero imaginen que escribo esta columna vestida de rojo. He escogido este color porque si bien es cálido y está asociado a la seducción, la pasión y el amor, también simboliza a la ira. Y por ahí anda la cosa en estos días ya que la reciente cobertura periodística del incendio en los cerros de Viña del Mar me despertó ese gusto, la inspiración precisa que me hizo elegir el rojo como mi color de compañía.
No puedo entender, por más que me esfuerce, esa obsesión de la televisión abierta chilena y de algunos de sus periodistas por insistir en mantener a la industria sumida en una crisis profunda. El mal tratamiento de la información, que convirtió una labor informativa en una muestra sensacionalista que revictimiza a aquellos que lo perdieron todo, da cuenta de esa indiferencia para ejercer el periodismo de manera imparcial y ética. Desde el abuso de la imagen del entrevistado para generar un espectáculo televisivo, pasando por el paternalismo ante una tragedia, hasta críticas de un colega a otro, convirtiendo una catástrofe en farándula, frivolización y prejuicio.
¿Hasta qué punto un medio de comunicación y sus periodistas se encaprichan por violar el sufrimiento y la dignidad del otro? El profesional del entretenimiento y de la información ligera y de matinal o el personaje ancla de un departamento de prensa poco o nada tienen que hacer en una catástrofe. Más bien, no hicieron nada, creo yo. Lo que hubo fue exceso de melodrama que generó todo un show televisivo.
La obligación ética del periodismo cuando hay situaciones extremas, sean accidentes, tragedias, hechos de violencia o desastres socioambientales como el que vimos el fin de semana, debe ser de respeto a las personas, a la comunidad, actuar con empatía y no repetir como un mantra el libreto del periodista que estruja emocionalmente a la víctima que lo perdió todo. La labor debe centrarse en informar aquello que sea de interés para las audiencias sin caer en el abuso de la tragedia humana en búsqueda de rating.
La mala calidad periodística y la ausencia de criterios éticos en la cobertura informativa de crisis que han realizado algunos canales de televisión y sus trabajadores del incendio de Viña del Mar ha sido en estos días motivo de reflexión y preocupación de distintos actores, sobre todo centrados en los desempeños individuales de distintos profesionales de la prensa.
Uno de los que causó indignación en redes sociales fue el de Mónica Pérez de Canal 13, quien preguntó a un vecino ‘¿Cómo va a celebrar navidad?’. El hombre, que había perdido todo en el incendio, se quebró frente a la pantalla visiblemente sorprendido. El Consejo Nacional de Televisión, CNTV, confirmó que ingresaron más de 3.000 denuncias contra Canal 13 por despacho de la periodista, todo un récord de denuncias en la historia de la televisión chilena. En días posteriores y ante la polvareda levantada, Pérez se justificó diciendo que lo había ‘preparado’ previamente con el entrevistado… o sea no era algo malo porque estaba prefabricado ¿Qué tal? Cuando la explicación termina por sepultar la falta.
Otro caso, también del canal de Luksic, ocurrió cuando la periodista del matinal, Ana María Silva, acabó en el centro de las críticas por ignorar a su entrevistada, una vecina damnificada, en plena conversación y alejarse de ella sin explicación previa atenta a si la alcaldesa hacia un punto de prensa.
Como si fuera poco, nuevamente un periodista de Canal 13, Polo Ramírez, aborda a una vecina viñamarina que estaba preparando comida en un albergue y le pregunta: ‘esta noche celebran la Navidad en familia, ¿no?’. Ante esto la vecina se quebró en pantalla y respondió: ‘Como familia vamos a estar unidos. Para mí es importante el nacimiento de Jesús, pero no tengo nada que celebrar. Estamos unidos como familia, eso es lo más importante’.
También fue criticado el periodista de Chilevisión, Humberto Sichel, rostro de CHV que fue encarado por un vecino al oírlo hacer un llamado a la gente para que ayudara a los damnificados. ‘Que vengan manos, con palas, con guantes, ¿qué se necesita?’, le consultó el periodista, ante lo que el hombre reaccionó inesperadamente con un “y qué querí que vengan a mano a ayudar, con pala po’ weón. Pala po papito, saco, gente y manos po papá. No haga preguntas hueonas (sic)”. Palabras más, palabras menos, luego de eso, Humberto Sichel decidió dar por terminado el contacto, con un seco ‘ya, que te vaya bien, chao’, en buen chileno mosqueado, mostrando cero empatía con alguien que lo perdió todo. Si el resultado del móvil fue tenso y el periodista reaccionó con dureza y poca sensibilidad frente a un damnificado, no quiero ni imaginar la reacción del comunicador cuando se apaga la cámara.
Rodrigo Sepúlveda, conductor de Mega, igualmente fue parte de críticas por entrevistar a una persona que mencionó haber quedado sin trabajo y que frenó en seco al periodista que iniciaba una campaña para conseguirle un nuevo puesto laboral con el paternalismo y el aprovechamiento del que considera que él es la noticia y no los hechos que está cubriendo.
Por último, el periodista de TVN, Danny Linares no se percató que tenía el micrófono abierto y criticó al colega que realizaba un despacho al aire. Un ácido comentario que no sé a ustedes, pero a mí me recuerda mucho aquel dicho popular que dice: “las vacas se olvidan que alguna vez fueron ternera”. En fin.
Medios y periodistas parecen no estar comprendiendo que están allí para realizar una cobertura eficaz y empática de una tragedia, un tratamiento ético de la información, prestando un servicio, haciendo un ejercicio de solidaridad, de situarse en el lugar del que está sufriendo, de buen trato y sin distinciones sociales, sin rivalidades ni egos incontrolables. Pero no. Su objetivo, su presencia y su trabajo se han vuelto parte de un negocio, de un proceso de creación de imagen, de una retórica y narrativa que se reducen a la obtención de sintonía y ganancias a costa del sufrimiento ajeno. Crueldad en vivo y en directo producida por un mal periodismo que nos agobia, que desatiende temas de ética a la hora de informar, que es sensacionalista y que entrega caricias paternalistas que están de más. Y sí, ya sé que chilenas y chilenos nos merecemos un periodismo consciente y comprometido con los derechos humanos y el respeto hacia el otro y una televisión mejor para todas y todos, pero estamos a años luz de aquello. Por eso, hoy escribo esta columna vestida de rojo.