Frecuentemente escribir me genera tranquilidad, entusiasmo, me produce un deseo de aportar con ideas a una causa que creo, siempre con una duda razonable, mejorar las condiciones de vida de nuestras sociedades, sin embargo, esta vez escribo con angustia, desencanto, con la sensación de que el valor de la palabra no tiene asidero, la denuncia es un saludo al viento y el orden mundial un blasfemo juego de ajedrez en donde todas y todos somos las y los peones del gran capital.
La fanfarria sionista tiene permiso moral y militar de occidente para seguir ocupando y colonizando Palestina y sin contrapeso, sus cómplices llaman a una paz vacía, subalterna, dominada, en donde la dignidad de las personas se reduce a la autoestima de “animales humanos”, como calificó el ministro de guerra israelí, Yoav Galant, a las personas de origen palestino.
El periodista israelí Gideon Levy escribió para un periódico local: “Arrestaremos, mataremos, abusaremos, despojaremos, protegeremos a los colonos y sus pogromos, iremos a la tumba de José, a la tumba de Ot’niel, al altar de Josué, todo en los territorios palestinos, y por supuesto al Monte del Templo —más de 5.000 judíos sólo en Sucot—. Dispararemos a inocentes, les arrancaremos los ojos y les destrozaremos la cara, los expulsaremos, expropiaremos, robaremos, los secuestraremos de sus camas, los someteremos a limpieza étnica y, por supuesto, continuaremos con el increíble asedio a Gaza. Y supondremos que todo seguirá como si nada.”
Dígame usted señor y señora de buena voluntad, persona de origen judío, musulmán o cristiano, ¿podrá vivir sin daño una población cuya trayectoria de vida ha estado marcada por atropellos a sus derechos fundamentales?; dígame usted política/o de derecha, centro o izquierda, ¿se puede pensar en una solución no violenta cuando el agresor no respeta las normas mínimas civilizatorias y se instala impunemente por sobre el derecho internacional?; dígame usted joven ¿es tolerable naturalizar la humillación de un pueblo de parte de quienes se sienten “elegidos”?. Imagino que alguien hablará de resiliencia y exigirá lo que no se es capaz de demandar a nuestras sociedades, concentradas en mejorar el bienestar individual, desoyendo su ser y potenciando su consumo.
El director de cine francés Claude Lanzmann. realizó el documental Shoah, en la obra entrevista a sobrevivientes, victimarios y testigos del Holocausto. Conversa con Abraham Bomba, hombre que les cortaba el pelo a las/os judíos minutos antes de que entraran a las cámaras de gas en Auschwitz. La pregunta es tan necesaria como urgente: Bomba era ¿un sobreviviente, un cómplice o un testigo de los crímenes nazis? Ninguna de las tres ubicaciones lo salvan de no haber intervenido, no propongo la búsqueda romántica del héroe, sino intervenir para alcanzar la mínima condición para ser digno de habitar la tierra civilizatoria que decimos vivir.
El Holocausto judío nos plantea una serie de interrogantes que podemos actualizar; ¿la masacre al pueblo palestino sólo se diferencia de los nazis porque, aparentemente, no utilizan hornos?, ¿cuánto de esa carne genocida nazi tienen las autoridades del Estado israelí?, ¿cuánto daño le hizo el nazismo a ese pueblo que hoy es precursor de la destrucción de otro pueblo semita?
La ocupación, colonización y extermino del pueblo palestino que ejecuta el Estado de Israel, financiado por Estados Unidos, nos sitúa en una encrucijada: ser Abraham Bomba y creer que nuestras acciones son inocuas o buscar y caminar todos los caminos posibles para alcanzar el cese de esa ocupación y construir una convivencia palestino/israelí en el marco de una nación palestina laica y multicultural.