Chile debe ser el país más cubano del mundo. Después de Cuba, claro. Desde los acérrimos anticastristas que hasta hace pocos años eran Pinochet-lovers, pasando por los políticamente ambivalentes (de derecha o de izquierda) que ensalzan algunos aspectos de Cuba y condenan otros, hasta la izquierda más dura que ve en Fidel un libertador del siglo 20, todos en nuestro país tienen algo que decir acerca de esa pequeña isla caribeña.
Respecto a los primeros o los segundos vale la pena preguntarse por qué la mayoría de estos anticastristas chilenos (incluyendo a los líderes “guatones” de la Democracia Cristiana) , que critican la falta de libertad de prensa y el sistema de partido único que existe en Cuba, no realizan las mismas críticas a la China comunista. ¿Por qué no tocaron sus cacerolas cuando, hace poco días, el Presidente chino realizó una visita al país? Hace 20 años, cuando Fidel Castro estuvo en Chile para la Cumbre Iberoamericana de 1996, en el barrio Las Condes sonaron las cacerolas. Pero éstas no sonaron a hace una semana cuando Xi Jinping estuvo en el país.
¿Por qué no? Un razón puede ser la distancia cultural entre ambos países, y otra porque China significa negocios para los empresarios chilenos. Después, de todo, el gigante asiático se ha convertido en el mayor socio comercial de nuestro país en los últimos años. Y, claro, Cuba no lo es.
En otras palabras, si se pueden hacer buenos negocios con un país (así este sea comunista), poco importan los derechos humanos, las libertades políticas o cualquier otra cosa que intervenga en el ciclo de la rentabilidad. Por eso, los sectores derechistas chilenos defendieron –y defienden- hasta el día de hoy a la dictadura de Pinochet bajo el prisma de que “si bien es reprobable que haya matado a chilenos, modernizó la economía del país”. Es decir, la moralidad política y humana de una parte importante de la derecha chilena se reduce a una sola cosa: su billetera. Y como Cuba no ha sido negocio para las empresas chilenas, se resalta su carácter dictatorial. Y como China sí ha sido negocio, de pronto todos ellos sufren de amnesia democrática.
Una parte de nuestra supuesta centro-izquierda critica el “infantilismo revolucionario” (José Joaquín Brunner) o el monarquismo izquierdista (Rafael Gumucio) de la Cuba socialista. Se trata de esa nueva centroizquierda chilena nacida con la democracia de los consensos del gobierno de Patricio Aylwin, más empeñados en criticar a la izquierda que a la derecha. Sus numerosas columnas que se publican en la prensa más influyente del país están obsesionadas con los derechos humanos, civiles y políticos de la pequeña isla caribeña, pero guardan un estricto silencio frente a los acontecimientos de Brasil, que llevaron a derrocar a una presidenta popularmente elegida para instalar en Brasilia a una cofradía de corruptos de ultraderecha comandados por el actual presidente Temer.
En tanto, la izquierda más dura, pero también más fiel a su historia, sólo rescata lo positivo del castrismo. La salud pública, la educación gratuita, la poca delincuencia y, sobre todo, la dignidad. Pero no se atreve a decir, con todas sus letras, que está dispuesta a apoyar un régimen donde no existen elecciones libres, ni plena libertad de expresión.
¿Se busca con ello empatar todos los argumentos y tener una mirada sofista? Para nada. Más bien al contrario. ¿Existen dictaduras mejores y peores? Sin duda alguna. Después de todo, no hay que olvidar que en el marxismo original se postula la “dictadura del proletariado” como paso anterior a la supuesta sociedad libre. Además, en Chile, la dictadura de Ibáñez no fue igual a la de Pinochet. La dictadura de Hitler en las décadas del 30 y 40 no fue igual a la de los coroneles griegos de los años 70.
¿Existen democracias mejores y peores? Sin duda alguna, también. La democracia actual de Suecia es muy distinta a la que existe en Chile. El axioma de que todas las dictaduras son malas y todas las democracias son buenas es una falacia intelectual que inventaron los cientistas políticos de Occidente, cuyos padre contemporáneos son Francis Fukuyama, Samuel Huntington y sus numerosos discípulos chilenos.
La “democracia” en Alemania apenas tiene 60 años de existencia, más esos breves 14 años de la República de Weimar. Y la “democracia” alemana, dicho sea de paso, llevó al poder al Partido Nazi en enero de 1933. La “dictadura” de los regentes egipcios en la década del 50 y 60 produjo, en cambio, la liberación de ese país del poder colonial inglés.
En otras palabras, la democracia electoral está sobreevaluada en nuestro tiempo, donde más del 50% se abstiene de participar en los procesos electorales.
Por eso, aunque muchos no estén de acuerdo, hay algo que la “dictadura” de Fidel entregó a su gente que la “democracia” chilena post-1990 no lo ha entregado a la suya: bienestar y dignidad, aunque sea a niveles mínimos.
El turbo-capitalismo chileno jamás ha entregado sueños o ideales a su población o juventud, excepto endeudarse casi de por vida para obtener una educación de mala calidad con el fin de comprarse un auto o viajar a Buenos Aires pagando intereses usureros en la tarjeta de Falabella y, también, pagar en cómodas cuotas su futura tumba en alguna de las empresas de retail que comercializan con la muerte, como el Parque del Recuerdo.
Algunos celebran esa libertad y avances económicos, como el rector de la Universidad Diego Portales y columnista dominical de El Mercurio, Carlos Peña. Otros piensan que esa “libertad” tal vez sea un concepto sobrevaluado. Como cantó Janis Joplin alguna vez: la libertad es sólo otra palabra para decir que no tienes nada más que perder.