Lo más que hay que agradecerle a las movilizaciones estudiantiles es haber relevado el tema de la educación, así como haber despertado la atención pública hacia las situaciones de extrema injusticia y discriminación que afectan al grueso de los habitantes de este largo y segregado país. Las preocupaciones de los medioambientalistas, la represión que le ejerce el estado a las minorías étnicas, como los abusos de los bancos y las multitiendas contra los consumidores son ahora repudiadas por una amplia mayoría. Así como también son cada día más los que entienden que nuestros representantes políticos no van a hacer nada sustantivo en defensa del pueblo si es que éste no le ejerce presión constante en las calles, ciudades y pueblos.
Los abusos del sistema crediticio, previsional y de salud por largos años han sido denunciados sin que todavía las autoridades se resuelvan dotar al Estado de los mecanismos para frenar el lucro desembozado de los bancos, las AFPs y las isapres, en un afán que se expresa con la misma voracidad que el de los sostenedores de universidades y colegios. Ya es un hecho de la causa que la política se ha vendido al tráfico de influencias o lobby bien pagado de las empresas privadas y transnacionales que han convertido a Chile en su paraíso fiscal y en un territorio enseñoreado por los inversionistas foráneos propuestos a multiplicar en poco tiempo sus capitales en el despojo incontrolado de nuestros recursos naturales.
Gracias a la movilización social y a los medios de comunicación libres, hoy existe un sentimiento nacional de que la bullada prosperidad de nuestra economía sólo se traduce en grandes beneficios para una ínfima minoría, mientras que los bienes y servicios que reciben la clase media y los pobres están siempre hipotecados por la usura de los préstamos que sirven durante toda sus vidas en uno de los países más endeudados de la Tierra. El trabajo precario y el salario mínimo indigno ocultan los verdaderos índices del desempleo y de la indigencia social, agravados, todavía, por la manipulación de las cifras oficiales. Como lo indica el último escándalo que se ha sumado a la corrupción de la política, los partidos políticos, las agrupaciones sindicales y otras instituciones que en el pasado nos resultaban irreprochables, como el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y el Servicio de Impuestos Internos (SII).
Es esta realidad la que, sumada a las desvergüenzas de la política, levantan la convicción que la esperanza de justicia ya no radica en las elecciones, el sistema electoral o la institucionalidad heredada de la Dictadura. Que más bien será en la unidad de los referentes sociales y políticos nuevos, así como en su acción callejera, donde el país construya los arietes que derriben el orden actual y echen las bases de una democracia real y participativa. Que ya no serán el sufragio ni los falsos y acicalados profetas los que consigan las transformaciones. Con tan poca consistencia como que uno a uno empiezan a caer en las propias prácticas fratricidas de la clase política, así como por el descubrimiento de sus irregularidades y connivencia con los poderes fácticos. Los que por fin, además, han quedado en evidencia en sus reiterados episodios de sobornos, estafas, evasiones tributarias y colusiones comerciales indignantes y criminales.
Son muchos ya los ciudadanos dispuestos a abstenerse en los próximos comicios electorales, actitud absolutamente lícita si es que conlleva el objetivo de deslegitimar este prolongado sistema de abusos e impunidades. Tal como también resulta apropiada la de quienes se proponen marcar su papeleta demandando Asamblea Constituyente (A.C), a objeto de darle una última oportunidad a los que resulten electos (o más bien reelectos) de impulsar una nueva Carta Fundamental, que sea refrendada como corresponde por la ciudadanía. Sin embargo, es propicio que en la opción que unos y otros adopten se reconozca por todos que la matriz del esfuerzo hay que descubrirla en las calles, la huelga, la resistencia y ese arrojo popular que siempre ha acompañado los mejores momentos de nuestra vida republicana.