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Turquía: Un parque no hace verano

Turquía vive un proceso de polarización social de insospechadas consecuencias, catalizadas desde el día 27 de mayo pasado, cuando comenzaron las protestas de miles de ciudadanos en Estambul, por la decisión gubernamental de construir un megacentro comercial – imitando un cuartel militar otomano - en el Parque Gezi, adyacente a la histórica Plaza Taksim.

Pablo Jofré

  Lunes 24 de junio 2013 15:24 hrs. 
Protestas-en-Turquía-AFP

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Estas protestas se expandieron rápidamente por el vasto territorio turco, partiendo desde el Parque Gezi, uno de los pulmones verdes de la milenaria ciudad ubicada con un pié en Asia y el otro en Europa y que alberga en uno de sus aleros la emblemática plaza Taksim, seno de otros sucesos histórico que la da ese carácter de emblemática. Tal fue el caso de la “limpieza étnica” de barriadas enteras de  griegos y armenios que vivían en el sector en el año 1955. Como también el denominado mayo sangriento del año 1977 cuando murieron a manos de francotiradores derechistas, 34 manifestantes de la izquierda turca.

Con los sucesos de Taksim y su ampliación a otras ciudades turcas, se polarizó la posición gubernamental, que ha señalado su intención de limitar el uso de las redes sociales como Internet y Twitter,  al mismo tiempo que ha reprimido duramente a los miles de manifestantes que han comenzado a unir a su protesta original reivindicaciones de corte político, como es oponerse a la creciente islamización de la vida pública turca, caracterizada desde su fundación por un carácter secular.

Ante este proceso de revuelta popular, el análisis político occidental se ha cuidado de asimilar lo que sucede en Turquía con los procesos de rebelión social vividos en el mundo árabe. Es una revuelta social, pero acotada a elementos centrados en reivindicaciones medioambientalistas y que necesita también mejorar aspectos políticos,  se repite en los medios occidentales, que sólo hace unos meses batían palmas en apoyo a los rebeldes libios, a la oposición egipcia al destituido Hosni Mubarak en Egipto o brindan todo su apoyo a los rebeldes sirios contra el gobierno de Damasco.

Estos análisis tienen toda clase de miramientos semánticos respecto a lo que sucede en Estambul, Ankara, Izmir, Adana o Bursa entre otras ciudades turcas.  Kerem Oktem del European Studies Center del St. Antony´s College afirma que “se han ido dando diversos marcos de explicación a lo que pasa en Turquía. Se ha echado mano del prisma de la “República Tahrir” con referencia a Egipto como también a la primavera Árabe. Asimismo surgieron referencias a los “indignados” de España o a los “Aganaktismenoi” de Grecia”. El movimiento turco parece  tener muchos rasgos comunes con esos movimientos, afirma Oktem,  con referencia a los excesos del modelo neoliberal y las organizaciones de base social que se han creado. Sin embargo, ninguno de esos marcos explica por qué esas protestas pudieron estallar a tan gran escala bajo las condiciones de un rápido crecimiento económico, reducción de las tasas de desempleo y de la pobreza urbana, ni tampoco aclara el amplio espectro de quienes conforman a los manifestantes.

Los analistas más centrados en objetivos ulteriores de los países que apoyaron los movimientos de rebelión en el mundo árabe, visualizan un objetivo mayor en materia de estrategias políticas generadas en el mundo europeo y Estados Unidos con respecto a Medio Oriente y Asia central: derribar a Siria y posteriormente Irán. Los procesos de cambio vividos en Libia, Túnez, Egipto entre otros, son  el preludio para una desestabilización mayor del mundo árabe, con un objetivo aún más significativo en la lógica geoestratégica de las grandes potencias occidentales: apuntar a Irán y su fuerte influencia en Medio Oriente y si en ello sirve desestabilizar a Turquía y colocar allí un hombre aún más subordinado a occidente, bienvenido sea. El problema es que cada cambio genera mayores niveles de desestabilización global.

Dos años y medio de “primaveras árabes” permite entender de mejor manera a las  opiniones críticas,  pues las rebeliones en esos países no condujeron a una profundización de la democracia, sino más bien a una atomización de esas sociedades y el renacimiento de luchas sectarias, étnicas y religiosas que vislumbran salidas sangrientas e incluso con posiciones radicales, que conviertan en el futuro inmediato en enemigos a aquellos que apoyaron, financiaron y alentaron dichas revueltas. Tal como sucede hoy en Afganistán e Irak.

Por ello,  el análisis político occidental, se ha cuidado mucho de hablar del devenir de revueltas sociales en Turquía como un proceso primaveral. Esto, porque el gobierno turco, dirigido por Erdogan, no sólo ha sido un fiel aliado de las potencias de la Unión Europea y de Estados Unidos en la región más explosiva del planeta (no en balde es miembro de la OTAN y aspirante sempiterno a ingresar a la Unión Europea) sino también porque representa la punta de lanza de la desestabilización contra regímenes considerados como parte del “eje del mal” como Siria e Irán.

Erdogan es un político contradictorio. Conservador islamista es también un  defensor a ultranza de políticas socioeconómicas neoliberales, que le ha permitido exhibir logros macroeconómicos pero no resolver las contradicciones de una sociedad turca que se debate entre los espejos del mundo occidental y una cultura islámica singular. Desde el 2002, año en que accedió al poder, Erdogan se ha empeñado en privatrizar las empresas estatales: red eléctrica,  aerolíneas, industria metalúrgica y telecomunicaciones, como también asumiendo posiciones más rígidas en materia religiosa, uno de los puntos más criticados en la revuelta social.

La cruda realidad indica, que más allá de las protestas medioambientalistas o diferencias respecto a la marcha del gobierno turco,  se esconde el cansancio de una sociedad a la cual no le basta tener un crecimiento económico, centros comerciales de lujo, que haya bajado los índices de pobreza pero, al mismo tiempo se camine a la coartación de libertades sociales y políticas que se consideraban propias de una sociedad musulmana secular, una Turquía musulmana pero con guiños muy acentuados a Europa, que le exigía a los descendientes de Mustafá Kemal Ataturk vivir una dicotomía que está explosionando día a día.

Del reclamo de “No a la destrucción del Parque Gezi” se pasó rápidamente a demostraciones de descontento frente a un gobierno, que a pesar de haber obtenido más del 50% de los votos en la última elección “actúa en gran medida, sostiene Oktem, sin control de un poder judicial, ocupado por jueces y fiscales con posiciones progubernamentales. Ha expulsado del partido de gobierno el AKP, a políticos moderados y de corte liberal rodeándose de un equipo de segunda categoría” que parece generar la invisibilidad de las necesidades sociales y con ello la pérdida de los apoyos de la clase media turca.

Esto ha obligado a Erdogan a arroparse en el alero del apoyo del campo y los sectores más conservadores de la sociedad. Se ha silenciado a los principales medios de comunicación del país, sumando a ello el acercamiento progresivo a posiciones más religiosas en una sociedad secular, lo que obliga también a ejecutar esporádicas purgas en el ejército turco, garante, desde el kemalismo, de la secularidad de esta nación euroasiática.

Erdogan lanzó sus críticas a los líderes de la UE, catalogando a esta organización supranacional de antidemocrática, después que el Parlamento Europeo emitiera una resolución en rechazo al uso excesivo de la fuerza por la Policía turca contra los manifestantes “¿Ustedes tienen el derecho de tomar semejante decisión sobre nuestro país? Ustedes permanecen en silencio ante lo que ocurre en Francia, el Reino Unido y en otras partes de Europa, y se atreven a decidir sobre nuestras fuerzas de seguridad, (…) ustedes son antidemocráticos”, afirmó  el premier turco acusando también, a algunas “grandes potencias” de complicidad con los “conspiradores internos” para socavar su Gobierno.

Bruselas, a pesar de las palabras de Erdogan, así como Alemania, señalado como un o de esos “conspiradores”  han señalado la necesidad que el gobierno turco garantice la libertad de información, libere al centenar de periodistas encarcelados y no ponga restricciones a las redes sociales. Si bien las críticas de Occidente van por el lado de no restringir las libertades individuales, no se vislumbra una condena que implique un claro apoyo al mundo opositor. En materias más profundas de corte político que cambié el rumbo turco,  Turquía es demasiado importante para Estados Unidos, Israel y la Unión Europea en el Levante Mediterráneo, como para impulsar cambios radicales. A lo más algo de maquillaje, algún cambio en las alturas y seguir en este gatopardismo político.

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