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Crítica musical:

“El sueño de Geronte”: Sobriedad y solemnidad

La Orquesta Sinfónica de Chile, bajo la dirección de Victor Yamolsky, nos ofrece una lectura serena de la partitura, en la que se imponen la sobriedad y la solemnidad por sobre el dramatismo. Los pasajes de esta índole se destacan por su sonoridad delicada y de prolija afinación, dejando siempre el espacio necesario para el vuelo lírico de las voces solistas.

Jorge Pacheco

  Lunes 11 de noviembre 2013 20:32 hrs. 
Orquesta y Coro Sinfónico de la Universidad de Chile

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En el penúltimo programa de su temporada 2013 la Orquesta Sinfónica de Chile presentó el estreno en nuestro país la obra El sueño de Geronte, oratorio para coro, solistas y orquesta del compositor inglés Edward Elgar (1857-1934). La obra, de dimensiones colosales y considerada por el propio compositor como una de las más importantes de su producción, está basada en un poema del cardenal John Henry Newman -beatificado en 2010 por el Papa Benedicto XVI- que aborda bajo la mirada católica del autor el paso de la vida a la muerte, la redención y la contemplación de Dios.

Intervienen en este periplo identidades poéticas claramente definidas y encarnadas por los tres solistas y por el coro. En esta ocasión, el alma de Geronte, hombre común en su lecho de muerte, está presente en la voz del tenor Luis Olivares; la mezzosoprano Claudia Godoy da vida al ángel que asiste al moribundo en su trance; el barítono Patricio Sabaté es, a su vez, el sacerdote que le da la última bendición; finalmente, el coro se desdobla para encarnar las estridentes voces de los condenados al infierno y, cerca del final, a las voces celestiales de los ángeles que reciben al difunto en el paraíso.

La Orquesta Sinfónica de Chile bajo la dirección de Victor Yamolsky nos ofrece una lectura serena de la partitura, en la que se imponen la sobriedad y la solemnidad por sobre el dramatismo. Los pasajes de esta índole se destacan por su sonoridad delicada y de prolija afinación, dejando siempre el espacio necesario para el vuelo lírico de las voces solistas. Las líneas del intrincado contrapunto cromático de la obra se pierden, en cambio, en los momentos de mayor intensidad orquestal, dando la impresión de que el balance no es el adecuado. La cuerda se acerca a la versatilidad y la fineza de sus mejores días, sólo la siempre problemática afinación en los agudos parece alejarla de lo que su probada calidad nos permite esperar de ella.

El resultado global es satisfactorio – a pesar de lo anterior y de otros momentos de duda tal vez provocados por la poca claridad de la batuta del maestro o por la falta de tiempo de ensayo ante tamaña obra – y deja la sensación de que por fin, con el reciente nombramiento de Leonid Grin como Director Titular, la Orquesta Sinfónica de Chile comienza a dejar atrás la traumática salida del maestro Michal Nesterowicz y la posterior falta de dirección en su línea musical.

Entre los solistas destaca la capacidad de Claudia Godoy de habitar su personaje. Su voz densa y plena es un prodigio de versatilidad cuando se trata de sustraerse en las líneas contemplativas de la partitura, sin dejar nunca de brillar por sobre el tejido orquestal. El tenor Luis Olivares hace gala de una voz robusta y bien timbrada en el registro medio-agudo, pero pierde presencia en los graves, en los que la orquesta simplemente le pasa por encima. El Coro de la Universidad de Chile, destaca como es habitual por su afinación y su fuerza dramática, pero no logra convencer plenamente en la dicción del inglés, haciendo por momentos del texto una masa sin forma.

Acabado el concierto, queda la satisfacción de saber que la deuda con uno de los compositores más importantes del post-romanticismo europeo queda plenamente saldada. Lamentamos, sin embargo, una sala llena solamente a la mitad de su capacidad total en lo que significó el estreno en tierras chilenas de una de sus obras más representativas, luego de más de un siglo haber visto la luz en Birmingham el año 1900.

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