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Renoir: Los artistas y la musa

La película “Renoir” nos instala en el verano de 1915, una época que es al mismo tiempo ocaso y amanecer. Es el tiempo en que se desarrollan las últimas obras del gran pintor impresionista Pierre Auguste y las primeras incursiones de su hijo Jean, en el cine. Pinturas y películas inspiradas por una misma mujer.

Antonella Estévez

  Domingo 15 de junio 2014 11:02 hrs. 
RENOIR

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El filme “Renoir” se estrenó en la competencia oficial del Festival de Cannes en 2012, fue nominada a 4 premios Cesar–que celebra los más destacado del cine francés- en 2013, obteniendo el de mejor Vestuario, además de ser seleccionada para competir representando a Francia en los premios Oscar de este año. Esta cantidad de reconocimientos explicaría que, aunque tardíamente, podamos ver este filme en la cartelera nacional que cada vez tiene más salas, pero menos espacio para películas que no vengan desde Hollywood.

Mientras la Primera Guerra Mundial está desatada en el centro de Europa, en el mediterráneo francés el anciano pintor Pierre Auguste Renoir (Michel Bouquet) batalla contra el duelo y la enfermedad pintando la belleza de su entorno. La película comienza cuando a esta casona campestre llega Andrée, una atractiva y decidida joven (Christa Theret) que busca transformarse en la nueva modelo del artista. La bella mujer inspirará al pintor y le dará nuevas fuerzas para enfrentar la dolorosa enfermedad que lo tiene casi inmovilizado. Al poco tiempo regresa a casa herido de la guerra, Jean (Vincent Rottiers), el hijo que –bajo la inicial influencia de Andrée- se transformará en uno de los nombres más importantes del cine francés y mundial.

La cinta posee toda la belleza y elegancia que uno podría esperar al centrarse en los últimos meses de uno de los pintores más influyentes de la historia. El director de fotografía taiwanés Mark Ping Bin Lee –famoso por su colaboración con Won Kar Wai en la premiada “Con ánimo de amar” (2000)- logra un preciso equilibrio entre seducir al espectador ante la belleza de la musa, el entorno natural, los interiores y el constante juego con la luz, sin volverlo algo artificial y que distraiga de los procesos de los personajes.

Las actuaciones son eficientes, pero quizá se sienten restringidas por un guion que no logra cumplir con las expectativas de un público que querría ver aquellos momentos claves en que el futuro cineasta comienza a definir su pasión y a formar su talento.

En general la película se instala como un cuadro en sí mismo, que permite al espectador adentrarse en la mirada del pintor, en la sorpresa ante la belleza de la vida misma, ante la riqueza de la resistencia al dolor y el encuentro de la sabiduría en los últimos años de la vida. Pero que queda en deuda con el público cinéfilo a la hora de ver nacer al otro Renoir y a Catherine Hessling, la misma Andrée, que se transformará en la esposa y primera musa del director y protagonizará algunas de sus más recordadas películas como “Nana” (1926) y “La hija del agua” (1925).

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