Película polaca, en blanco y negro sobre una joven novicia en busca de sus raíces. Puesto así, todos los prejuicios que podemos tener sobre el “cine arte” pueden aparecer galopantes en nuestra mente. De arte hay, y mucho, en esta delicada película lo que –contrariando los prejuicios- no la convierte en una cinta pesada e inaccesible.
La historia es relativamente sencilla, y todo lo compleja que suelen ser ese tipo de historias. Ida es una joven novicia huérfana a punto de tomar los votos en la Polonia comunista de los años sesenta. Antes de la ceremonia su madre superior le recomienda visitar a su tía, el único pariente vivo que tiene Ida. El encuentro con esa mujer absolutamente distinta, liberal, bohemia, alcohólica y jueza en los tribunales que ejercen la “justicia del pueblo” marca la clave de la narración. Juntas, van en busca de los restos de los padres de Ida, judíos asesinados durante la ocupación nazi.
Esta joven de ojos oscuros y tranquilos, crecida en un orfanato y que no ha hecho más transito que el de esa institución a la iglesia, descubre de repente sus orígenes judíos y a una mujer que es exactamente lo contrario a ella, pero con la que la unen profundos lazos. Esa relación al mismo tiempo la atormenta y la espejea, obligándola a cuestionarse. El tema de la religión – o la ausencia de ella- es central en la vida de los personajes, pero la película no se pierde allí. Es aquello que define todo, pero que se torna paisaje en la cotidianeidad. La pregunta de Ida tiene que ver no sólo con su origen y su fe, sino con su identidad y su elección.
El director y co guionista del filme Pawel Pawlikowski, nombre poco escuchado por estos lados, pero ampliamente reconocido en Europa, logró con su segunda película “Last Resort” del 2000 llamar la atención en reconocidos festivales y conseguir el premio de la Academia Británica, el que obtendría nuevamente con su siguiente película “My summer of Love” (2004). Su formación en filosofía y literatura se hace evidente en un cine al mismo tiempo racional y sensible.
La fotografía de la película es deliciosa. Nominada también al Oscar, ya ha recibido numerosos reconocimientos tanto en Europa como en Estados Unidos. El trabajo en blanco y negro le da cierto tono de severidad a todo el filme, que hace sentido con el destino de esa Polonia bajo la sombra de la URSS, pero además le entrega una delicadeza exquisita. La gama de grises y las luces hablan en la pantalla, poniendo énfasis en la interioridad de los personajes y la aridez del mundo exterior, recordándonos sobre todo las hermosas películas de Carl Theodor Dreyer, que también hablaban de espiritualidad y elecciones.
Si se atreve a huir del blockbuster que inunda las salas por estos días, “Ida” es una opción sutil y conmovedora. Los primeros planos en estas estupendas actrices tienen mucho más que decir que la mayoría de las grandes producciones de Hollywood.