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Cine chileno y TV: Una relación ambigua

Sabemos que TVN tiene un funcionamiento mixto que le exige generar sus recursos desde la publicidad. Siendo eso así, uno esperaría que la gran cantidad de producción basura con la que llenan las pantallas cada día pudiese sostener espacios culturales de calidad y a horarios que permitan entregar contenidos relevantes para la formación de identidad y la reflexión sobre nuestra propia realidad.

Antonella Estévez

  Sábado 1 de agosto 2015 10:05 hrs. 
cronica

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Esta semana TVN anunció una nueva temporada de “Zona D Realizadores Chilenos”, el espacio que desde hace años dedica a la exhibición del cine chileno. Un espacio que, aun cuando debería ser central en la lógica de una televisión pública, parece ser más el cumplimiento de un trámite que un gesto real de compromiso con la creación audiovisual chilena.

Porque a pesar que este año “Zona D Realizadores Chilenos” se extenderá por seis meses – desde agosto de 2015 a enero de 2016- los horarios continuarán siendo infames, esto es, pasado la media noche del sábado. Una notable excepción a esta norma será septiembre, en que cada sábado se exhibirá una película chilena a las 22 horas y otra inmediatamente después. Pero finalmente, solo cuatro de las más de 20 producciones chilenas compradas por la red estatal estarán en un horario accesible a una audiencia masiva. Lo lamentable es que se trata de películas meritorias – la selección que hizo TVN merece reconocimiento- que podrían despertar el interés de un público amplio si se les diera la oportunidad de llegar a él.

Y claro, no somos ilusos, sabemos que TVN -como muchas otras instituciones de propiedad estatal- tiene un funcionamiento mixto que le exige generar sus recursos desde la publicidad. Siendo eso así, uno esperaría que la gran cantidad de producción basura con la que llenan las pantallas cada día pudiese sostener espacios culturales de calidad y a horarios que permitan entregar contenidos relevantes para la formación de identidad y la reflexión sobre nuestra propia realidad.

En este sentido, valdría la pena preguntarse: ¿es el cine chileno relevante para nuestra cultura? ¿Por qué la gente tendría que ver cine chileno? Son preguntas válidas, que de alguna manera contienen en sí mismas las respuestas. En un mundo globalizado construimos nuestras referencias del mundo a partir de lo que nos rodea, de lo que escogemos como elementos relevantes para mirar y mirarnos. El tema es que muchas veces esa elección no es tan transparente. Muchos ideólogos televisivos han repetido hasta el cansancio que “la gente” ve lo que quiere ver, cuando sabemos que “la gente” ve lo que puede ver y luego hace elecciones a partir de esa oferta limitada. Si todos los canales de televisión abierta dan programas de farándula o teleseries a la misma hora, ¿dónde queda esa posibilidad de elección?

Luego, en general, las elecciones de consumo cultural se mueven por el gusto, pero el gusto se define por la experiencia. Yo no puedo gustar de algo que no he probado, pero es difícil que llegue a probar aquello desconocido si no tengo la oportunidad de superar mis prejuicios al respecto. No deja de llamarme la atención que aún hoy exista mucha gente que sigue diciendo que el cine chileno es extremadamente político o básicamente sexual, cuando hace años que no ven una película chilena, que no se exponen a la experiencia del cine chileno. Por ello, porque es una herramienta básica, y la más accesible de experiencia audiovisual, la televisión tiene un rol fundamental que no está cumpliendo.

Según los datos que acaba de publicar el Consejo del Audiovisual, sólo el 3,66% del total de los espectadores en salas de cine del 2015 vieron una película chilena. La relación con la audiencia sigue siendo el mayor desafío del cine nacional y claro que es difícil competir con la gran inversión en marketing y producción que ofrece una súper producción hollywoodense – porque atención, no es que el público chileno le haga el quite sólo al cine chileno, los que ven cine europeo, asiático o de cualquier lugar que no sea Hollywood son menos del 11% de las personas que van al cine- porque esta se sitúa en un lugar de familiaridad que lo hace profundamente atractivo y natural a la hora de decidir qué es lo que se ve en pantalla. Lo que hace que no deje de ser inquietante que un escolar cualquiera pueda describir mejor las calles de California, que las del Santiago que no transita constantemente, a menos –claro está- que las haya visto en la teleserie.

La experiencia audiovisual es una que hoy tiene una influencia tremenda en la manera en que construimos nuestros imaginarios del mundo que luego habitamos. Entregar esta experiencia a otro ajeno es una manera muy sutil de enajenación y renuncia de lo propio. Y acá la televisión tiene una responsabilidad y una posibilidad única. No hablo de irse al extremo de poner una programación de video arte en el horario prime (aunque sería muy emocionante que se considerara y ver qué pasa), sino de arriesgarse con producciones audiovisuales accesibles a un público amplio -producciones como las que serán parte de este ciclo- que ofrezcan a los espectadores otras miradas sobre la cotidianeidad que compartimos, pero que si les damos un espacio y el tiempo más acorde con las posibilidades reales del espectador medio, pueden ir generando una experiencia real de encuentro con estas visiones que nos son más cercanas, y que podrían ir derivando en un reconocimiento por el yo que ahí se me presenta. De ahí las posibilidades de complejizar mi mirada sobre mi propio mundo, de enriquecer mi conciencia, de hacerme menos sujeto consumidor y más ciudadano, se vuelven algo más interesante.

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