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Nada nuevo bajo el sol: cobre bajo, dólar alto y falta de voluntad política

“América Latina era el mundo feliz en que se exportan principalmente materias primas y se importan bienes manufacturados. El precio de aquéllas permitía la importación de éstas”. ¿Quién dijo esto? Ricardo Lagos Escobar.

Víctor Herrero

  Lunes 18 de enero 2016 8:07 hrs. 
Cobre

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La economía, elevada a ciencia exacta en este país como en ninguna otra nación en este planeta, nos trae malas noticias para este 2016. El precio del cobre está por el suelo. El dólar se disparó. Las proyecciones de crecimiento para la economía chilena son débiles.

De paso, advierten los expertos, este inestable panorama no permite realmente llevar a cabo las reformas educacionales, laborales, previsionales y aun tributarias que Chile tanto necesita para zafarse de lo que el ex Ministro de Hacienda y militante DC, Alejandro Foxley, ha llamado “la trampa de los países de ingresos medios”: es decir, países que logran una rápida y sostenida expansión hasta llegar a un cierto umbral, pero después son incapaces de pegarse el salto definitivo hacia el desarrollo.

Un caso crónico en nuestra región ha sido el de Argentina. Potencia potencial eterna, nunca ha logrado dar ese salto. Y, ciertamente, Chile parece estar en el mismo camino. En otras palabras, la trampa del ingreso medio es que el primer impulso hacia el desarrollo no es tan complicado: basta con abundantes materias primas y mano de obra barata, como lo hizo China a partir de los años 80.

Es la segunda etapa la más compleja. Y en ese sentido, pese a todas las críticas por su desprolijidad técnica, las reformas de la Presidenta Bachelet van en la dirección correcta. Tal vez su gran error, pese a las quejas de la derecha y de los sectores conservadores de la DC, sea no ser más ambiciosa en cuanto a la profundidad de éstas. Porque el acceso gratuito a educación pública y de calidad, leyes laborales que fomenten la sindicalización, un sistema de salud que garantice un acceso y cobertura equitativos y un sistema de pensiones que premie el esfuerzo generacional, en vez de sólo el individual, son exactamente las políticas públicas que pueden catapultar a Chile hacia el desarrollo verdadero.

Pero, una vez más, la situación macroeconómica parece jugar en contra de ello. Más de una década de altos precios del cobre quedaron, una vez más, en poco o nada. Como dijo un importante personero: “América Latina tenía (…) un razonable equilibrio en su comercio internacional. Era el mundo feliz en que se exportan principalmente materias primas y se importan bienes manufacturados. El precio de aquéllas permitía la importación de éstas. Dicho comercio (fue) obviamente libre y con escasa protección, conforme a las enseñanzas de la ‘teoría económica’”.

¿Quién dijo esto? Ricardo Lagos Escobar en un escrito publicado por el centro de estudios públicos Cieplan en 1984, refiriéndose a la crisis económica de los años 30.  Porque, claro está, la actual crisis de los precios de los commodities no es nada nuevo. Ya en 2009 el precio del cobre se desplomó. Entre 1990 y 2000 estuvo, básicamente, plano. En 1982 también se derrumbó en el contexto de la crisis de la deuda latinoamericana. Y también en 1975 en medio de la crisis global del petróleo. Y peor, mucho peor, fue a inicios de la década de los 30 y también estuvo muy mal en los años 70 del 1800.

En todas esas ocasiones hubo políticos y economistas que se quejaban de la elevada dependencia que tiene Chile hacia las materias primas. En cada una de esas situaciones, muchos se quejaban del rasgo “extractivista” de nuestra economía. Pero transcurridos casi 200 años, nada hemos cambiado, nada hemos aprendido.

Nuestro gran empresariado sigue siendo, en esencia, rentista. Es decir, busca profitar a cambio del menor esfuerzo posible. Claramente, el sistema de pensiones chileno, que obliga a todos los ciudadanos a “ahorrar” para que esos fondos sean empleados por las grandes corporaciones, ha ayudado a la expansión internacional de las empresas chilenas. Pero estas empresas no lo han logrado gracias a la innovación o el ingenio, sino a costa de los dineros extraídos de manera obligatoria pero legal a cada uno de los chilenos.

Y así, una vez más, al país se le pasó de largo un llamado “súper-ciclo” de los commodities, sin que supiera diversificar su matriz productiva. Es el mismo cuento hace casi 200 años. Y es probable que lo volvamos a repetir a futuro.

Mientras tanto nos aferramos a lo que el propio Ricardo Lagos denominó en 1984 como “la ciencia (económica) con que pontifican los sacerdotes”; es decir, creer ciegamente en el crecimiento –o lo que los expertos del Consenso de Washington en los años 80 denominaban “chorreo”– como solución al avance social y el desarrollo de los países.

“Chile tiene un sino trágico: los chilenos tienen la propensión de aplicar las doctrinas importadas en forma más rígida y dogmática que en sus países de origen”. Nuevamente, la cita es de Lagos. ¿Se acordará ahora de ese pensamiento después de haber sido el Presidente más amado por los empresarios a comienzos de los 2000 y de figurar ahora, nuevamente, en los primeros lugares como posible mandatario en 2017?

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