Hace diez meses nos enterábamos que un senador por Vermont anunciaba su deseo de competir por la candidatura presidencial del Partido Demócrata. Fuera de los círculos políticos estadounidenses, donde tiene un amplio reconocimiento, poco se sabía de Bernie Sanders. Al iniciar su campaña por la nominación presidencial solamente alcanzaba un 3% de simpatías y el que se autodefiniera como socialista no le auguraban mucho margen de crecimiento. El principal antecedente de un socialista compitiendo por la presidencia se remonta cien años atrás cuando Eugene V. Debs, en sus años de líder y candidato del Partido Socialista, fue candidato presidencial en cinco ocasiones. Sin embargo, nunca tuvo una real oportunidad, siendo la elección de 1912 en la que alcanzó su mayor cantidad de votos, no obstante, sólo representaron el 6por ciento del total.
Los primeros análisis sobre Sanders eran bastante condescendientes. Se le reconocía como un buen hombre, pero cuyas posiciones eran demasiado liberales para el votante medio estadounidense. La aportación del senador, decían los medios, se limitaría a establecer un contraste con Hillary Clinton, la principal figura demócrata, y obligarla a que se pronunciará explícitamente sobre su relación con Wall Street o que girara un poco a la izquierda en ciertos temas sensibles para la sociedad estadounidense actual como el sistema de salud o el de pensiones. No mucho más que una candidatura testimonial. Pero, así como los republicanos han visto crecer la figura de un candidato inesperado (Donald Trump), la carrera por la nominación demócrata tampoco ha seguido el guion esperado. El 9 de febrero, Bernie Sanders se convirtió en el primer candidato que se define como socialista en ganar las elecciones primarias de un Estado por uno de los dos principales partidos de Estado Unidos.
¿Qué es lo que entiende por socialismo? ¿Cuáles son sus principales postulados ideológicos? Sanders está lejos de una postura como la que mostró Debs, quien reivindicaba abiertamente sus lecturas de El Capital y de Karl Kautsky a la vez que participaba en luchas sindicales. Sanders se muestra más moderado y regularmente suele mencionar a Franklin D. Roosevelt como parte de su ideario. Nacido en Nueva York en el seno de una familia de inmigrantes judíos, Sanders inició su activismo político en los años sesenta en la Universidad de Chicago uniéndose al sector juvenil del Partido Socialista de América, oponiéndose a la guerra de Vietnam y abogando por los derechos civiles de la comunidad afroamericana. Posteriormente, cuando era alcalde en Burlington, una localidad en Vermont, empezó a implementar políticas de izquierda como un fideicomiso comunitario de vivienda y el privilegiar el espacio público lo que lo enfrentó con desarrolladores inmobiliarios que buscan la privatización de los espacios. La ciudad se declaró hermana de la nicaragüense Puerto Cabezas en un claro guiño a la revolución sandinista.
Si bien la historia de Sanders demuestra que siempre ha sido un pacifista y un activista por los derechos humanos, ¿qué es exactamente lo que podemos destacar de él como socialista? Estados Unidos y Wall Street se han vuelto un ejemplo de fraudes empresariales planificados: Enron en 2001, la crisis de las hipotecas subprime de 2007-2008 (con la participación de todo el sistema financiero: Lehman Brothers, Standard&Poor’s, Merryl Lynch, Moody’s, Freddie Mac, etc.), el caso de Bernard Madoff en 2008-2009. El sistema de salud y hasta los desastres naturales como el del huracán Katrina en 2005 muestran la negligencia y corrupción del gobierno estadounidense, que favorece a empresas antes que velar por el bienestar de sus ciudadanos. En este contexto queda claro que el problema de Estados Unidos no es tan diferente a lo que vivimos en Latinoamérica: desigualdad social y corrupción. Estas temáticas se han vuelto un eje de los problemas cotidianos de la gente, aunque todavía la clase política se niega a hacerlos suyos porque sería tanto como aceptar su culpabilidad. Aquí es donde el discurso de Bernie Sanders adquiere fuerza e importancia. Sin tener el vigor y la fortaleza ideológica que mostró Eugene Debs, Sanders ha sido uno de los pocos políticos en manifestarse abiertamente contra Wall Street y señalar que la desigualdad social es el principal problema que aqueja a la nación norteamericana.
Las encuestas han mostrado que sus simpatizantes son los jóvenes menores de treinta años, los llamados millenials. Esto se ha refrendado en las votaciones que se han llevado acabo (Iowa y New Hampshire) en donde alrededor del 80% de los votantes de Sanders han sido jóvenes menores de treinta, especialmente las mujeres. Esto nos habla de la desconexión que existe entre la juventud y los líderes políticos. El senador de Vermont con 74 años simboliza, por paradójico que parezca, las ideas nuevas para la política estadounidense actual. Su oponente demócrata, Hillary Clinton, ha establecido alianzas bien documentadas a lo largo de los años con las firmas más representativas de Wall Street. Tan sólo en 2013, recibió 3.15 de millones de dólares por dar pláticas a firmas como Morgan Stanley, Goldman Sachs, Deutsche Bank y UBS. Así, no es que Sanders sea un socialista ideológicamente consumado, pero tiene claro que lo que está podrido es el sistema financiero que ha perjudicado enormemente al ciudadano estadounidense común, siendo Wall Street la punta del iceberg de esa descomposición.
Las propuestas de Sanders son sencillas: defiende un sistema de salud universal de carácter gratuito y pretende garantizar también educación universitaria pública y gratuita a quien así lo solicite; está a favor de salarios mínimos más justos. Pretende una mayor regulación de las corporaciones, principalmente de las del sistema financiero y un sistema de impuestos progresivos. Sanders no es un socialista que busque la abolición de la propiedad privada, sus ideas semejan más a las políticas social-demócratas de los países escandinavos. Es increíble que estas sean las ideas que aterrorizan a los CEO’s empresariales, a los políticos republicanos y hasta a los demócratas cómplices del neoliberalismo como H. Clinton. Por un lado, está la economía de derechos sociales universales por el otro el capitalismo que permite que las fortunas del 1% más privilegiado sigan creciendo, sin importar si hay crisis y a costa del resto de la sociedad.
Con los resultados del Súper Martes del 1 de marzo, Hillary Clinton ha ganado en seis estados: Alabama, Arkansas, Georgia, Tennessee, Texas y Virginia (con el voto afroamericano que sigue dándose un disparo en el pie) mientras que Sanders obtuvo una victoria cómoda en su natal Vermont y triunfos inesperados en Colorado, Minnesota y Oklahoma, además de un virtual empate en el número de delegados en Massachusetts. A pesar del triunfo en estados y delegados para Clinton (que seguramente se ampliará el 15 de marzo con las votaciones en Missouri, Florida, Ohio, Illinois y Carolina del Norte), los resultados son alentadores para el senador socialista al obtener mejores números de los presupuestados. Incluso ha obtenido victorias morales importantes como Oklahoma, un bastión de la familia Clinton. La relación hasta el momento es un escenario más apretado de lo que cualquiera hubiera imaginado: 60-40 a favor de Clinton en los delegados. La real diferencia ocurre en el número de superdelegados (los súper electores: gobernadores, congresistas y senadores, miembros distinguidos del partido) donde Clinton tiene una ventaja de 20 a 1 sobre Sanders, dejando en claro que la democracia de Estados Unidos es un sistema rancio con características aristocráticas propias del siglo XIX.
Tal vez Bernie Sanders no gane la nominación presidencial demócrata, pero le está mostrando al mundo que se puede pensar y hacer política de manera diferente. Al igual que Jeremy Corbyn lo ha hecho en Inglaterra y Podemos en España. En Europa y Estados Unidos, ya hay amplios sectores, principalmente de jóvenes que miran con desconfianza las políticas económicas que benefician solamente al capital mientras perjudican de manera sistemática el salario del trabajador y sus prestaciones sociales. La lucha de Sanders por la nominación presidencial tal vez no llegue al último puerto, pero tampoco será el fin de la historia. Como dice el propio candidato, la campaña no es sólo por la elección presidencial, sino que debe servir para crear una revolución política. Debe ser el principio de un nuevo movimiento antineoliberal en el corazón mismo del capitalismo, donde se originaron las políticas que han destruido las economías familiares de la mayoría de los rincones del mundo, incluidas las de los propios estadounidenses. ¿Será posible eso en el futuro próximo?