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“La vida sexual de las plantas”: Preguntas de adulto joven

La manera en que Sebastián Brahm escoge construir esta historia es desde muy cerca de su protagonista, una notable Francisca Lewin que sostiene a lo largo de toda la película primeros planos que permiten leer en su rostro una fragilidad que se mueve entre la inseguridad y la determinación.

Antonella Estévez

  Domingo 1 de mayo 2016 11:24 hrs. 
Vida Sexual Plantas

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El segundo largometraje de Sebastián Brahm –que debutó con la interesante y compleja “El circuito de Román” en 2011- se centra en un personaje femenino en conflicto. Una mujer en sus treintas que quiere ser madre y que, a causa de un accidente, ve cómo el hombre que ama se transforma en otro, en un ser inseguro, furibundo y torpe. La posibilidad de continuar con la vida que se soñó se topa con una realidad harto más amarga.

“La vida sexual de las plantas” se instala en sus inicios con conflictos bastante comunes a los adultos jóvenes contemporáneos. ¿Ser padres? ¿Cuándo? ¿Con quién? Lo que comienza como el registro de una escapada romántica de una pareja guapa y exitosa a las montañas que rodean Santiago, termina en tragedia cuando el protagonista, intentado rescatar una planta solicitada por su novia, da un paso en falso, cae y se golpea la cabeza. Las consecuencias de este golpe las iremos descubriendo más adelante, porque lo que parecía un accidente menor -con amplias posibilidades de recuperación- transforman completamente al hombre y con ello, la dinámica de la pareja. La culpa y el rencor comienzan a ocupar cada vez más lugar, mientras que el sexo parece transformarse en un lugar de constante evasión para él y de desagrado para ella.

La manera en que Sebastián Brahm escoge construir esta historia es desde muy cerca de su protagonista, una notable Francisca Lewin que sostiene a lo largo de toda la película primeros planos que permiten leer en su rostro una fragilidad que se mueve entre la inseguridad y la determinación. La protagonista es paisajista y la vemos desenvolverse profesionalmente entre plantas y árboles y repetidamente salir a correr en hermosos parques santiaguinos, y aunque no se hacen referencias directas a ello, sospechamos que el título del filme tendría que ver con cierta inercia que -desprovista de la energía animal y el apasionamiento humano- acompaña la reproducción de las plantas y que se va filtrando también en la dinámica de la protagonista. Hay varias escenas de sexo, pero en general poco erotismo en ellas, como si lo que nos quisieran mostrar se tratara de urgencias y deberes, más que de deseo y goce.

La película esta filmada con eficiencia y elegancia, manteniendo, en general, una paleta de colores neutra y en la gama de los grises. Y aunque hay algunas decisiones que desconciertan –como la elección de un director de cine como interprete de un secundario, pero relevante papel- o algunas elipsis que pueden resultar inicialmente confusas y que parecieran mover el tono con el que hasta ahí se había mostrado la película, la sensación general es que hemos sido testigos de una historia que, a pesar de su dramatismo, no resulta tan lejana, que visibiliza esas preguntas comunes que se mueven entre la entrega del amor, la manipulación y la culpa, y los límites entre el egoísmo y el autocuidado.

“La vida sexual de las plantas” resulta una película adulta y consistente, que podría dar para buenas conversaciones sobre nuestros conceptos actuales de pareja y familia, y de qué estamos dispuestos a hacer para cumplir con esos estándares, sean propios o ajenos.

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