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Playa Panteón: la semilla en la arena

Estos nueve relatos del periodista y escritor nortino Juan José Podestá develan los engranajes de personajes en permanente fuga, marcados por la inmensidad del desierto, por las debilidades de la condición humana y por el peso de sus propias biografías truncas.

Felipe Reyes

  Lunes 20 de junio 2016 17:52 hrs. 
Podestá

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La inmensidad del desierto, con su pesado manto de silencio y soledad, ha sido un singular y requerido escenario para poetas y narradores que ven en los yermos paisajes nortinos y en la vida de sus hombres y mujeres, acaso una metáfora de un país a veces desolador y duro con su gente. Un espacio propicio para el delirio, el fracaso y la muerte, pero de un encanto único y poseedor de una carga histórica determinante en la historia nacional. Así, desde Neruda a Raúl Zurita, pasando por las novelas de Volodia Teitelboim (Hijo del salitre), Andrés Sabella (Norte grande) y Hernán Rivera Letelier (La reina Isabel cantaba rancheras), han recorrido estos territorios y la vida de sus habitantes en sus obras.

Juan José Podestá (Tocopilla, 1979) continúa esa tradición situando sus relatos en el Norte Grande, en perdidos pueblos fronterizos de solitarias calles polvorientas que dan vida a historias que dialogan con lo mejor del cine negro, la violencia inesperada e inherente al ser humano y una cuota precisa de humor. Personajes dominados por la sospecha que tratan de sobrevivir a sus implacables pasados.

Podestá expone los sucesos y acciones de seres inmersos en una sociedad violenta y corrupta, de una moral ambigua, que mastican el agrio sabor de la venganza o esperan que la luz de la redención se pose sobre ellos. Nueve relatos protagonizados por fugitivos, delincuentes, periodistas al borde la locura y actores de cine en decadencia que buscan escapar de un sino fatídico, entre borracheras y largos viajes a través de carreteras vacías y desoladas.

Abre los fuegos el relato Un pueblo, en el que un rudo fugitivo se refugia en un caserío perdido del norte grande, donde “el ruido de las calaminas es raro: no debe haber nada igual en el mundo. La polvareda de las calles es molesta pero soportable”. Ahí vive su abuela moribunda a quien, mientras espera la inminente llegada de la venganza de un antiguo socio al que traicionó, le dedicará toda su paciencia y ternura en sus cuidados diarios. Podestá inicia uno de los tantos guiños que hará a los cinéfilos a lo largo del libro, y en este relato con un detalle culinario: al igual que en la película Los buenos muchachos (1990), de Martin Scorsese, el personaje también corta el ajo en finas láminas con una hoja de gillete para que se disuelva en el aceite caliente.

En la segunda historia, Bajo Monte, uno de los puntos altos del libro, un conocedor como pocos del desierto y sus reveses -por los años comerciando droga con bolivianos y peruanos, que lo hicieron un conocedor de las rutas, los pasos ilegales y las quebradas donde no lo encontraría “ni un avezado pastor aymara”- escapa de la cárcel para iniciar una travesía al más puro estilo road movie, junto a la aparición de un gitano que escapa de su comunidad rumbo a Bajo Monte, un pueblo levantado por criminales que nadie conoce, “solo los que van allá arrancando de algo”.

Y como un paréntesis, el delirio se hace presente en El improbable destino de dos gringos, una historia arriesgada que nos remite al vértigo y al tono de comedia de Pánico y locura en Las Vegas, de Hunter S. Thompson, en la que Jack Nicholson y Al Pacino deciden robar el banco Altiplánico de Tacna, mezclando a los personajes interpretados por ambos actores en algunas de sus tantas películas. Con Pacino, Podestá añade a la biografía del actor-personaje el argumento de Tarde de perros (1975), una película en la que una pareja de torpes delincuentes roban un banco para financiar la operación de cambio de sexo de la pareja de uno de ellos, plan que finalmente fracasa. En el caso de Nicholson, entre los datos que componen su ficticia biografía se cuenta que “no pasó nunca por las cárceles norteamericanas, gracias a su colaboración con el FBI”, una alusión directa al personaje del mafioso irlandés interpretado por Nicholson en la película Los infiltrados (2006), de -otra vez- Martin Scorsese. Así, la dupla de actores-personajes termina “anclados en Sudamérica: Pacino, por hacerle el quite a sus ex amigos de barrio y Nicholson, aburrido de los hostigamientos de la oficina federal, que cada tanto esperaba de él una nueva colaboración”. Luego de conocerse en Brasil, donde perpetran un par de robos, “insuficientes para saciar la sed de dinero de los gringos”, llegan a Ecuador, donde instalan un centro educativo para lavar el dinero conseguido, la Universidad Autónoma Técnica de Quito. Luego, la locura y el desvarío, las visitas a casinos y prostíbulos de Tacna para liberar tensiones mientras preparan el asalto al banco.

En Díptico rojo/negro I, Marlon Condori, un ex reportero del periódico local, regresa después de diez años a recorrer los barrios de inmigrantes colombianos en busca de la respuesta por el crimen no resuelto de Flora Maribel, la prostituta con quien mantenía una relación amorosa y que fue asesinada una noche en el cité donde vivía. Milicos, travestis, rencor y cobardía en un relato que, de paso, hace un guiño a las peripecias del oficio de reportero y un juicio crítico sobre el ejercicio del periodismo. Condori -con fundadas sospechas sobre el responsable- deja de investigar y escribir sobre el homicidio una vez que la policía cierra el caso.

Portada Playa Panteón

El volumen concluye con el relato que da nombre al libro, Playa Panteón, en el que Juanito Malaparte, desde la cárcel, recuerda cuando su madre lo llevó a conocer esa playa de arenas negras en Tocopilla, “la playa más fea del mundo”, y a través de ese recuerdo va desenredando la madeja de su venganza en esos años en que se “habían cubierto como un mantel de hule al país con impunidad. Algunos olvidaron, otros transaron, pocos esperaron. Juanito fue de estos últimos”, hasta que eliminó al “Coyote” Larrea, el “más cruel de los generales del dictador en el norte de Chile”, el asesino de sus padres. Una historia que inevitablemente nos remite a la tristemente conocida Caravana de la Muerte, comandada por el general Sergio Arellano Stark.

Nueve relatos que develan los engranajes de personajes marcados por el desierto, por las debilidades de la condición humana y por el peso de sus propias biografías truncas. Entonces, entendemos que para Juan José Podestá la escritura es también un acto político, sus historias retratan los hechos que forman parte de la vida en el norte del país: la discriminación racial, la pobreza, el olvido y una pesada historia de sangre.

Playa Panteón
Juan José Podestá
Narrativa Punto Aparte, 2015.
118 páginas.

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