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El jubilazo literario

Desde el año 1947 cuando el Premio Nacional de Literatura fue creado pensando en la persona del poeta Augusto D`Halmar que se encontraba en condiciones económicas y de salud demasiado precarias y hasta vergonzosas para un hombre “que había dedicado su vida a las letras”, este reconocimiento del Estado ha ido adquiriendo ribetes distintos dependiendo del momento histórico en el que nos hemos encontrado.

Vivian Lavín

  Martes 12 de julio 2016 13:41 hrs. 
literatura

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En la jerga que solemos escuchar de los analistas del cuanto hay, el Premio Nacional de Literatura 2016 tiene ciertas externalidades positivas. Como que la carrera por ganar esos 18 millones de pesos de un tirón y luego una pensión de unos 900 mil pesos hasta el fin de la existencia del laureado ha cobrado mayor intensidad que en años anteriores. No porque antes no haya habido tanto interés por conseguirlo como que la modalidad de este premio ha llevado a que los postulantes sinceren sus posiciones y trabajen por conseguirlo publicando libros y recorriendo la capital y sus medios de comunicación de manera frenética.

Desde el año 1947 cuando el Premio Nacional de Literatura fue creado pensando en la persona del poeta Augusto D`Halmar que se encontraba en condiciones económicas y de salud demasiado precarias y hasta vergonzosas para un hombre “que había dedicado su vida a las letras”, este reconocimiento del Estado ha ido adquiriendo ribetes distintos dependiendo del momento histórico en el que nos hemos encontrado.

Y hemos llegado a un punto en el que este Premio que nació por el espíritu solidario de los poetas para ir en ayuda de uno de los suyos los tiene hoy en una carrera competitiva en la que incluso se dejan asomar grupos de interés extraliterarios.

Por cierto que el cambio que sufrió este premio durante la dictadura cuando pasó a ser bianual ha tenido uno de los mayores obstáculos para la fluidez de un reconocimiento que debiera tener mayor transparencia. Así, en los 17 años de gobierno cívico-militar, aprovecharon los gobernantes de turno de premiar con este noble galardón a sus plumarios y a quienes los sostenían desde el punto de vista intelectual. La opacidad que adquirió el Premio durante este tiempo no fue superado por la post dictadura que no retornó a la anualidad como tampoco a quitarle el protagonismo de ciertos funcionarios de Estado que poco pueden aportar a una discusión por méritos literarios. Y así hemos llegado hasta este 2016 cuando nos encontramos con 17 poetas postulando al Premio Nacional de Literatura. Sobre la calidad y el aporte de cada uno de ellos y de ellas, es imposible pronunciarse porque se trata en todos los casos de personas que efectivamente le han dado su vida a la literatura, que es lo que dice la ley, su larga vida habría que agregar cuando solo cinco de ellos están en su sexenio de existencia, y los demás en sus siete y 8 décadas de vida. Y porque el Premio Nacional de Literatura se da cada dos años, debieron turnarse entre poetas y narradores para que cada cuatro le toque a uno de ellos, de modo que muchos de los que hoy integran la lista corren con la idea del ahora o nunca, una urgencia que le da un carácter dramático que a los creadores puede gustarles en sus escritos, pero de seguro no en estas lides. Como tampoco el que haya que candidatearse, es decir, presentando una candidatura formal que tiene que ser obligatoriamente presentada por una institución educativa del mayor prestigio posible. Y aunque el jurado puede aportar con candidatos que no hayan sido presentados, lo usual ha sido elegir entre quienes se han dado el trabajo de producir completísimas carpetas que resuman el trabajo literario, como también docente, que es muy bien evaluado, cuando el jurado lo integra la ministra de Educación y el rector de la Universidad de Chile. Y por cierto, las cartas de respaldo y apoyo de personalidades de diversa índole… una maquinaria electoral que va haciendo agua, a pesar de los parches que le han ido adhiriendo.

Quiérase o no, el Premio es una suerte de jubilazo literario que permite a quien lo obtenga la tranquilidad económica para lo que le quede de vida.

Los postulantes para el Premio Nacional de Literatura 2016, ordenados de mayores a menores son: David Rosenmann-Taub, Pedro Lastra, Delia Domínguez, Floridor Pérez, Patricio Manns, Hernán Miranda, Jaime Quezada, Omar Lara, Manuel Silva Acevedo, José Ángel Cuevas, Carmen Berenguer, Claudio Bertoni, Juan Cameron, Elvira Hernández, Elicura Chihuailaf, Teresa Calderón y Thomas Harris, todos pertenecientes a diferentes generaciones literarias y sobre todo, muy desconocidos por la gran mayoría de los chilenos.

De aquí que la externalidad positiva que aludíamos al comienzo sea, en este caso, el trabajo de exposición pública que han debido realizar en algunos casos, editando y reeditando libros, como también viajando y poniéndose en el foco mediático. Porque aunque digamos que vivimos en un país de poetas, lo cierto es que son muy poco leídos y aquí el Estado salda una deuda con quienes han hecho de la escritura su vida sin esperar nada a cambio. Ninguno de estos autores vive de su poesía, como sucede con la inmensa mayoría de los escritores chilenos. Todos ellos han debido ganarse el pan, generalmente como profesores escolares o universitarios, y la escritura ha sido un oficio central de sus vidas, pero lateral, como decía la Mistral, si es por las posibilidades de ejercerlo, quitándole horas al sueño y a la familia.

Cuando es el mismo Estado el que le entrega una jubilación que supera en cinco veces para quien se ha desempeñado 22 años en un cargo administrativo de Gendarmería, resulta vergonzante que siga esquilmando a nuestros autores y artistas cuyo aporte al pensamiento crítico y densidad cultural de nuestra Patria son incuestionables.

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