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Deporte chileno: Nuestra triste realidad

Lamentablemente, no tenemos una legislación que regule correctamente la actividad deportiva y sus resultados. El marco legal actual es permisivo y somero porque no nos hemos sentado a discutir con altura de miras qué deporte queremos para el país. Consecuentemente con eso tenemos una autoridad que no entiende de la materia.

Francisco Cárdenas

  Jueves 21 de julio 2016 14:59 hrs. 
Cancha Iquique

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Después del triunfo de la selección chilena en la Copa América Centenario, que significó el bicampeonato y uno de los logros más altos de nuestro deporte, muchos pudieron pensar que Chile “cosechaba lo sembrado”. Que se había hecho un gran trabajo deportivo y que los recursos humanos y económicos invertidos por años estaban dando sus frutos. Nada más equivocado. En nuestro país los logros suelen ser aislados y los esfuerzos personales y familiares sustentan casi el 100 por ciento de los éxitos obtenidos como nación. Invertimos poco y sobre todo mal y aunque los discursos políticos digan otra cosa, la realidad es inequívoca. Para muestra varios botones:

La serie de Copa Davis contra Colombia es una manifestación clara del desprecio que Chile tiene por el deporte. Es una vergüenza que el tenis, que tantos triunfos le diera a nuestro país, no encuentre en nuestro largo territorio ninguna cancha decente para jugar un duelo internacional. El equipo chileno tenía en la banca a un número uno del mundo y a un doble medallista olímpico, pero la cancha era de cuarto nivel. El bochorno de Iquique es responsabilidad de nuestras autoridades gubernamentales y deportivas, aunque ellas inventen motivos para echarle la culpa al clima y a la arena. Ellos han descuidado u olvidado su rol fundamental para garantizar la práctica deportiva de todos y al mejor nivel. ¿Un estadio para el tenis es mucho pedir? La necesidad y los éxitos obtenidos como país en este juego revelan que deberíamos exigir mucho más que eso. Por otra parte, también se demuestra un fracaso del modelo privado donde tampoco ningún club ofrece una infraestructura a la altura de un evento como este, pese que cobran a sus socios como si sus instalaciones fueran exclusivas y de la mayor calidad.

Otra mala noticia que apareció por estos días fue la posible (o inminente) salida de Sergio Vigil de la selección nacional femenina de hockey sobre pasto. Otro ejemplo de lo equivocado de nuestras políticas deportivas. Eso si existen, claro. El exitoso entrenador argentino que ha desarrollado un tremendo esfuerzo por situar al hockey femenino en el más alto nivel de competencia teme tener que dejar su cargo a fin de año. ¿La razón? Le prometieron que en ese plazo tendrían una cancha y un centro para entrenar a la altura del proyecto y hasta hoy, seis meses después, no hay avances sustantivos que materialicen esa promesa. “Para que el hockey crezca, debe tener una cancha, y la selección no puede tener los horarios que ofrecen gentilmente los clubes. Sin una cancha, el hockey no puede dar ese gran salto”, dijo hace unos días el argentino. ¿Tan mediocres somos que no podemos tener una cancha adecuada y disponible para la selección nacional?

En este sentido, algunos critican que el gobierno haya invertido en la remodelación y construcción de varios estadios para el fútbol, pero que no haya hecho lo mismo con otros deportes. El argumento es elocuente, pero allí no radica el problema porque los estadios de fútbol también eran y siguen siendo una prioridad para el desarrollo de una actividad deportiva que se extiende por todo el territorio, que tiene bajo costo relativo para su práctica y que cuenta con un alto número de adeptos. Entonces la cuestión es intentar reproducir ese éxito con otras disciplinas y asegurar que las políticas deportivas se traduzcan efectivamente en más gente practicando deporte y en mejores instalaciones para todos. Esa es la necesidad y el objetivo central.

Pero tan mal estamos que el fútbol, que supuestamente es el deporte privilegiado, tampoco está mejor. El paro decretado por el Sindicato de Futbolistas Profesionales que ha detenido el inicio del torneo nacional es otro reflejo de la crisis deportiva e institucional que aún atraviesa este deporte. Quizá acá haya más recursos monetarios, pero definitivamente ese dinero no es destinado de buena manera para el crecimiento de la actividad. Ya hemos dicho hasta el cansancio que los directivos de ahora son los mismos de antes y que cada decisión que toman la hacen mirando los bolsillos y calculando las ganancias. A ninguno le importa el deporte y los pocos que se interesan en el fútbol son una minoría escasa frente a la gran masa de negociantes. Esos son los que quieren asegurar su participación y tajada impidiendo que otros clubes puedan acceder al profesionalismo. No importa si la medida atenta contra el nivel de la competencia, las condiciones laborales de los jugadores, el espectáculo o la formación deportiva. Además ha quedado de manifiesto que se coluden para rebajar salarios y para presionar a los jugadores en paro violentando ese genuino derecho. Si queremos lo mejor para el fútbol se deben cambiar las reglas y los estatutos de la Asociación ya mismo.

Lamentablemente, no tenemos una legislación que regule correctamente la actividad deportiva y sus resultados. El marco legal actual es permisivo y somero porque no nos hemos sentado a discutir con altura de miras qué deporte queremos para el país. Consecuentemente con eso tenemos una autoridad que no entiende de la materia. Más allá de su buena voluntad, la ministra del rubro brilla por su incapacidad porque su formación nada tiene que ver con la actividad física y mucho menos con el alto rendimiento. Difícilmente ella pueda entender y solucionar los problemas de un sector que merece una mirada experta, colectiva y comprometida. Mucho menos si no cuenta con apoyo real del gobierno y las autoridades. Lo que es innegable es que el país requiere de una transformación profunda de las políticas destinadas al deporte, y por ahora no se ve a nadie que eleve esas banderas con determinación.

Deportivamente somos mediocres, pero seguimos vendiendo la pomada de que no. No nos interesa crecer ni mejorar. Para nuestras autoridades el deporte es únicamente una entretención y no merece un trato mejor. Para colmo ya casi no quedan espacios públicos para entrenarse sin costo y con las mínimas comodidades. Todo cuesta mucho y lo público no sirve. La cosa se agrava si a esto agregamos la cuestionable y gigantesca inversión para llenar de “gimnasios” los parques de Chile. Esos inútiles y mal construidos aparatos coloridos que inundaron nuestras ciudades y pueblos con la promesa de elevar la actividad física de los chilenos. Hoy están rotos e inservibles y los que funcionan nadie los usa porque su diseño es deportivamente inútil. Y que no vengan con la excusa de la falta de recursos, porque seguramente los fierros coloridos costaron mucha plata y alguien se hizo millonario en el medio, sin siquiera brindar el servicio que se contrató.

Y mientras todo esto sucede, la obesidad aumenta, la diabetes infantil y los problemas cardiovasculares suben, nuestros deportistas se reducen, las instalaciones envejecen y cada vez nos volvemos más sedentarios. Quizá ya sea tiempo de una consigna caricaturesca y certera: Menos malls, menos control remoto y más estadios de calidad para Chile.

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