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¿Cuánto vale un Óscar?


Martes 9 de agosto 2016 9:00 hrs.


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La película “Neruda” no ha estado sólo rodeada de la expectación ya propia que causan los films de Larraín, sino también de las críticas que han formulado testigos privilegiados y artífices de ese período de clandestinidad y salida del país del poeta, sobre las “licencias” de diverso tipo que se mostrarían en la película respecto de personas y acontecimientos históricos que aparecen en la obra. Frente a ello, los creadores y otros han respondido que “es ficción, no documental”.

Sin embargo, la verdad es que de lo que se trata no es sólo de la libertad infinita del arte y, por ende de su arbitrariedad, sino de la deformación absoluta de personajes históricos de la narración de Larraín por razones muy poco estéticas, convirtiéndose éstos en una suerte de víctimas del cineasta. Jorge Bellet, que aparece sólo tangencialmente, uno de los artífices de la fuga de Neruda, fue una persona absolutamente singular, con una historia de película, como afirman los que lo conocieron. Víctor Pey, lejos de ser ese español monosilábico, obsecuente al partido y delator de puro imbécil del film, también: a los 23 años fue director de las industrias de guerra de Cataluña durante la guerra civil por las FAI-CNT y combatió al franquismo en la columna del legendario Durruti. Y ya todos conocen el resto de su vida.

No obstante, Larraín, creador de obras maestras como “Tony Manero” y “El Club”, entre otras, no sólo ha pasado por alto no sólo la fidelidad a la historia, lo que es perfectamente posible en el arte  (concuerdo con el director), sino que ha banalizado uno de los sucesos más interesantes de nuestra historia, en la que se cruza vida y poesía, en pos de hacer un cine de mercado, para el público hollywoodense.  Sino, no se puede entender que no haya reparado en que, lejos de tener al PC como protagonista, la fuga de Neruda fue realizada por singularidades hijas de su tiempo, que se encargaron de la salida del poeta, con la confianza plena de éste, así como la de su partido. Y que, contrariamente a lo que señala Larraín, Neruda fue un perseguido político, que fundó en Pey y Bellet, junto a un reducido grupo de personas, su confianza. Que se sepa, los perseguidos no andan tratando de que se les encuentre, jugando con la policía al paco-ladrón. Ello no ocurrió ni entonces, ni en décadas posteriores. El “diálogo” que propone Larraín entre el jefe de policía de la época, Óscar Peluchonneau y Neruda, puede ser leído como blanqueamiento de nuestra historia reciente.

Pero no le podemos pedir peras al olmo: cuando se hacen dos películas en menos de un año, uno puede embelesarse de su éxito y caer en descuidos históricos y estéticos en la búsqueda del Óscar que hasta ahora ha sido esquivo para el cineasta. Como lo señaló el representante de la Fox, quien presentó la película en la función privada a la que fue invitado Pey con su familia en el hotel Radisson, el equipo estaba especialmente interesado en la competencia por este galardón. Como corolario, no podemos dejar de preguntarnos: ¿en qué momento se jodió Larraín?