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Egon Wolff: “La sociedad vive en un equilibrio precario”

El programa “El gran teatro del mundo” emitió una entrevistada realizada en 2012 al dramaturgo Egon Wolff, fallecido el 2 de noviembre pasado a los 90 años. El premio nacional de las Artes y la Representación se refirió en esa conversación a las características principales de sus obras y de cómo Chile ha perdido la capacidad de conversar sobre su intimidad, para dar paso a lo inmediato y a lo superficial.

Diario Uchile

  Lunes 7 de noviembre 2016 21:06 hrs. 
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El dramaturgo recientemente fallecido, Egon Wolff, conversó en 2012 con María Olga Matte, conductora del programa El Gran Teatro del Mundo de Radio Universidad de Chile.

En la ocasión Wolff evocó su niñez cuando ya manifestaba, a temprana edad, la inquietud por la creación literaria, y escribía poesía en alemán a los 10 años, al interior de un hogar muy convencional “y eso significaba que uno tenías que seguir el curso que era lo que se esperaba de uno, se establecía un modelo que había que seguir, y uno de ellos era el tener éxito, y aprender una profesión decente, que tenía que ser bien remunerada y decente”.

Justamente, el dramaturgo ingresó a estudiar Ingeniería Química a la Universidad Católica, “una profesión decente”, no obstante una vez casado su mujer le dijo que no quería verlo frustrado sino feliz, lo que le dio rienda suelta a su faceta de escritor de obras teatrales: “mi señora, como buena chilena sensible y humanista, porque lo tienen en el alma, esta mujer arriesga a que uno se dedique a esta esa especie de bohemia de la creación, y que a la larga perjudica de por sí a la familia. Pero ella me estimuló, me dijo “escribe”, y me sentí con el derecho y permiso entre comillas”.

“Una vez que comencé a aparecer en los diarios ya mis padres me perdonaron toda esta rebeldía”, agregó.

Luego, Wolff relató su llegada el Teatro de la Universidad de Chile: “Ellos organizaban anualmente un concurso de teatro para los nuevos dramaturgos, pero tenía un premio muy importante, que era que se montaba la obra ganadora en la sala del teatro Antonio Varas, y gané el concurso con la obra “Los discípulos del miedo”, y me gané los dos primeros premios con esa obra y con “Mansión de lechuzas”, el año 57 y el 58. Luego, con “Flores de papel” se fue sofisticando mi dramaturgia”, sostuvo.

Sobre una de las características fundamentales de sus obras, que es la idea de circulación permanente y eterno retorno, Egon Wolff señaló que sus piezas teatrales “son circulares porque pienso que nada se resuelve, se proponen soluciones, pero todo retorna a una nueva interpretación”.

Ejemplificó esta forma de hacer teatro con su obra “Los invasores”, la cual considera “especial porque todo vive dentro de una pesadilla, de un sueño de un industrial, entonces tiene todos los elementos dramáticos de una situación de sueño o pesadilla, que significaría la destrucción de todo su entorno, de su familia, de todo lo que él tenía. Finalmente despierta de esa pesadilla, aliviado porque nada de eso es cierto, pero no es tan así porque se repite la primera escena que es una mano que rompe un vidrio y penetra dentro de la casa y ahí ingresan los invasores”.

“La obra me da lugar en torno a polemizar en torno a las temáticas que tienen que ver con los problemas sociales en este país, y la obra tenía el objeto de despertar de aquellos que detentan el poder necesario como para que la sociedad funcione de otra manera, que son los dueños del dinero. El dinero es el que manda todo, siempre. Entonces es una obra dirigida a los detentadores del dinero, que disfrutan de un bienestar, pero que viven alrededor de un medio se sienten postergados. Es un llamado de atención a la burguesía a la cual yo pertenezco, de que esto no puede seguir así, porque a la larga los que se perjudican son los pobres y ellos también porque van a vivir en un estado de permanente enervamiento social”, acotó.

Wolff se refirió también a cómo sus obras, de alguna manera, lograron adelantar la serie de conflictos sociales y políticos desatados en tiempos dela Unidad Popular, y evocó un viaje a Cuba invitado como jurado para el premio Casa de las Américas, momento en el que pudo vislumbrar, en plena década de los 60, la polarización social que generó la revolución, cuestión que, a su juicio, se repitió al momento de asumir el gobierno Salvador Allende.

“La salida del gobierno de Allende significaba un cambio profundo de la sociedad, y que iba a perjudicar, profundamente a ciertos sectores, quitarles sus privilegios, su estatus de vida, sus costumbres, etc. Así que había temor. A mí me consta que la gente lloraba, se llamaba por teléfono llorando cuando salió Allende, y no lloraban porque les cayera mal Salvador Allende, sino porque lo que significaba como cambio en la sociedad. Si hay algo que a la gente le da miedo es que le quiten el piso debajo de los pies”.

La función del teatro en la sociedad

Egon Wolff planteó que una de las funciones del teatro es plantear una situación que las personas evitan vivirla, ya que permanentemente deseamos mantener un equilibrio que nos permita desenvolvernos con relativa seguridad en el día a día.

Sin embargo, el dramaturgo sostuvo que este equilibrio es espurio, ya que la sociedad está construida sobre desequilibrios, desigualdades y consensos impuestos que diariamente intentan subvertidos.

“Nosotros vivimos en un equilibrio precario. Por ejemplo, la sociedad establecida en clases sociales y económicas vive en un equilibrio precario. Todos los días estamos viendo cómo aparecen las protestas, las huelgas porque es eso, porque trata de romper ese equilibrio precario en que vivimos, por un consenso social en que estamos metidos. La sociedad establece consensos, y se cree que vivimos en una sociedad justa y equilibrada, no es así, porque está basada en desequilibrios”.

Y así como la sociedad actual ha perdido la capacidad de integrarse con la naturaleza y generar entre sus miembros instancias que permitan el diálogo profundo y enriquecedor, también, a su juicio, el teatro ha dado paso a obras que privilegian la inmediatez, lo superficial y el predominio de las imágenes.

“Chile ha perdido la cultura rural, la cultura integrada con la naturaleza. El aire urbano ha conquistado la cultura en este país, y eso es veloz, rápido, transitorio, superficial, externo, vivaz, de imágenes, de impacto, de espectacularidad, pero no de intimidad. Y dentro de todo ese mundo espectacular e impactante, viven seres humanos solos, sufriendo su problema mudamente porque no se comunican con nadie”.

Y en ese contexto, Wolff destacó la obra de Juan Radrigán como la de un dramaturgo que intenta rescatar esa intimidad: “Juan Radrigán me parece un autor interesantísimo. Juan es un hombre que tiene muchos elementos del teatro de antes y escribe de una cosa que él la siente, la ha sufrido y la ha vivido personalmente y es de una autenticidad arrebatadora, en su terreno. No noto en él el deseo de impactar con experimentaciones teatrales raras. Siento en él que es auténtico en expresar algo que él siente, sufre y protesta internamente. Todos los dramaturgos protestamos contra algo, siempre. Pero lo demás los veo como un teatro muy proyectado a la galería, a impactar la galería. No lo siento auténtico”.

De la culpa también habló el dramaturgo: “Son pocas las culpas, creo que he cumplido las funciones que la vida me ha destinado, pero me hubiera gustado ser más generoso con la gente. Yo admiro a personas como Benito Baranda y me hizo falta ser en la vida como él. De haber roto el esquema y haberme dedicado a ayudar a otros en algo concreto, no solo de forma literaria e intelectual”.

Sin embargo, pese a que reconoció haber deseado ser más entregado con la gente, también sabía que esos no eran personajes para un montaje teatral: “Yo a ellos los dejo transitar por la dramaturgia, el teatro necesita un hecho disruptivo”.

Otro de sus pensamientos recurrentes era el cambio social. Ante eso planteaba sus dudas: “No sé si realmente el cambio a la sociedad se va a realizar desde un escrito. Sé que estoy aportando, pero ese es uno de los pensamientos frustrantes que tengo, no sé hasta qué grado ayudo. No sé si produzca cambios a través de lo que escribo”.

“Me hubiera gustado que “Los invasores” fuera una obra de museo, un clásico. Fue así, pero ya no es así. Ahora no estamos mejor. Todavía hay gente que gana el sueldo mínimo y otros que ganan veinte millones”.

Para el dramaturgo ese es un problema grave, algo que se dice en sus obras, pero que sigue vigente hasta el día de hoy.

El cómo construyó su trabajo estuvo de la mano con la observación de la sociedad, costumbre aprendida desde la infancia: “El análisis de las cosas me lo enseñó mi padre. Eso me ayudó mucho. Me facilita pensar qué es lo que va a pasar. Entender los por qué. Un proceso que a los políticos les serviría mucho. Mi padre me enseñó a ser crudamente realista”.

La crítica

“No le doy mucho valor a la crítica, porque los críticos son seres humanos y muchas veces las opiniones que dan tienen que ver con su visión de las cosas. Una crítica no tendría que ser tan importante como para destruir un espectáculo. Es una opinión más. Válida. No la desacredito, pero puede ser válida para cierto público y no para otros”, señaló.

Para él esta no era la razón de la ausencia de público en las salas: “La gente no va porque tiene otras expectativas. Hay una ley del menor esfuerzo. Es más fácil sentarse en el living con una cerveza. Así llenan la vida. Además hay una sobreabundancia de oferta. La gente está mareada, confundida de espectáculos, sobre todo con los celulares”.

En la entrevista reconoció que no tenía ni una relación con las nuevas tecnologías. El computador solo fue usado para sus últimas obras, pero entre risas aclaró que “nada más que Word”. Sin embargo, la televisión tenía un lugar. Wolff era un espectador de TV satelital, “pero es mala, aburrida, repite muchos temas, pero hay cosas que me gustan. La TV abierta en Chile está muy mala. Se ha popularizado con cosas muy banales, está al servicio de lo fácil”.

Dedicado a la pintura, Egon Wolff dejó de escribir: “Siento que ya no tengo cabida. Creo que voy a llegar con una obra y no me la van a hacer, no se van a interesar. Pero la razón más importante es que la forma en la que escribo ya no está vigente, pero esto es un círculo y creo que va a volver el buen teatro, basado en el humanismo y las buenas formas. Creo en la circularidad de las cosas”.

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