La historia reciente de Chile, con sus traumas y dolores ha sido esquiva a un relato oficial. La política de los acuerdos con que se negoció la transición ha impedido, hasta hoy, que como país miremos de frente a los hechos del golpe militar y la dictadura, y a las consecuencias de estos, que siguen definiéndonos como país. Frente a esta ausencia, el audiovisual nacional ha generado potentes obras, tanto en cine como en televisión, que invitan al espectador a dialogar sobre el pasado y el presente en un necesario ejercicio de memoria.
Dentro de la producción audiovisual que se ha adentrado en los ecos de la dictadura están un grupo de películas hechas “por los hijos”, documentales en que realizadores y realizadoras buscan generar un diálogo con sus padres indagando sobre ese pasado doloroso que los marcó. Películas como “La ciudad de los fotógrafos” de Sebastián Moreno, “El edificio de los chilenos” de Macarena Aguiló, “Reinalda del Carmen, mi mamá y yo” de Lorena Giachino y “Mi vida con Carlos” de Germán Berger-Hertz son todos buenos ejemplos de este ejercicio a la vez personal, de memoria nacional y cinematográfico. Este grupo de películas ha tenido un eco tan potente en nuestro cine que incluso hay un hermoso libro escrito al respecto: “Las imágenes que no me olvidan Cine documental autobiográfico y (pos)memorias de la Dictadura Militar chilena” de la realizadora e investigadora Claudia Barril, editado por Cuarto Propio en 2013.
De alguna manera “El color del camaleón” viene a situarse en este grupo de películas. En este trabajo el director Andrés Lübbert va construyendo, para él y para la audiencia, un relato sobre su padre. Jorge Lübbert es un fotógrafo de guerra que salió de Chile a finales de los setenta para encontrarse con su hermano -el cineasta Orlando Lübbert – quien estaba exiliado en Alemania. Este es el inicio de la narración y desde ahí, la película acompaña a su realizador en el ejercicio de buscar respuestas sobre el nebuloso pasado de este hombre, sus relaciones con los organismos de inteligencia de la dictadura y definir si, finalmente, tratamos con una víctima o un victimario.
“El color del camaleón” es un documental conmovedor en muchos sentidos. Desde el hijo que quiere conocer a su padre y ayudarlo a enfrentar a aquellos fantasmas que aún siguen rondándolo. Desde el padre que se ve exigido por este hijo, que quiere conectar con él, pero que se encuentra, él mismo, en el doloroso proceso de poder mirar al pasado y hacerse cargo de la complejidad de su historia. Y también desde el Chile que somos, y que está definido por lo “no dicho” por los silencios, las ausencias y las preguntas sin respuestas. Mirar de frente a la brutalidad de lo que como país -y como personas- hemos generado es un ejercicio necesario, pero difícil.
El documental se construye desde un diálogo lleno de dificultades, pero bien intencionado. Dos personas que quieren conocerse y darse a conocer, pero que se topan con dolores que, por momentos, los superan. La visita a los lugares en que la CNI planificaba, realizaba sus “entrenamientos”, torturaba y mataba, tienen un efecto devastador en el protagonista, y también en el espectador. Pero es desde ahí, una vez que se da el tiempo para sentir y reflexionar sobre lo que allí pasó, y lo que eso nos dejó, que se puede iniciar la conversación. “El color del camaleón” finalmente logra el desocultamiento y el diálogo, pero nos muestra que el camino hacia allí es desafiante y doloroso, que requiere voluntad, tiempo y paciencia. Una lección que, como país, también necesitamos aprender.