Los arrepentidos: Identidades en movimiento


Hay varias buenas razones para ver el montaje “Los Arrepentidos”, que se encuentra en cartelera hasta el 8 de julio en el GAM. Una de ellas es ver en escena a dos de los más potentes nombres del teatro chileno: Alfredo Castro y Rodrigo Pérez, quienes no actuaban juntos hace más de 15 años. La experiencia y talento de ambos actores –tanto en el escenario como en su rol de directores y maestros- se hace sentir en su interpretación de estos dos hombres que en algún momento de sus vidas decidieron emprender el proceso para transformar sus cuerpos en el de mujeres llegando a adoptar una identidad femenina y que, luego de diversas experiencias, decidieron retomar el camino hacia lo masculino.

No es la primera vez que Castro y Pérez trabajan en las preguntas sobre el género y las identidades. Además de ahondar constantemente en estos temas en sus muy prolíficas carreras por separado, juntos ya habían cuestionado los roles de género en “La Manzana de Adán” de 1989 en donde interpretaban a dos hermanos travestis – obra inicial del Teatro La Memoria y parte de la “Trilogía testimonial de Chile”- y más tarde, en 2001, los actores volverían a travestirse para participar en la versión local de “Eva Perón” del argentino Copi.

“Los arrepentidos” está dirigida por Víctor Carrasco y es una coproducción del Centro GAM y del Teatro de La Palabra, y comparte con este último la vocación de poner en escena trabajos testimoniales que dan cuenta de la vida de personas reales, lo que exige generar otras metodologías para acercarse a este tipo de representación. Castro ha dicho en diversas entrevistas que acá se trata más de somatizar que de actuar, de apropiarse del personaje más que de buscar modelos de realidad. Observar el resultado de ese trabajo es a la vez impactante y conmovedor, tanto por su forma como por el fondo del tema que se está tratando. Porque el poder de una buena representación –en mí opinión – es que uno como espectadora se olvide de que está viendo un montaje y empatice con el relato de las personas que están delante de uno en un momento que se vive como único y particular.

En “Los Arrepentidos” vemos el primer encuentro entre Mikel y Orlando, dos hombres mayores y que no se conocen entre ellos, que se reúnen para ser grabados mientras conversan de lo que tienen en común: el haber decidido emprender por segunda vez un cambio de sexo para readquirir su identidad masculina original. La obra del sueco Marcus Lindeen se basa en testimonios reales y en el montaje vemos fotografías de los sujetos que inspiraron esta obra en el momento en que usaban una identidad femenina. Esto dota al conjunto de un elemento documental que profundiza su capacidad de conectar con el drama de estas personas que buscando ser felices han sometido a sus cuerpos ha interminables intervenciones y dolores, y llenado su cotidianeidad del ejercicio de representar lo que se supone que la sociedad define como “ser mujer” o “ser hombre”.

“Los Arrepentidos” va mucho más allá de ser un llamado a la tolerancia con el mundo trans. Tener la experiencia de verla nos invade con preguntas respecto a la identidad, a cómo nos definimos, al rol de lo genital en nuestra construcción social y también íntima. Pero, sobre todo –y especialmente en un país que vive un potente cambio cultural que se explicita en la ola feminista, y en la discusión sobre la ley de identidad y de adopción- nos ayuda a entender que los mandatos sociales sobre la manera de ser y amar han constreñido nuestras posibilidades respecto a quienes somos y cómo nos pensamos, arrinconando todo aquello que difiere de la norma y situándolo en el margen de lo raro e innombrable. Si el arte tiene un lugar para la intervención social, el ponernos en la piel de la otredad es uno poderoso. Porque nos revela que todxs estamos, una u otra manera, luchando por encontrarnos.





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