Octubre de 1988. Gilberto Espinoza, igual que hace quince años, sale de su casa en Conchalí rumbo al Banco de Chile, ubicado en el centro de Santiago, donde trabaja distribuyendo documentos en valijas de valores para que, al amanecer, las sucursales cuenten con la información necesaria para funcionar. A veces trabaja de día, otras de noche.
Durante su trayecto no se fija en las personas ni en los edificios, sino en el suelo donde cada día encuentra una parte de la historia que quiere guardar: son convocatorias, relatos, caricaturas e información que de manera clandestina se distribuye a través de panfletos y que cada mañana el Gobierno manda a limpiar y desaparecer.
Esa práctica diaria llevó a Gilberto a juntar dos cuadernos que hoy, en sus hojas amarillentas, conservan más de 300 panfletos que dan cuenta de la resistencia de Chile en la dictadura.
“Yo me agachaba, recogía, guardaba y seguía caminando, porque era muy peligroso. Si te pillaban con un panfleto te detenían. No lo comentaba con mis compañeros de trabajo, porque había muchos sapos, por el contrario, esperaba a llegar a mi casa para leerlo con mi familia. Luego lo guardaba”, recuerda hoy Gilberto.
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La primera acción durante el Golpe Militar de 1973 fue bombardear las diferentes radios y silenciar los medios de comunicación que quedaron reducidos a El Mercurio y La Tercera, que funcionaron como medios serviles a la dictadura. Ese día también surgió la necesidad de distribuir información que permitiera comprender y resistir al régimen.
Así se empezó a escribir una historia no oficial redactada por quienes no dudaron en desafiar la normativa vigente para expresar sus ideas. De hecho, el Decreto Ley Nº 1009 del 5 de mayo de 1975, referido a delitos contra la seguridad nacional, indicaba: “(…) se presumirá autor de propaganda de doctrinas o de propagar o divulgar noticias o informaciones que las leyes describan como delito al que sea sorprendido portando volantes, panfletos o folletos que sirvan para su difusión”. Sin embargo, esta disposición legal no fue obstáculo para que las calles y veredas de Chile se vieran, con frecuencia, tapizadas de panfletos que daban cuenta de la tensión social y de situaciones tan graves como las sistemáticas violaciones a los derechos humanos.
Gilberto Espinoza, consciente de esta realidad, relata: “Siempre había panfletos en las calles y yo los recogía para tener algo de historia. Me gustaba saber cómo se gestaba todo, porque era difícil saber el final de esto”.
“Los medios de comunicación solo daban la información del dictador, en cambio, a través de los panfletos podíamos saber sobre las convocatorias, sabíamos de los detenidos desaparecidos y se entregaba muy buena información que permitió que nos liberáramos del tirano”.
“Que el viento hiciera su trabajo”
Los panfletos se caracterizaron por su lenguaje simple, directo, conciso, comprensivo, provocativo y exacto. Esa forma de explicar la realidad durante la dictadura estaba en manos de hombres y mujeres que multicopiaban consignas, discursos, instructivos, dibujos, caricaturas, pero que, de fondo, tenían la responsabilidad de difundir información clandestina que minuciosamente se acordaba entre los militantes de los diferentes partidos.
Claudio Duarte, fue parte de la agitación y propaganda del Movimiento Izquierdista Revolucionario (MIR) en una de sus reparticiones zonales, quien desde los quince años participó en movimientos juveniles en contra de la dictadura, primero ligado a la Iglesia Católica “porque era el único espacio donde no nos iban a buscar “, según manifiesta, y luego, militando “silenciosamente para no ser descubiertos”.
Para Duarte, “panfletear era una tarea fundamental, ya que eran tal las restricciones que tenían las fuerzas policiales y represivas de los espacios sociales que había que buscar alternativas que pudieran actuar rápido, pasar piola y difundir algún tipo de mensaje”.
“No había tiempo para hacer murales y si uno se conseguía una muralla con un vecino podía estar pintando y llegaban los pacos en breve, porque no faltaba el sapo o la sapa de la población. La otra posibilidad era tener buenos rayadores con spray que pudieran escribir consignas, pero también tomaba su tiempo y era riesgoso”, cuenta.
“Lo menos peligroso era panfletear. Lo complicado era hacer los panfletos, almacenarlos, tenerlos, transportarlos de un lugar a otro, porque en cualquier momento te agarraban y te revisaban los morrales”, añade.
Cualquier espacio servía para dejar un montoncito de panfletos para que el viento hiciera su trabajo.
Gilberto Espinoza, en algunos de sus recorridos por el centro de Santiago, vio caer desde el cielo panfletos que parecían no tener autor. Al mismo tiempo Duarte, corría escaleras abajo de los edificios donde dejaba un fajo de mensajes que esperaban ser leídos por quienes caminaban en las veredas capitalinas.
Uno de los adiestramientos para los militantes del MIR era la difusión y confección de panfletos, “los cuales se hacían con papel de roneo que era liviano. Se imprimía con mimeógrafo y dito para que la tinta se pegara bien al papel, se dejaban secar y se repartían por la ciudad”.
Claudio relata que el grupo en el que militaba decidía que se hacía, que se escribía y cómo se difundía el panfleto. “Siempre había un debate que era parte de nuestro proceso de formación, de nuestro análisis de coyuntura de lo que estaba pasando y por dónde había que ir”, recuerda.
El NO, una estrategia de la dictadura
“No era solo el retorno a la democracia nuestra preocupación, sino que era también la construcción de lo que llamaban en ese tiempo un Chile popular. Entonces, había una lógica de establecer un modo prolongado de enfrentamiento a la dictadura militar que fuera más que resolver lo que se llamaba, en ese momento, la tiranía de Pinochet”. Así recuerda Claudio Duarte los días previos al plebiscito de 1988.
“La gente optó por la vía constitucional, que era lo que había establecido Pinochet con la Constitución, pero había quienes estábamos en una idea distinta, porque pensábamos que el plebiscito podía terminar siendo una maniobra y, aunque se votara, no se aseguraba que esto iba a tener un cambio en el modelo de desarrollo de la sociedad chilena, sobre todo, porque se estaba haciendo una alianza entre quienes habían defendido el golpe, sectores importantes de la Democracia Cristiana que postulaban a Aylwin como el próximo presidente, siendo que él había sido un golpista para nuestra forma de verlo”, comenta Duarte.
“El discurso de Aylwin del año 90 en el Estadio Nacional confirmó esa hipótesis que hablaba de la metodología de la medida de lo posible que ha sido la forma de gobernar en los últimos 30 años. Los que hicimos ese diagnóstico fuimos echados del trabajo. En ese momento se alentaba a los opositores, pero no a ese tipo de opositores”, relata.
El ex mirista cuenta como “la gente se maravilló con esta historia de no más militares, no más Pinochet, pero todos sabemos que Pinochet siguió gobernando harto tiempo después”. Incluso, según lo analiza por su parte el coleccionista, Gilberto Espinoza, “con la vuelta a la democracia se terminaron los panfletos y solo quedó la información de los medios”.
Desde ese punto de vista, el análisis de ambos coincide: la información continuó manipulándose y las leyes dictadas por el Régimen permanecieron intactas pese al plebiscito. Los barrenderos siguieron limpiando para borrar cada huella dejada detrás de las manifestaciones.
Y es que, en el fondo, la imagen de la ciudad no cambió mucho: hoy el vecino de Conchalí recorre las mismas calles de antaño, esperando los cambios de fondo que nunca llegaron, pero ya no hay ningún panfleto a sus pies.